“Los cambios que están aconteciendo en la región han cogido desprevenidos a muchos [aliados árabes de Estados Unidos]”, dijo el presidente Obama en una entrevista. Y añadió: “Creo que el cambio siempre da miedo”, lo que en Washington se ha convertido en un mantra a la hora de describir la actitud de Arabia Saudí respecto a la posible reintegración de Irán a la región.
Las autoridades saudíes no parecen asustadas con Irán, sino más bien enfadadas con Norteamérica por no haber cumplido aún las promesas de cambio en Irán anunciadas por el presidente Obama.
Arabia Saudí respaldó el acuerdo nuclear con Irán ya en mayo, cuando el príncipe heredero Mohamed ben Nayef y el príncipe Mohamed ben Salman, segundo en la sucesión, se reunieron con el presidente Obama y otros líderes del Golfo en Camp David.
Un acuerdo nuclear global y verificable va en interés de Estados Unidos y de los países del Golfo, según rezaba la declaración final de la cumbre, y se añadía que ambos “se oponían a las actividades desestabilizadoras de Irán en la región y colaborarían para contrarrestarlas”. En la declaración se recalcaba
la necesidad de que Irán se integre en la región según los principios de buena vecindad, estricta ausencia de interferencias en los asuntos domésticos y respeto por las integridades territoriales, conforme a la ley internacional y la Carta de Naciones Unidas.
En julio se alcanzó un acuerdo nuclear con Irán, posteriormente consagrado en la resolución 2331 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Irán aún está por cambiar de comportamiento.
En octubre, según un panel de expertos de la ONU, Irán violó la resolución 2331 al hacer pruebas con un misil balístico capaz de portar cabezas nucleares. En diciembre, navíos de la Marina iraní dispararon misiles no guiados en una vía marítima internacionalmente reconocida, el Estrecho de Ormuz, y muy cerca de los navíos estadounidenses USS Harry Truman y USS Buckley y de la fragata francesa FS Provence.
En enero, una turba iraní asaltó la embajada saudí en Teherán y el consulado saudí en Mashad. En ese mismo mes Irán detuvo (y posteriormente liberó) a 10 marinos estadounidenses. Se cree que una milicia iraquí proiraní es la autora del secuestro de tres contratistas norteamericanos en Irak.
Pese al acuerdo y a las promesas de Obama a los aliados estadounidenses, Irán sigue causando problemas.
En un discurso pronunciado en West Point en marzo de 2014, Obama alabó al Gobierno del Yemen por aliarse con Estados Unidos en la lucha contra Al Qaeda. Seis meses después los huzis, una milicia proiraní, invadieron la capital, Saná, y expulsaron al Gobierno del Yemen.
Como Arabia Saudí comparte una frontera de 1.100 millas con su vecino del sur, Riad temía que los huzis y Al Qaeda causaran estragos en el anárquico Yemen. Por eso, en marzo de 2015 los saudíes y diversos aliados suyos lanzaron la operación Tormenta Decisiva, mediante la que han estado ayudando a las fuerzas yemeníes en su lucha por regresar a Saná y restaurar el Gobierno.
En Irak, después de que el aumento de tropas estadounidenses hiciera descender la violencia a niveles de 2003, Obama ordenó la retirada de manera injustificadamente rápida. Los chiíes iraquíes favorables a Irán desmantelaron rápidamente las milicias suníes proestadounidenses y persiguieron a sus líderes en vez de integrarlos en el Estado, como estaba previsto. Una vez eliminado el parachoques suní, la frustración de este grupo aumentó y regresaron grupos terroristas como el ISIS.
Irán sigue adiestrando, armando y financiando a las mismas milicias chiíes iraquíes que mataron a 1.000 soldados estadounidenses, según los mandos militares norteamericanos. Esos mismos grupos armados siguen socavando el Estado iraquí, mientras Arabia Saudí apuesta por el Gobierno iraquí al abrir el pasado diciembre, por primera vez en 25 años, una embajada en Bagdad.
En el Líbano, mientras que Irán patrocina a los chiíes de Hezbolá, una milicia armada, con lo que infringe las resoluciones 1559 y 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Arabia Saudí donó 3.000 millones de dólares a las Fuerzas Armadas libanesas y ha depositado miles de millones en el Banco Central para aumentar sus reservas de divisas y proteger la moneda nacional de la devaluación.
Tras el asesinato del primer ministro libanés, el suní Rafik Harari, en 2005, un tribunal de la ONU acusó a cinco agentes de Hezbolá. Irán y el movimiento se negaron a entregar a los fugitivos.
En Siria, las fuerzas de Bashar al Asad y de Hezbolá han cometido, con el apoyo iraní, horrendas atrocidades desde 2011, incluida una masacre con armas químicas en 2013. Como respuesta,Arabia Saudí inició una campaña diplomática en colaboración con dos secretarios de Estado estadounidenses y tres enviados especiales de Naciones Unidas a Siria, y presionó para que se adoptaran resoluciones al respecto en la Liga Árabe y en la Asamblea General de Naciones Unidas.
Sólo tras toparse con el muro ruso cambió la política diplomática saudí, que pasó a apoyar la idea de armar a los sirios para que se defendieran por sí mismos. En diciembre Riad acogió una conferencia de la oposición como preparación para un acuerdo político, como estipulaba la resolución 2254 del Consejo de Seguridad.
Hasta 1979 la suní Arabia Saudí y el chií Irán eran los mejores socios de la región, una situación que las autoridades saudíes afirman han estado deseando restaurar desde entonces. Para que eso suceda Irán debe modificar su comportamiento revolucionario por el propio de un Estado. Obama prometió que un acuerdo nuclear traería consigo la transformación de Irán; se trata de una promesa que aún está por dar fruto.
© Versión original (en inglés): NOW
© Versión en español: Revista El Medio
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