En la compleja relación entre Israel y la diáspora judía se da un fenómeno curioso. Muchos de los sabras (así se denomina familiarmente a los nativos de Israel) que han vivido la mayor parte de sus vidas dando la espalda al judaísmo (no sólo en lo que a religión se refiere), anhelosos de ser como los demás habitantes del planeta y llevar una vida globalizada, una vez salen de su terruño (más allá de furtivos viajes turísticos o de trabajo) sienten la necesidad de contactar no ya con sus compatriotas, sino con otros judíos. Y muchos descubren entonces un vínculo del que les habían hablado mucho, pero del que no pocos han pretendido renegar.
Y es que los lazos que nos unen son paradójicos, como lo es el comportamiento de las partículas subatómicas respecto al mundo físico que reconocemos. Quizás la metáfora sorprenda, pero es que en las mínimas distancias cuánticas, cuanto más se intenta separar a una partícula de otra, mayor fuerza de cohesión ejerce como contrapartida. O sea que, a diferencia de la gravedad o el magnetismo cuya fuerza de atracción disminuye con la distancia, en este caso aumenta. Es lo que se conoce como fenómeno de confinamiento. Con los judíos parece suceder algo similar: cuando estamos demasiados y demasiado juntos soñamos con otros círculos sociales, pero cuando somos pocos y dispersos surgen lazos inquebrantables de ayuda mutua, de apoyos como los que enuncia el Talmúd: “kol Israel arevím ze lezé”, todo Israel somos garantes uno del otro.
Es nuestra pequeña gran venganza para con el Imperio Romano y otros poderes anteriores y posteriores, destinados (según ellos mismos) a la eternidad, que se ensañaron a lo largo de los milenios y los siglos contra la terquedad de un pueblo pequeño, a contracorriente, cuyo único armamento fue la palabra, oral o escrita, divina o sabia, y la convicción de no estar solos, de compartir un mismo destino, allí donde se esté (en el desierto, la selva o la tundra). Nos expulsaron de Israel, de Sefarad, de otros países de Europa, de los países árabes en que moramos durante siglos. Vaticinaron nuestro final e hicieron lo posible por conseguirlo con persecuciones, masacres, presión económica, jurídica y social. Pero, por alguna razón (que unos radican en fuerzas divinas y de la que otros nos confesamos ignorantes a falta de una teoría convincente), los judíos desafiamos la lógica de los comportamientos gregarios humanos y así hemos permanecido durante los tiempos: más unidos cuanto más dispersos.
Director de Radio Sefarad
¡Bravo Jorge! Es la Verdad. JEV