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| sábado noviembre 23, 2024

Pekude


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Moshe hace un recuento del oro, plata y cobre donado por el pueblo para la construcción del Mishkán – Tabernáculo. Betzalel, Ahaliav y sus asistentes confeccionan las Ocho Vestimentas Sacerdotales – la túnica larga de lino, los pantalones de lino, el turbante de lino, el cinturón, el delantal de lana, la placa del pecho, la túnica de lana y la placa de oro para la frente, de acuerdo a las especificaciones dadas a Moshe en la parashá Tetzavé.

El Mishkán es completado junto a todos sus componentes y traído frente a Moshe, quien lo erige y unge con Aceite de Unción e inicia a Aarón junto a sus cuatro hijos en el sacerdocio. Una nube aparece sobre el Mishkán, significando que la Presencia Divina vino a morar dentro de él.

 

CUENTAS CLARAS

 

La Parashá de esta semana comienza con un recuento de los materiales donados por los Hijos de Israel para la construcción del Santuario. Hasta el último gramo de metal, hasta la última hebra de tejido, de todo rindió cuenta Moshé. No debía quedar ninguna duda de de que todo había sido empleado en la obra. Que lindo sería que muchos siguieran el ejemplo de Moshé en estos tiempos en que la corrupción es moneda corriente.

 

No Despreciar el Potencial del Hombre

Adaptado de la Enseñanzas del Rebe de Lubavitch

 

En la Torá en general y en la Torá Escrita en particular, cada palabra y cada letra están sopesadas y medidas, y no hay ni un sólo carácter de más. Se aprenden gran cantidad de Halajot (leyes judías) de tan sólo letras.

Sin embargo, en las Parshiot de Vaiakel Pekude encontramos textos enteros que parecen estar de más: En estas secciones la Torá nos repite los detalles de la construcción Santuario, luego de haber sido ya enumerados todos ellos en las Parshiot anteriores de Trumá y Tetzavé. Si la intención de la Torá era contar que el trabajo se hizo exactamente de acuerdo a la orden de Di-s, alcanzaba con solo decir que los judíos erigieron el Mishkán de acuerdo a la indicación Divina.

Lo mismo sucede en Parshat Nasó, cuando la Torá nos relata sobre la inauguración del Santuario. Los doce jefes de las tribus trajeron ofrendas idénticas. ¡Sin embargo la Torá las describe doce veces consecutivas con los mismos detalles!

La respuesta a esto es, que las ofrendas eran iguales sólo exteriormente. En lo que hacía a su contenido y las intenciones de los que presentaban cada una era única y tenía sentido propio. Por eso la Torá no podía escribir que trajeron la misma ofrenda, ya que íntimamente eran diferentes.

De la misma forma podemos explicar la repetición de los detalles de la construcción del Mishkán en esta Parashá: El Santuario que Hashem ordenó levantar, es totalmente distinto al que los judíos levantaron en la práctica. Sólo en su descripción parecía el mismo, pero intrínsecamente su esencia era distinta. La Torá dice: «este es el recuento del Mishkán, el Mishkán del Testimonio». Nombra el término «Mishkán» dos veces. Esto sugiere la existencia de dos Santuarios- uno espiritual y uno material.

El primero de ellos era el Santuario espiritual que Hashem le mostró a Moshé en el Monte Sinaí. Y aunque ciertamente se habla allí de oro, plata y madera, de acuerdo a cómo Di-s se lo ordena a Moshé, y cómo Moshé escucha lo ordenado, y ve cómo son las cosas, lo primordial allí era lo espiritual. En cambio, en las Parshiot Vaiakhel – Pekude se habla de un Santuario físico propiamente dicho, el que construyeron los judíos en la práctica, en este mundo terrenal, con los elementos concretos que donó el Pueblo de Israel.

