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| martes diciembre 24, 2024

Martha Wolff presentará su nuevo documental «Guedenk» en el Festival de Cine Judío de Punta del Este


Itongadol.- La periodista Martha Wolff presentará su último documental, Guedenk. Una nueva generación recuerda, en el Festival Internacional de Cine Judío de Punta del Este, Uruguay, que se realizará del 6 al 10 de febrero.

Este mediometraje de 55 minutos es el sexto filme de esta reconocida intelectual judeoargentina y está conformado por siete cuadros relacionados con la Shoá, con el objetivo de rescatar las historias familiares de los entrevistados, una generación de artistas que las “transformó en obras de arte que caminan por el mundo como un mensaje de denuncia para demostrar que la memoria no calla”, según explicó su guionista y directora.

Como en sus últimas películas, su colega Daniel Saltzman estuvo a cargo de la edición, la cámara, la musicalización y la investigación de imágenes.

Autodefinida como “cazadora de historias”, Wolff dialogó con la Agencia Judía de Noticias (AJN) sobre Guedenk, el resto de su filmografía, su vida y las motivaciones que la condujeron a mantener el legado de no olvidar, pero también expresó su desencanto por la falta de apoyo de la comunidad judía a sus artistas.

P- ¿Por qué decidió filmar documentales?

MW- Toda persona tiene momentos de cambio y yo comencé recibiéndome de periodista. Ocurrió que, como mujer, siempre tuve inquietudes. Había dejado Medicina porque la maternidad me absorbía mucho tiempo, mi marido -Wilhelm (Willi) Wolff- estudiaba Arquitectura y alguien tenía que quedarse con los hijos en la casa. Cuando crecieron no pude quedarme sin hacer algo. No fui médica, pero me inscribí en un curso de periodismo porque siempre tuve inquietudes literarias. Me gustaba ser cronista, contar cosas que veía, y entonces esa carrera aunaba un poco lo que quería hacer. Me recibí, pero fui periodista con el tiempo: cuando salí a la calle, cuando busqué la noticia… Comencé haciendo dos páginas en la revista de Gimnasia y Esgrima, y luego, como mi marido era un gran activista comunitario, empecé a interesarme mucho más por el tema judío y por el Holocausto porque en su casa se hablaba todo el tiempo de judaísmo. Cada tres palabras era lo judío, lo alemán, lo que pasa en el mundo, Israel… O sea que lo judío conformó mi mundo cultural.

P- ¿Cuándo llegó su marido a la Argentina?

MW- Mi marido llegó en el año ’39. Primero escapó de Alemania con su familia en el ’36 porque les avisaron que los iban a ir a buscar. Viajaron en tren a Leer, que queda en el límite con Holanda, país en el cual vivieron dos años. Luego vinieron a la Argentina y se radicaron en Colonia Avigdor, en el oeste de la provincia de Entre Ríos. Fue la última colonia fundada por la Jewish Colonization Association, creada por el barón (Moritz von) Hirsch para los refugiados judíos, y ésta es una de las razones por las que hice la película Retorno judaico a Avigdor. Así comenzó mi historia con las películas. Siempre me gustó mucho el mundo de la imagen.

P- ¿Qué significa para usted “el mundo de la imagen”?

MW- De chica jugaba con un álbum de casamiento de mi abuela, con las fotos de quienes no habían podido salir de Rusia. Me contaban historias y las revivía en mi imaginación: los pogroms, a quiénes mataron, los tíos que quedaron… En un viaje a Israel conocí Beit Hatfutzot (Museo de las Diásporas Judías), que me deslumbró por su capacidad para rescatar la imagen judía y rehacer la historia, así que empecé a hacer audiovisuales. Fui la primera mujer que hizo uno sobre la vida de Golda Meir, y lo presenté en la Organización Sionista Mundial, en Israel. Después hice Jalil baGalil, la historia de la defensa de la Galilea a través de los “mitzpim”. Otro audiovisual se llama Las mezuzot arrancadas, sobre las marcas que dejaron en la Ciudad Vieja de Jerusalem luego de las revueltas árabes del ’20 y el ’27, y que son una prueba histórica de que allí vivieron judíos. Después escribí libros y empecé a trabajar en radio y televisión, pues el mundo de la imagen y la palabra siempre me fascinó. Además, me encantaba estudiar la historia, filmarla, sintetizarla y traer un mensaje de lo que pasaba en Israel.

P- ¿Cuando comenzó a filmar documentales?

