Debido a las grandes tensiones que existen actualmente entre judíos y musulmanes, quizás sea un buen momento para recordar las primeras 5 historias reales (de una serie de 10) en las que judíos y musulmanes se han salvado la vida mutuamente, en ocasiones arriesgándolo todo.
1. Salvando a los judíos de Albania
Albania, una pequeña nación montañosa en la península balcánica, es el único país de mayoría musulmana en Europa, y es también la única nación europea que emergió de la Segunda Guerra Mundial con más judíos de los que tenía antes de la guerra.
Después de que Hitler llegó al poder en 1933, la población judía de Albania, que se componía de unas 200 personas, se vio aumentada por los cientos de refugiados judíos de otras partes de Europa, quienes pretendían viajar desde Albania a Israel o a otros países. Muchos se quedaron, y para cuando las fuerzas nazis ocuparon Albania en 1943, había casi 1.700 judíos viviendo allí.
Cuando los oficiales nazis le ordenaron a los albaneses reportar a los judíos que se encontraban en el país, ellos re rehusaron por completo. Increíblemente, las agencias gubernamentales albanesas incluso le proveyeron a los judíos documentos falsos, permitiéndoles así pasar desapercibidos. El deseo de ayudar a los judíos era algo natural en la sociedad albanesa. El museo del Holocausto Yad Vashem señala que los albaneses “competían entre sí por el privilegio de salvar judíos”. Para finales de la Segunda Guerra Mundial, una sola familia judía había sido asesinada por las fuerzas nazis; casi todos los otros judíos de Albania habían sido salvados, protegidos tanto por oficiales del gobierno como por ciudadanos comunes y corrientes.
2. Heroísmo turco
Las autoridades de Turquía también intervinieron en numerosas ocasiones para salvar judíos durante el Holocausto. Algunos historiadores estiman que las autoridades turcas salvaron la vida de 15.000 judíos que tenían relación con Turquía.
Behic Erkin, el embajador de Turquía en Francia, proveyó pruebas de ciudadanía a miles de judíos turcos, incluyendo a muchos que tenían apenas una tenue conexión con el país, y los evacuó de Francia a Turquía. Selahattin Ulkumen, el Cónsul general de la isla griega de Rhodas, también rescató a judíos turcos, y se puso en peligro a sí mismo al hacerlo. Al enterarse que los judíos de Rhodas estaban siendo transportados en carros de ganado con destino a Auschwitz, Ulkumen abordó el tren y se rehusó a salir hasta que 50 judíos —que eran ciudadanos turcos o que tenían algún tipo de relación con Turquía— fueran liberados. Ulkumen fue eventualmente nombrado ‘Justo entre las naciones’ por Yad Vashem.
En 1943, otro cónsul general turco, Necdet Kent, quien era el cónsul general en Marsella en ese entonces, también abordó un tren que se dirigía hacia un campo de concentración, y exigió que fueran liberados ochenta judíos turcos del tren (algunos historiadores discuten sobre cuál fue la cifra exacta). Cuando las autoridades nazis les preguntaron a quienes estaban en el tren quién era turco, todos respondieron que lo eran. Pronto, todos los pasajeros del tren fueron liberados. “No puedo olvidar los abrazos que recibí… la paz interior que sentí cuando llegué de vuelta a mi cama por la madrugada fue tal que nunca he vuelto a sentir algo así”, recordó Kent en una entrevista setenta años después.
3. El Schindler iraní
Abdol-Hossein Sardari era un rico diplomático y abogado iraní que utilizó su posición como alto funcionario en la embajada iraní en París para salvar a miles de judíos. Escribió cartas a las autoridades nazis argumentando que los judíos iraníes eran étnicamente “arios”. Sus argumentos confundieron tanto a los oficiales nazis que Adolf Eichmann estaba enrabiado por este cambio en la ideología nazi, pero finalmente dieron resultado. Los judíos que tenían ciudadanía iraní fueron excusados de vestir la estrella amarilla que los nazis forzaban a vestir a los demás judíos.
Y más importante aún, Sardari emitió —sin consultar con sus superiores— cientos de pasaportes a familias judeo-iraníes, salvando eventualmente a unos 2.000 judíos y ganándose el apodo de “el Schindler iraní”.