A pesar de que el Mishkán que le mostró Di-s a Moshé en el Monte Sinaí era sin dudas superior al realizado por los judíos en el mundo material, la Presencia Divina se hallaba fundamentalmente en el segundo. Como dice la Torá: «Y concluyó Moshé la labor» e inmediatamente después, «Y cubrió la Nube el Ohel Moed, y la Gloria de Hashem llenó el Mishkán»- A través del Santuario material específicamente, se cumplió la Voluntad de Di-s. De aquí podemos tomar una enseñanza significativa. A veces menospreciamos nuestro potencial espiritual y el valor de nuestros actos.

Uno puede pensar: «¿Quién soy yo para causarle placer a Hashem?». Nos enseña, entonces la Torá que por el contrario: justamente porque nos encontramos en este mundo terrenal, tan bajo y con sus limitaciones, es en estas condiciones que Di-s desea que cumplamos Sus preceptos. A través de ello somos nosotros, con nuestros actos, los que concretamos el objetivo y deseo Divino de: «hacer para El una morada en el mundo inferior». (www.es.chabad.org)

 

Cada rol es vital

 

Moisés les pidió a los judíos que donaran oro, plata y cobre para la construcción del tabernáculo. Al parecer, el más valioso y precioso de los metales era el oro, segundo la plata, y el más abundante y menos valioso era el cobre. Pero cada uno de estos tres metales se utilizaron para fines totalmente distintos en la construcción del Tabernáculo.

«El oro se utilizó para la obra santa… la plata para los zócalos del Santuario… el cobre para los zócalos del patio…» (Éxodo 38:24-31)

 

Una Lección de Vida

Oro, plata y cobre, todos servían con diferentes propósitos en la construcción del Tabernáculo. De hecho, cada metal dependía realmente de los otros metales para cumplir su propósito. Por ejemplo, el oro fue utilizado para construir el arca que albergaba la Torá, pero el arca necesitaba un patio a su alrededor que la protegía – y para construir ese patio se necesitaba la plata y el cobre.

Todos y cada uno de nosotros, en algún nivel, queremos cambiar el mundo. Sin embargo, a veces nos parece que en comparación a los demás, nuestras contribuciones no son tan importantes. ¡Pero lo contrario es cierto! El hecho de que una persona logre hacer su parte, casi siempre depende de que otras personas también hagan su parte. Por lo tanto, todos debemos contribuir de la manera en que Dios nos dio la oportunidad de hacerlo. Si no lo hacemos, literalmente, los demás no pueden hacer su parte.

A veces dudamos de si realmente tenemos lo que se necesita para marcar una diferencia, y cuestionamos aún más esto si comparamos nuestros talentos y recursos con otras personas que si están marcando una diferencia. Pero esto es sólo la mitad de la historia.

En cada proyecto que se termina hay muchas personas involucradas además de aquellos que están «al frente o al centro» del proyecto. Puede ser la persona que tuvo la visión inicial del proyecto, los que trabajaron en los detalles, o tal vez fue el que rescató el proyecto después de que el entusiasmo inicial se desvaneció. La conclusión es que todas estas personas hicieron que el proyecto tuviera éxito. Pero, de nuevo, todos dependían de que alguien más hiciera su parte, o si no, literalmente no habría lugar para su contribución.

Piensa en esto. ¿A quién le podría dar su dinero un filántropo si no hubiera alguien con ideas nuevas y emocionantes?

No cometas el error de pensar que tu contribución no va a marcar la diferencia. Al igual que en los días del tabernáculo, tu tienes la obligación de contribuir de acuerdo a tu capacidad. Ya sea que Dios te haya dado oro, plata o cobre, estás obligado a dar lo que puedas. Y recuerda, el que dona oro sólo puede hacerlo si el que tiene cobre dona también. Por lo tanto, no importa que metal tengas – si es tu dinero, tu tiempo, o tu ayuda – alégrate al saber que no sólo estás dando en la medida exacta en que Dios quiere que des, sino que estás sentando las bases para permitir que otros puedan dar también. (www.aishlatino.com)

 
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