El asesinato del comerciante judío sanducero David Fremd, un hombre apreciado y miembro destacado de su localidad y su colectividad, constituye un acontecimiento lamentable y preocupante.
Si bien en cierto modo fue inesperado, por su ocurrencia en una ciudad relativamente pequeña que podría pensarse a salvo de los grandes conflictos que sacuden a la humanidad. Por más que hoy sabemos que no existe rincón del globo, por más idílico y alejado que parezca, a salvo del antisemitismo, una práctica bárbara que se renueva al ritmo de los tiempos. Un monstruo en transformación incesante que no reconoce continentes, culturas o ciudades.
Tampoco es casual que el atentado se haya producido invocando a Alá o mencionando a Al Qaeda, ni que, responsabilizando a los dioses de las vilezas humanas, su autor pretenda en ésta, su actual presentación político-religiosa, justificar así el homicidio en cadena de los judíos en el mundo. Desde la cosmopolita Buenos Aires, a la relativamente aldeana Paysandú. Por más que el antisemitismo como género resulte tan viejo como la propia existencia del pueblo judío, alcanzó su pico más extremo con el Holocausto practicado hace unos decenios por la Alemania nazi. Sólo necesita algún pretexto de cualquier orden o naturaleza para volver a hacerse presente. Alcanza cualquier malestar colectivo, pocas imágenes en Internet o la invención de alguna fábula, por más descabellada que ella sea, para ponerlo en movimiento e incitar a hombres u organizaciones a martirizar judíos.
Puesto que el antisemitismo (o más bien la judeofobia) es una de las más antiguas constantes de la humanidad, el mejor pretexto para crear identidades reactivas en tiempos difíciles, poco de novedoso se puede agregar sobre el mismo más que mostrar su irracionalidad asociada a su formidable capacidad para convocar las peores pasiones humanas. Pese a que aún no se haya podido explicar cabalmente cómo en su momento logró seducir al pueblo más educado de Europa. Sólo sabemos que hubo un antisemitismo fundado en el rechazo al extranjero, al otro, al distinto. Existe un antisemitismo religioso que el cristianismo, tesis deicida mediante, lideró durante mucho siglos; otro biológico que rechaza al judío como un virus incrustado en el tejido social presto a exterminar al organismo al que infecta. Otro, amado por las derechas xenófobas, fundado en la defensa de la patria. Otro celoso de los logros materiales judíos, su riqueza, su alegado espíritu capitalista, su astucia comercial. Otro que hace caudal de sus hábitos revolucionarios, o sus capacidades intelectuales opuestas a la sana vitalidad de los pueblos. Otro que denuesta por igual sionismo y judaismo. Otro que suma todos los anteriores o varios de ellos.
Quizás hoy, más allá de la actual variante político-religiosa, virulenta y organizada, virtual y muy real, sus otras manifestaciones se encuentren más larvadas, a la espera, sin saberlo, de su desborde. Ésta es la que se presentó en el Uruguay. Pero no es la única. No es la que accionó el cuchillo o motiva a inmolarse; se manifiesta en el eco callado, en la defensa justificatoria que estos atentados producen en muchos, aún cuando condenen el exceso. Pero sin su anuencia, sin su respaldo anónimo, quizás la judeofobia comenzaría a desaparecer. Sería el modo de borrar una injusticia milenaria.
http://www.elpais.com.uy/opinion/antisemitismo-constante.html
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