El escenario de uno de los atentados en Jerusalem, una parada de ómnibus embestida por un coche conducido por un árabe. (Foto: Amos Ben Gershom, GPO)
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En esta nota no voy a hacer análisis políticos ni sicológicos sobre la actual ola de terrorismo contra Israel, que por cierto son más que justificados, sino que desearía concentrarme en explicar qué significa vivirla. Cómo es estar bajo la amenaza de esta vieja nueva violencia y seguir viviendo.
Disculpen que lo haga en primera persona, contando a través de mi propia vida y la de mi familia, el significado de lo que está ocurriendo.
Las características principales de esta nueva ofensiva terrorista contra Israel son la multiplicidad de escenarios que se dan de norte a sur en diferentes partes del país -a veces con diferencias de pocas horas entre uno y otro atentado- , el uso de armas blancas (acuchillamientos) y la joven edad de los atacantes. Todo esto influye en el sentir de la gente.
Agregaría lo imprevisto de cada ataque, aunque claro está que todo atentado, dondequiera que sea cometido, ocurre en general sin previo aviso. Pero aquí, dado que son tantos los ataques en un mismo día (ya van varios días con cuatro en una jornada y este martes, cuando escribimos estas líneas, ya habían sido cuatro hasta las 11 de la mañana), la sensación es que a cada minuto puede ocurrir algo, que alguien puede saltar con un cuchillo, que en cada esquina acecha el peligro.
Y dado que los árabes se movilizan por todo Israel, el roce es continuo. Son numerosos los negocios en los que trabajan judíos y árabes juntos y esa es parte de la normalidad de la vida diaria en Israel. El no saber quién puede súbitamente convertirse en terrorista, quién de entre todos aquellos que viven con normalidad decide un día salir a matar, es un motivo de constante preocupación.
El ciudadano promedio, sea de los que piensa que cuando se vive esta tensión hay que cambiar la rutina o de aquellos que sostiene «a mí el terrorismo no me va a determinar cómo vivir», sale a la calle sabiendo que está expuesto.
Estos días camino dándome vuelta a menudo mirando para atrás, fijándome si puede haber alguien escondido detrás de un árbol, si alguien camina cerca o lejos de mi con las manos en los bolsillos o en un bolso pronto para sacar un cuchillo, si los coches que van por la calle a mi lado no se desvían repentinamente para embestir a alguien. Cuando voy en mi coche, procuro tener la puerta cerrada, no sea cosa que aparezca repentinamente un atacante que trate de abrirla. Trato de identificar movimientos sospechosos y expresiones poco comunes. Y repaso una y otra vez en mi mente, cómo debo reaccionar si alguien me ataca o si veo que otra persona es atacada y yo puedo hacer algo para salvarla. Y me pregunto ¿Quedaré congelada o sabré reaccionar? Por las dudas, trato de salir siempre con zapatos cómodos que me permitan correr si es necesario. Es que en gran parte de los últimos atentados, la rápida reacción de gente alerta y despierta, muchos de ellos civiles, cortó la cruenta dinámica del ataque antes de lo que hubiera querido el terrorista, salvando así vidas y permitiendo neutralizarlo.
Ayer lunes mi hija del medio que con sus 24 años por cierto ya no es una niña, tenía que viajar de Jerusalem a Tel Aviv, porque le tocaba su turno en el trabajo. Decidí inventar una mentira inofensiva sobre algo que tenía combinado en Tel Aviv, para llevarla en el coche, sabiendo que ella no querría que yo me desplace especialmente a menos que tuviera algo concreto que hacer en la gran ciudad. Es que la alternativa era que fuera a la estación central de ómnibus de Jerusalem, de allí tomara el 480 hasta destino y nuevamente, de ahí, otro ómnibus hasta su trabajo. Todo ese movimiento, aunque es por cierto el más normal para tanta gente todos los días, era evitable si su madre la llevaba, reduciendo así el potencial de peligro. Las estaciones centrales de ómnibus han sido siempre algunos de los escenarios elegidos por los terroristas y tampoco en esta ola han estado ausentes.
Mi hijo menor, de 17 años, que ya está en el último año de estudios secundarios, va a un liceo ubicado en el centro mismo de Jerusalem, en el lugar llamado «Kikar Tzion», un punto de referencia siempre para quien llega a la ciudad, punto de encuentro, de diversión y hermoso movimiento, y lamentablemente, también testigo en innumerables ocasiones, de atentados terroristas.
Aunque para las madres los hijos siempre serán nuestros niños, él ya está grande, no sólo en altura. Como tantos otros jóvenes, su teléfono celular parece ya parte integral de su mano, por lo cual hace días y días es objeto de un intensa serie de advertencias maternas, de que desde el momento que sale de la casa, tenga los ojos bien abiertos, que no juegue con el celular, que mire lo que pasa alrededor, porque esa-la alerta-es hoy el armar principal.
