Las fotos de cientos de pares de zapatos que, en París, dejaron aquellos que no pudieron reunirse en masa por razones de seguridad, nos son familiares, y tan familiares que más de uno de aquellos que dejaron sus zapatillas o sus botas quedarían alucinados al saber que, y para quien no estuviera enterado del asunto, podría tratarse de la explanada de una mezquita a la que cientos de musulmanes han acudido un viernes a rezar. El deber religioso, sabemos, les obliga a descalzarse y lavarse los pies y eso supone amontonar zapatos. La comparación no es forzada ni mucho menos. Parte de los protestones, que por lo general son de la izquierda radical, consideran que la propia Europa es hasta cierto punto responsable de los crímenes cometidos por jóvenes musulmanes de cultura occidental el 13 de noviembre último. Sociólogos, antropólogos y profesores les dan la razón: ¡pobres muchachos, no tienen otra salida que matar! ¡Pobre tercera generación, sin trabajo, ni ayuda, ni nada ¡ Ante ese pensamiento gris, mediocre e irresponsable, cabría preguntarse por qué no hacen otro tanto los sudamericanos, chinos o vietnamitas que viven en París o en Bruselas. También son pobres y viven con precariedad, pero no por eso se transforman en asesinos con versos coránicos en el corazón.
Hay muchas, muchísimas regiones de nuestro mundo que ven diezmadas sus riquezas o que soportan gobiernos cómplices del gran capital y padecen a los corruptos de toda latitud, pero sus pobladores no se lanzan a degollar o a matar indiscriminadamente inocentes. Sueñan, eso sí, con mejorar su condición de vida, con liberarse de quienes los oprimen y se aprovechan de ellos, y sin duda les llegará ese día. Sucede que a esos sudamericanos, chinos, europeos del este, les seduce más la vida que la muerte, los miserables euros que consiguen ahorrar para enviar a sus países de origen que los detonadores para hacer volar por los aires un estadio de fútbol lleno de gente. Tampoco es del todo cierto que los se apuntan al bando de los criminales sean románticos o seres de corazón generoso que no hallan, a su alrededor, causas nobles por las cuales arriesgar la vida, ya que saben muy bien, antes de viajar a Siria o Irak, en qué condiciones viven allí las mujeres y las minorías étnicas. El objetivo final es innoble, no los vuelve seres más dignos de respeto que si continuaran haciendo labores humildes para sobrevivir. Así que, no estamos ante desertores de su cultura por heroísmo sino ante subnormales, rateros de poca monta, psicópatas y mafiosos que se mueren por vestir las ropas negras del Daesh, se pirran por disparar a quien sea y hacerle muescas a las culatas de madera de sus armas o arrastrar cadáveres por las calles para impresionar.
A tales personas no les basta con quemar banderas americanas o israelíes, silbar la Marsellesa en un estadio o vituperar a quienes no sean sus iguales. Por no bastarles ya no les basta arrojar zapatos a quienes desprecian, necesitan sangre de infiel para estimular su perversidad. La civilización occidental tiene que comprender que la progresión geométrica del fenómeno se incrementará, y que lo mejor es hacer una guerra con posibilidades de ganarla ahora que hacerla más tarde para conocer derrota tras derrota. Confiar en los países del Golfo Pérsico, confiar en Arabia Saudita o en Qatar para que la hagan por nosotros es ignorar el grado de implicación de esos pueblos en el ennegrecimiento de las banderas de la muerte. El lenguaje político del Califato no se combate con buenas intenciones y ánimo de paz sino con armas dialécticas del mismo o, incluso, mayor calibre. Más aún: no se combate ignorando las raíces islámicas del mal, esa visión supremacista en la que los fieles de Alláh someten a los demás al ritmo feroz de sus zapatos. El diagnóstico lleva décadas expuesto a la luz, de manera que, y si quieres la paz, para bellum.
El pueblo, cualquiera, no es culpable de ser ignorante, la ignorancia no es delito, solo es campo apto para que otros poderosos se adueñen de quienes poseen esa ignorancia y la utlicen para sus propios intereses, EL PODER, enceguece a los deficientes, y los hace moldeables a cualquier manipulación ingeniosa. Ningun dictador es ni fue inteligente, solo usa la fuerza de su astucia, y busca los mas débiles, los hace fuertes con su astucia, y después los utiliza a su antojo.- Siempre con un socio imprescindible, LA RELIGION. utilizando como material de guerra EL MIEDO A DIOS.-