Durante mucho tiempo, aproximadamente entre 2002 y 2009, el conflicto de Afganistán fue la guerra olvidada. Los recursos iban a parar a Irak mientras el descuido estadounidense permitía que los talibanes se recuperaran de la derrota casi absoluta que sufrieron en el otoño de 2001. Para cuando el presidente Obama ocupó el cargo, los talibanes suponían una amenaza tan poderosa que el general Stanley McChrystal, que por entonces era el comandante de la OTAN en Kabul, advertía de que Estados Unidos se exponía a una derrota inminente a menos que reforzara de manera sustancial las tropas en Afganistán.
Qué poco cambian las cosas. De nuevo, nuestra atención no está puesta en Afganistán. En el debate del Partido Republicano celebrado el pasado martes por la noche no lo mencionaron ni una sola vez. Todo el rato hablaron del ISIS. Pero los talibanes no se han ido. En realidad, los mal aconsejados recortes de tropas acometidos por Obama (redujo el número de efectivos estadounidenses de 100.000 a 10.000) son los que, en buena medida, han hecho que los talibanes hayan resurgido una vez más. Un nuevo informe del Pentágono, escrito, como de costumbre, desde un punto de vista optimista, admite que la seguridad empeoró en la segunda mitad de 2015.
En The Long War Journal, Bill Roggio especifica lo mal que se ha puesto la situación: “Los talibanes controlan actualmente 37 distritos de Afganistán y se disputan otros 39 (…) Estas cifras pueden ser bajas dada la metodología empleada para establecer quién tiene el control y qué distritos están siendo disputados. El grupo ha realizado avances para ganar territorio en los últimos dos meses, y se ha apoderado de 15 distritos del norte, del oeste y del sur”.
Y la ofensiva talibán no ha hecho más que empezar. El grupo es especialmente potente en la provincia de Helmand, donde sus tropas están a apenas cinco millas de la capital, Lashkar Gah. El periódico militar Star and Stripes advierte de que si la capital cayera, eso tendría “capacidad para infligir un golpe letal a la moral de las fuerzas de seguridad afganas y para suscitar el temor a una conquista talibán del sur”.
La amenaza no se limita sólo a los talibanes. El ISIS también opera en Afganistán. Su rama afgana, integrada originalmente por desertores talibanes, está atrayendo ahora atención internacional. El general John Campbell, el mando militar estadounidense de mayor rango en Kabul, afirma que con ayuda de sirios e iraquíes el Estado Islámico está tratando de establecer un centro estratégico regional en la ciudad de Jalalabad, en el este del país, que antaño era una de las más seguras de la zona. El ISIS ve a esta localidad como una nueva Raqa, la capital de una provincia llamada Jorasán.
Como informaba hace unos días el New York Times, el mando militar estadounidense ha respondido a estos angustiosos acontecimientos con el envío de fuerzas de Operaciones Especiales para que luchen junto a fuerzas afganas en Helmand. Eso supone exceder sus órdenes de no estar en situación de combate salvo contra Al Qaeda, pero es imperioso evitar que se venga abajo todo lo que Estados Unidos ha tratado de conseguir en Afganistán desde 2001.
La verdadera pregunta es si las Fuerzas Armadas estadounidenses están haciendo todo lo que debieran. Se ven enormemente limitadas para proporcionar apoyo aéreo (de combate o para evacuar heridos) a las fuerzas afganas que se encuentran en el frente, en el que, salvo unos pocos efectivos de las fuerzas especiales, también tienen prohibido estar. La mayor parte de los 10.000 efectivos estadounidenses son asesores y personal de apoyo de grandes bases, sobre todo en Kabul, muy lejos de donde se desarrolla el combate.
El presidente Obama está siendo alabado por reconsiderar su compromiso de reducir las fuerzas estadounidenses a menos de 5.000 efectivos antes de fin de año, y de retirarlas por completo para cuando abandone el cargo. Pero es evidente que ni siquiera bastan 10.000 efectivos para frenar el avance de los talibanes. El Departamento de Defensa y la Casa Blanca tienen que revisar urgentemente la dimensión de las fuerzas y las reglas de combate para Afganistán. Estando a miles de kilometros de allí me resulta difícil precisar cuántas tropas necesitamos, pero creo que es correcto decir que necesitamos al menos el doble de las fuerzas que tenemos allí ahora mismo, o si no nos arriesgamos a que los talibanes logren avances catastróficos que podrían dejar Afganistán tan mal como está Irak para cuando Obama deje el cargo.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
Pongamos un nombre a este tipo de política cobarde, ausente, ciega, tonta, de esta Administración norteamericana: Obama-gate: No. Muy usada y sin gracia; Mejor sería: Obama-chao u Obama-mutis