A David Fremd, de bendita memoria, lo mató el odio irracional. En el caso de este asesinato, la motivación fue el antisemitismo de fuentes islamistas radicales, que no tenemos que adivinar sino que el propio homicida dejó en claro en su perfil de Facebook y hasta en sus declaraciones a la Justicia. Alá le había guiado para matar a un judío, explicó.
Igualmente letal es el odio con otros discursos de fondo, y por cierto no solamente contra judíos. Lo es el antisemitismo nazi que considera inferior e indeseable al judío y lo es el odio visceral de racistas contra negros, del que el Ku Klux Klan dio repetidas pruebas en demasiadas ocasiones. Y todo discurso de aquellos que se obsesionan con grupos o identidades a los que ven como enemigos. Los estigmatizan, los presentan en términos absolutos negativos, suelen también tener su arsenal de argumentos que supuestamente justifican el odio y pasan la culpa a la víctima, y preparan el terreno.
Lo clave es comprender que el discurso del odio no puede considerarse como parte de la libertad de expresión. Es todo lo contrario. Es el abuso de la misma, ya que conlleva riesgos de muerte.
La congresista demócrata norteamericana Gabrielle Giffords, militante contra el racismo que fue asesinada junto a otras 5 personas en Tucson, Arizona, en enero del 2011, en el ataque de Jared Lee Loughner contra una concentración del partido Demócrata, se había pronunciado en repetidas ocasiones contra la violencia en el discurso y el intercambio de opiniones, advirtiendo que esta no queda en las palabras y que su gran peligro es que puede traducir en hechos.
El trasfondo fue una foto de la política Sarah Palin que apareció marcando a mujeres demócratas como meta a abatir políticamente por sus posturas liberales. El problema es que Loughner lo interpretó de otra forma y salió a disparar. El cruento saldo fue de 6 muertos-entre ellos una niña de 9 años- y 14 heridos.
La lección es el riesgo mortal que transmite el discurso de odio, independientemente de si tienen detrás a una organización o a «lobos solitarios», como el asesino de Paysandú.
A estos últimos puede ser más difícil seguirlos o frenarlos, especialmente cuando las redes sociales están tan repletas hoy en día de millones de comentarios de todo cariz. Es imposible ir a tocarle la puerta a cada uno, se puede alegar. Pero seguramente hay casos que despiertan especial alerta. El hecho es que el Ministro del Interior Eduardo Bonomi declaró a El Observador TV, aunque sin ser claro en los detalles, que hay «algunas personas» a las que se está siguiendo, observando. No especificó por qué, dio a entender que no por vinculaciones terroristas sino con otras cosas, aunque no dijo bien cuáles, y agregó que «son pocas». Pero basta con una para causar una tragedia.
El peligro de la incitación es palpable, cuando hay dibujos de cuchillos ensangrentados en manos de jovencitos azuzados, cuando hay vituperios antisemitas, cuando son conceptos racistas la alerta, o comentarios violentos sobre homosexuales.
Y sí, si hay que seguir las redes sociales para ubicar los peligros, pues esa es una vía a tomar.
Hace muy pocos días se confirmó que la policía había detenido en Salto a un joven de 20 años porque defendía el nazismo en Facebook.
En un post publicado a raíz de ello, que el individuo, Emanuel Sneck Beckenbauer había escrito el 11 de febrero, dice así: «Hoy los llamamos a todos los extremistas del Uruguay , la Guerra es ahora o nunca. Muerte a los judíos, homosexuales y negros. Se declara hoy 11/2/16 la Guerra Social y Cívica Uruguaya. Somos más de 500 soldados dispuestos a atacar y formar nuestra legión. No perdonamos a nadie!»
¡Este tipo está loco!, dirán muchos. La pregunta es si la reacción queda ahí o se hace algo al respecto. También en el Facebook de Carlos Peralta, el sanducero convertido al Islam y devenido asesino, que se hacía llamar Abdallah Omar en árabe, uno de sus amigos comentó en tono jocoso que parecía un terrorista de Al Qaeda y que mejor ponga otra foto. La profecía se convirtió en realidad.
Las redes dan indicaciones claras y cabe esperar que haya, también en Uruguay, quien se encarga de seguirlas. ¿Se busca a los «500 soldados»? Cada uno , si existen, puede ser una bomba de tiempo. Porque después del discurso, el comentario, la palabra, viene la acción.
En un excelente análisis publicado en el portal ECOS por el conocido periodista Leonardo Haberkorn, bajo el título «La indiferencia mata», recuerda el caso del neo nazi uruguayo Héctor Paladino, señalando que durante mucho tiempo expuso la bandera nazi en su casa, de modo que era claramente visible a todos los transeúntes y quienes pasaban en coche por la esquina de Gonzalo Ramírez y Barrios Amorín, sin que nadie haga nada.
Permitir aquello en una esquina montevideana, era inadmisible. El problema fue que , como suele suceder, el discurso de odio mediante la presentación de una bandera que representa el mayor nivel de crueldad al que ha llegado la humanidad, no se limitó a eso sino que pasó a la acción , mató a dos personas y trató de matar a dos más. «Durante meses o años, Paladino había avisado. Solo que casi nadie se lo tomó en serio. Disfrazadas de tolerancia, la indiferencia, la pasividad estatal y ciudadana, y la aceptación del odio al diferente le costaron al Uruguay dos vidas inocentes», escribió Haberkorn.
El 21 de octubre de 1987, Paladino salió armado, mató al empresario judío Simón Lazovski,dueño de una mueblería, a uno de los Gerentes de Canal 4 Delfino Sicco y también hirió gravemente a Horacio Scheck, al intentar matar a su padre , que era gerente de Canal 12 y El País.
De allí, Paladino emprendió camino a mi casa en Pereira y Chucarro, el edificio «Shalom». Recuerdo que mamá atendió el portero eléctrico cuando sonó el timbre. Una voz desconocida le dijo: «Tengo un paquete para Jerozolimski». «¿De parte de quién?», preguntó mamá, lo cual al parecer lo descolocó. Ella bajó, recuerdo mi advertencia de cuidado -pensando en un ladrón, no en un nazi- y volvió diciendo que no había nadie. A la mañana siguiente, temprano, llamó mi tía, hermana de papá. «¿Leyeron? Paladino tenía planeado matar también a José». Al entregarse a la policía después de los dos homicidios, confesó que había ido también a matar a José Jerozolimski, mi padre, Director de Semanario Hebreo, pero que no lo había encontrado.
Fui al funeral de Simón Lazovski, al que no había conocido, porque su hija Viviana era compañera de estudios en mi generación de la Escuela Integral. De no ser por aquella pregunta de mi madre, quizás ese mismo día, mis compañeros me habrían acompañado a mí a despedir a papá. En el Cementerio Israelita de La Paz, el mismo en el que medio millar de personas, judíos y no judíos, sanduceros y montevideanos, en medio de una lluvia torrencial, despidieron hace pocos días a David Fremd.