Ya no discute. El «ya lo sé mamá» con tono de «no me repitas lo mismo otra vez», cambió y pasó a ser casi de comprensión y empatía por mi preocupación.
Todas las mañanas, lo llevo hasta la parada del tren ligero (simplemente para ahorrarle tiempo, tomando en cuenta lo mucho que le cuesta levantarse), y de allí viaja directo hasta la parada en el centro mismo de la ciudad, cruza la calle Iafo y está en su liceo. A la vuelta, toma el tren hasta el barrio Kiriat Yovel, de allí el ómnibus, y cruzando una arboleda, llega a casa.
No va más. Desde ahora, volvemos a los tiempos en los que lo llevo a todos lados y lo traigo de todos lados..No sólo cuando haraganea y pide la ayuda de mamá para ahorrar tiempo. Se terminó la independencia, hasta que se calme el terrorismo.
Recuerdo un momento que viví con él creo yo que hace aproximadamente un año. Si mal no recuerdo, lo conté en vivo en el programa de mi colega Alejandro Camino, que me invitó a su estudio cerca del Obelisco. Temprano a la tarde, estaba yo sentada en mi escritorio trabajando y oigo que mi hijo entra a casa, regresando de los estudios, y le dice a su hermano mayor que estaba en el comedor: «Qué susto…no sabes lo que me pasó…». Allí se activó de inmediato el resorte materno, disparé hacia el comedor, hasta haciéndole reír a él un poco por la expresión de mi cara. Y empezó a contar. Llevándose la mano al pecho dijo que «estaba en el tren y de repente subió un hombre demasiado abrigado….». Para cualquier habitante de Israel, esa frase está clara: demasiado abrigado puede significar que oculta un cinturón explosivo debajo de la ropa. O sea….si era un día de calor ¿Por qué tiene un sobretodo? ¿ No querrá ocultar algo?
Claro que lo primero es aclararle que esté donde esté y sea la hora que sea, se baja y llama a casa para que lo vayamos a buscar. Que jamás se quede en un lugar donde tema que está por estallar un explosivo o donde corre cualquier tipo de peligro.
Pero además, el tema supone un serio desafío educativo. Para cualquier padre, lo primero es que sus hijos estén bien, sanos y seguros, enteros y a salvo de cualquier peligro. Al mismo tiempo, me importa que no crezcan con odio, que no vean en cada árabe un terrorista en potencia ya que ello sería injusto e incorrecto. Pero lo primero es que se cuiden…y el hecho es que terroristas árabes atacan por doquier.
Y una de las grandes complicaciones de esta ola de terrorismo, es que atentados son cometidos por gente incitada, que tiene cédula azul como la de cualquier israelí, que trabaja junto a la población judía, pero que una mañana se levanta tras haber estado expuesto a venenos anti judíos en las redes y sale a matar.
Jovencitos que estudian en Jerusalem oriental y pueden ir a cualquier parte de la ciudad igual que mi hijo, acuchillaron civiles este lunes en una calle de Pisgat Zeev. En la calle Maljei Israel, un auto conducido por un funcionario de la compañía de teléfonos Bezek, árabe, embistió una parada de ómnibus, mató a un civil y dejó a varios heridos. En Raanana, era un limpiador empleado por la municipalidad local el responsable de uno de los atacantes con cuchillos. Días atrás, fue una estudiante de la Universidad Hebrea de Jerusalem la que llegó a Afula decidida a asesinar.
No es sencillo lidiar con esto.
El ciudadano promedio, independientemente de sus posturas políticas, sabe que en potencia, también el árabe al que ve todos los días en su puesto de trabajo, junto a los judíos, puede ser el próximo terrorista.
Y el hecho que tantos menores han perpetrado atentados, dificulta más aún la percepción del terrorista que puede estar cerca.
El lunes de tarde, al confirmarse que en el segundo atentado del día en Jerusalem, la autora del acuchillamiento había sido una jovencita de 16 años, que aún tenía la mochila de estudios en la espalda cuando trató de apuñalar a un policía, mandé un mensaje a mi hijo dándole ese dato, y explicándole que debe estar alerta porque quizás quien quiera atacar, no pueda ser identificado jamás como un terrorista, hasta que saque el cuchillo. Seguramente, él nunca pensaría que alguien casi de su edad, un alumno como él, sea capaz de salir a asesinar.
Poco después de esa aclaración, a la que él también contestó «ya sé mamá….no te preocupes, me cuido..y no juego con el celular», llegó la noticia sobre el tercer atentado del día en Jerusalem, en el que dos hermanos, de 13 y 15 años, acuchillaron a dos civiles, uno de 13, que aún está muy grave, y otro de 25.
No es normal que alguien tenga que pensar que un niño de tu propia edad te va a tratar de matar.
Imposible es vivir ,con ese miedo en el cuerpo.pues al final ,la población entrará en una psicosis…El gobierno ,tendrá que hacer ,lo que sea necesario,para que termine esto,