MW- Desgraciadamente falleció mi marido y un cuñado mío inauguró en Avigdor una casa a nombre de Willi. Me tocó hablarles a los chicos y les conté que él escapó de niño de Alemania, pero nunca olvidó la persecución y lo que fue el nazismo. Los chicos me hicieron preguntas muy lindas… Entonces le dije a Sergio Bergman (titular de la Fundación Judaica y actual ministro nacional de Ambiente y Desarrollo Sustentable): “A nadie se le ocurrió hacer la historia de Avigdor (NdR: hace unos años es parte de la Red Comunitaria de esa entidad), por qué llegaron acá” y me respondió: “Muchos lo intentaron y ninguno lo logró”. Con el apoyo de la Fundación Judaica filmé Retorno judaico a Avigdor, en 2011. Ésa fue la primera y luego vino Marruecos y el tango (NdR: declarada de interés cultural por la Cámara de Diputados), una historia real sobre el hecho que los judíos de ese país lo bailaban. Me encantó hacer esa película, que se proyectó por primera vez en la casa del embajador de Marruecos, con un cuscús para 60 personas y bailando tango. Luego hice La otra dignidad, que es la historia del único judío que llegó a jefe de Interpol en la Argentina, Luis Fuensalida, quien de chico miraba películas sobre (Simon) Wiesenthal con su padre, a quien le dijo: “Cuando sea grande voy a ser un ‘cazador de nazis’”. Cuando (en 1997) detuvo a Paul Schäfer Schneider, (enfermero del Ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial y fundador) de la Colonia Dignidad del sur de Chile (NdR: hoy Villa Baviera, es una localidad creada en 1961 por inmigrantes alemanes que luego fue un centro de detención y tortura durante la dictadura de Augusto Pinochet y mantuvo su régimen carcelario, militar y paraestatal hasta 2005), que estaba refugiado acá, realizó el sueño de su vida. Cuando le puso las esposas, el nazi miró (su cadena con un) Maguén David y Fuensalida le dijo: “Sí, tengo el orgullo de que un judío cace a un nazí”; ésa fue “la otra dignidad”. En 2013 presenté Vodka y arroz (primer premio en el Festival Internacional de Cine Judío de Punta del Este), un documental basado en la búsqueda y el descubrimiento de una historia familiar en Harbin, una ciudad rusa en territorio chino. Al año siguiente hice Con los pies en la tierra (primer premio en el Festival Internacional de Cine Judío de la Argentina), una película de una hora y veinte minutos muy interesante porque por primera vez fuimos a las colonias judías fundadas en el siglo XX que siempre “quedaban afuera”: se habla del circuito Basavilbaso, Domínguez y demás… Fue una experiencia muy rica… Siempre encuentro a la gente porque no hay algo más rico que una persona. De ella podés aprender lo que quizá no está en los libros, es como el puntapié (inicial) para después ir a ellos. Para mí, primero está la historia personal; soy una cazadora de historias.

P- Volviendo a Guedenk, en la gacetilla afirma: “nunca murieron en mi mente, ni en mi corazón”. ¿Se refiere específicamente a quienes fueron eliminados durante la Shoá?

MW- Siento que soy una voz de todas esas almas que anduvieron por mi casa cuando se hablaba de aquellos chicos que quedaron en Rusia, cuando se leían las cartas que venían de allá, cuando tengo la foto de la tumba de mi tío, que fue profesor de Matemáticas en la Universidad de Moscú, y de mi tía, que fue premio Lenin de Medicina. Es decir que siento que toda esa historia vive en mí. Además, si abro el árbol genealógico de 300 años que tenía mi marido, que lo tengo en un libro, la mayor parte tiene la “H” de Holocausto porque los mataron y él nunca superó que hayan muerto, a pesar de que los persiguieron y pudieron salvarse. Fuimos a Auschwitz a poner flores en la pila de cenizas… ¿Qué fue mi infancia? Las cartas que llegaban de Rusia, a través de Polonia y de Rumania; la tristeza de mi padre, que nunca pudo volver a ver a sus hermanos, que quedaron detrás de la Cortina de Hierro; mi mamá, que contaba cómo mi abuela refugió a judíos en un sótano y cuando entraron los cosacos se arrancó las pieles que tenía y algunas joyas y les dio de comer y cantar. Así como otros tienen que leerles Caperucita Roja, de (Charles) Perrault, a sus hijos, todos estos relatos, junto a todo ese judaísmo y todo ese dolor que tenía mi marido, se conformaron en mi historia personal.

P- También respecto de Guedenk escribió: “Con este objetivo quise rescatar a una generación de artistas”…

MW- Soy periodista, y el periodista escucha. Escucha muchas historias en las que una palabra, un dato le queda clavado y lo demás es como que se desliza como una vaselina en los relatos. Me basta una palabra, un dato, un artista que hizo una obra y queda en mi agenda. Después lo rescato y lo siento como una misión personal. Por ejemplo, Mirta Kupferminc, que tiene los cuadros de La piel de la memoria, hace una gran diferencia entre los tatuajes del placer y los del horror; Lloica Czackis, la mejor investigadora sobre los tangos de los guetos, que se diferencian de los de la resistencia y los del placer, es maravillosa y la filmé en el Museo del Holocausto; y a través de mi película se van a dar cuenta de por qué elige la danza que hace Mauricio Wainrot, el director artístico de Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. (NdR: En Guedenk también brindan su testimonio Mario Wolff, David Rosemayer, María Cherro de Azar y Gabriela Spector.) Cuando entrevistás a una persona con un tema específico, como es el caso del Holocausto, descorrés un velo artístico porque su arte está basado en historias personales. Nada es lo que se ve, sino lo que contiene como judío. Estoy hablando de la historia…

P- ¿Cómo financia sus películas?

MW- Vivimos en una comunidad que no ayuda a los artistas judíos, que cuando se van, al igual que muchos activistas, lo hacen porque necesitan vivir. No hay una beca para un artista. Esto lo hago con un esfuerzo absolutamente personal y es mi aporte a la comunidad. No doy dinero a las instituciones porque aporto mi trabajo desde hace 30 años, pero puedo hacer un documental, no un largometraje. Las únicas dos películas para las cuales recibí apoyo fueron Retorno judaico a Avigdor, de la Fundación Judaica, y Con los pies en la tierra, que me lo dio quien la hizo en memoria de su padre, Raúl Schvartzman. Nunca gané un peso con esto, lo que sí hice es sentirme feliz de comenzar y terminar el trabajo. No me gustan las sinfonías inconclusas, no puedo dormir… No me interesa veranear, sino elaborar una idea y llevarla a cabo. No soy millonaria (en dinero), pero sí por todo lo que aprendí al lado de gente de mucho talento. Mi tiempo fue una inversión para enriquecerme.

 
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