Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
En 2009, el periodista estadounidense Christopher Caldwell caracterizó acertadamente como una «revolución» los cambios que una masiva inmigración, no europea, no judeocristiana, estaba imponiéndole a Europa. Ahora podemos estar al borde de una contra-revolución, y eso puede ser tan violento y de largo alcance como la propia revolución.
Las matanzas del año pasado en París (los ataques contra los dibujantes satíricos y los clientes de un supermercado kosher en enero de 2015, después el asesinato múltiple del 13 de noviembre) fueron un punto de inflexión: los franceses – y, por extensión, la mayoría de los europeos – se dieron cuenta de que la inmigración sin control podría dar lugar a una guerra civil.
Luego fue la crisis de la Navidad en Córcega, una isla francesa del Mediterráneo. El 24 de diciembre, se produjo un incendio en un barrio poblado de inmigrantes en Ajaccio, la capital del sur de Córcega. Tan pronto como llegaron los bomberos, fueron atacados por jóvenes de la localidad, musulmanes de origen norafricano. Tales emboscadas han sido parte de la vida francesa durante años. Esta vez, sin embargo, los corsos étnicos tomaron represalias; durante cuatro días, arrasaron los barrios musulmanes, gritando ¡Arabi Fora! (Fuera los árabes, en corso). Una de las cinco mezquitas de Ajaccio fue vandalizada.
Entonces, estuvo la crisis de Año Nuevo en Alemania y otros países del norte de Europa. El 31 de diciembre, de uno a dos mil inmigrantes musulmanes varones y refugiados pululaban por la Banhofvorplatz en Colonia, una plaza situada entre la estación central y la icónica catedral medieval de la ciudad. Resultó que durante el final de la tarde y la noche, intentaron «divertirse»: cazando, acosando o abusando a las mujeres y muchachas «faltas de modestia» y presumiblemente «fáciles» que celebraban la víspera de Año Nuevo en los restaurantes y bares alemanes cercanos, o para robarles su dinero. Fueron presentadas 766 denuncias. Incidentes similares tuvieron lugar en otras ciudades alemanas, como Hamburgo, Frankfurt y Stuttgart, así como también en Estocolmo y Kalmar, en Suecia, y Helsinki en Finlandia.
También aquí, la población local reaccionó enérgicamente. El apoyo a los solicitantes de asilo procedentes de Medio Oriente se desplomó – el 37 por ciento de los alemanes dijo que su imagen de ellos ha «empeorado», y el 62 por ciento dijo que hay «demasiados de ellos». La extrema derecha realizó manifestaciones contra la inmigración en muchas ciudades, pero los ciudadanos liberales no fueron menos categóricos. El 20 de enero, el diario liberal francés Le Monde citó a víctimas de Colonia diciendo: «Desde 1945, nosotros los alemanes hemos tenido miedo de ser acusados de racismo. Bueno, ahora el chantaje ha terminado».
De hecho, la Europa de posguerra, y Alemania en particular, había sido construida sobre el rechazo del loco régimen de Hitler y todo lo que representaba. El nacionalismo, el militarismo, el autoritarismo y el racismo quedaron afuera. El multinacionalismo, el pacifismo, la hiperdemocracia y el multiculturalismo estaban adentro. Esta lógica simple, casi maniquea, ahora está colapsando bajo la presión de los hechos concretos. O, más bien, los europeos entienden ahora que fue defectuoso en muchos aspectos desde el principio, sobre todo cuando se trataba del multiculturalismo, el supuesto antídoto contra el racismo.
Lo que los europeos tenían en mente cuando rechazaron el racismo en 1945 fue, esencialmente, el antisemitismo. Hoy en día, la actitud antirracista «correcta» sería dar la bienvenida en masa a inmigrantes no europeos y permitirles mantener su cultura y su forma de vida, aunque contradiga los valores europeos fundamentales. De ahí el «frenesí migrante» del verano pasado cuando el liderazgo de la UE en Bruselas y los principales países de la UE, incluyendo la Alemania de Angela Merkel, decidieron recibir varios millones de refugiados del Medio Oriente de un día para otro.
La opinión pública europea está ahora despertando a un punto de vista muy diferente. Y la clase política se da cuenta de que debe ajustarlo – o será barrida.
El régimen Schengen – que permite viajar libremente de un país a otro en la mayor parte del área de la UE – está siendo silenciosamente suspendido; todos los gobiernos de Europa están reimplantando los controles en las fronteras. El presidente socialista francés, François Hollande, ahora intenta despojar a los inmigrantes desleales y a los ciudadanos con doble ciudadanía de su ciudadanía francesa (una medida que precipitó la renuncia, el 27 de enero, de su súper-izquierdista ministro de Justicia, Christiane Taubira). También contrató nuevo personal para la policía y el ejército e incluso está considerando crear una milicia ciudadana. Merkel dice ahora que serán deportados los inmigrantes o refugiados que no cumplan con la ley. Incluso Suecia, actualmente gobernada por uno de los gabinetes más izquierdistas de Europa, ha estado ajustando sus muy liberales leyes en materia de inmigración y asilo.
La mayoría de los europeos están de acuerdo con este tipo de medidas. Y esperan medidas aún más drásticas.
Michel Gurfinkiel, miembro de Shillman-Ginsburg en el Foro de Medio Oriente, es el fundador y presidente del Instituto Jean-Jacques Rousseau, un grupo de expertos conservadores de Francia.
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