4. Rescate en Sarajevo
Durante los brutales años de guerra en Yugoslavia, entre 1992 y 1996, gran parte de Sarajevo fue destruida. La vida diaria se frenó en seco. Mientras la guerra se prolongaba, la única isla de normalidad y esperanza era una pequeña sinagoga en el centro de la ciudad. En ella se desarrollaba la Benevolencija, que significa ‘buena voluntad’ en ladino, una organización de caridad que se volvió el centro de la ayuda humanitaria en Sarajevo, canalizando donaciones desde el exterior hacia la asediada ciudad.
Para miles de yugoslavos —no solo judíos, sino también musulmanes, serbios y croatas—, la radio de la sinagoga se transformó en el único medio de comunicación con sus parientes que se encontraban fuera de la ciudad. Cuando el servicio postal de Yugoslavia dejó de funcionar, la sinagoga se convirtió en un centro de correos, procesando miles de cartas e incluso telefoneando a gente para avisarles que habían llegado cartas desde las afueras de la ciudad. Un comedor público en la sinagoga alimentaba a más de 300 personas cada día, y una clínica llena de doctores y enfermeras que había sido instalada en la sinagoga trataba a los habitantes de la ciudad. Más del 40% de las medicinas que fueron utilizadas en Sarajevo durante la guerra fueron distribuidas por la Benevolencija, de forma gratuita.
Los musulmanes, que eran un blanco de genocidio para las fuerzas serbobosnias durante la guerra, conformaron el grueso de los yugoslavos que fueron ayudados por la Benevolencija. Jakov Finci, el director de la organización, estaba orgulloso de ese hecho: “Muchos musulmanes en Sarajevo albergaron a judíos para protegerlos de los nazis durante la guerra. No puedo olvidar eso”, explicó a sus activistas durante el clímax del sitio.
5. De Sarajevo a Jerusalem
Durante el sitio de Sarajevo, mientras la organización de caridad la Benevolencija ayudaba a musulmanes, una familia judía en Israel se esforzó por ayudar directamente a una familia musulmana, e incluso hizo que el Primer Ministro de Israel se involucrara en el caso.
La historia de este extraordinario rescate comenzó durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Mustafa y Zejneba Hardaga, musulmanes que vivían en Sarajevo, decidieron desafiar a las autoridades nazis. Ellos sabían los peligros que esto involucraba; el cuartel general de la Gestapo estaba al frente del departamento de los Hardagas, y por las noches podían escuchar los gritos de gente que era torturada. Pero a pesar de eso, le ofrecieron albergue al socio judío de Mustafa, Josef Kabiljo, así como a su señora e hija. Años más tarde, Josef recordaba: “Nos dieron la bienvenida con las siguientes palabras: ‘Josef, tú eres nuestro hermano, y tus hijos son como nuestros hijos. Siéntete en casa y cualquier cosa que poseemos es también tuya’”. Cuando los agentes de la Gestapo golpeaban la puerta, Josef y su familia se escondían entre las ropas al fondo de un armario.
El padre de Zejneba Hardaga, Ahmed Sadik, también ayudó a judíos yugoslavos, entregándoles documentos que les permitían hacerse pasar por no judíos. Luego él fue arrestado y ejecutado por sus actividades.
Después de la guerra, la familia Kabiljo se mudó a Israel, pero siempre se mantuvieron en contacto con los Hardagas. Mustafa falleció y la familia Kabiljo se mantuvo en contacto con Zejneba y con su hija Sara Pecanac, quien nació después de la guerra. En 1992, cuando los Kabiljos vieron lo que ocurría en Sarajevo, decidieron ayudar a la familia que había salvado sus vidas. Reclutaron a un periodista israelí que cubría la guerra yugoslava, y de esa forma se pusieron en contacto con los Hardagas y los ayudaron a conseguir un refugio seguro en un convoy de ayuda que saldría de Sarajevo. Cuando los refugiados se vieron detenidos por la burocracia, la familia Kabiljo le pidió ayuda al entonces primer ministro Itzjak Rabin, a lo cual este accedió.
Al enfrentarse ante la decisión de dónde vivir una vez que dejaran Sarajevo, Zejneba y su hija Sara decidieron mudarse a Israel. Al llegar, no sólo se encontraron con la familia Kabiljo, sino que también con Itzjak Rabin. Sara eventualmente se convirtió al judaísmo, y hoy en día trabaja para Yad Vashem. “En mi infancia”, explica ella, su madre “siempre decía: ‘No puedes controlar cuán rico serás, o cuán inteligente o exitoso serás. Pero sí puedes controlar cuán bueno serás’”.
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