Muchos llaman al paseo marítimo entre Tel Aviv y Jaffa el “paseo de la coexistencia”. En este lugar, israelíes judíos y árabes, ortodoxos y laicos, cristianos y musulmanes, e incluso grupos de palestinos de Cisjordania que llegan en autobuses organizados para visitar el mar se cruzan a todas horas del día. Hace poco más de dos semanas, cuando como cada día al atardecer hacía una caminata, se escucharon gritos a cientos de metros. En segundos aparecieron decenas de coches de policía y ambulancias que se lanzaron sobre el final del paseo.
A lo lejos, vimos un joven guitarrista callejero y melenudo que golpeó a un joven palestino en la cabeza con su guitarra. El palestino era un joven de 22 años procedente de la ciudad cisjordana de Kalkilia que acababa de volver de una peregrinación a la Meca. Acababa de apuñalar y matar a un turista americano que paseaba con su mujer e hirió a otras diez personas. A pesar de estar aturdido por el golpe del guitarrista, huyó de los policías que le seguían e intentó atacar a la gente que se encontraba en los coches atascados en un embotellamiento hasta ser abatido por un policía entre gritos exaltados: “¡Dispárale, dispárale!”
El incidente causó mucha sorpresa en esta zona turística de Tel Aviv y de Jaffa que cuenta con una gran población árabe ya que nunca se había producido un atentado en ella. El día siguiente a la misma hora, acudí al paseo. Cientos de personas, a pesar de la oscuridad y de lo que había ocurrido tan sólo hacía 24 horas, paseaban y hacían jogging como cualquier otro día, hombres y mujeres solos a pesar del temor, aunque con una mayor presencia policial de lo habitual.
Israel convive con el terrorismo desde hace décadas. Pero uno de los momentos más duros fue durante la Segunda Intifada, que estalló en septiembre del 2000, cuando cerca de 200 bombas humanas palestinas intentaron o lograron detonarse en centros comerciales, bares o autobuses. Lo más impresionante era que, horas después de los ataques, la rutina volvía como si minutos antes no hubiesen restos humanos colgados de los árboles. A pesar de la presencia del terrorismo, los israelíes siguen sus vidas de forma normal y democrática. A pesar de la ola de apuñalamientos que se vive desde octubre, estos días miles de judíos israelíes disfrazados salen sin temor a celebrar en las calles el Purim, o carnaval judío.
Sin embargo, los israelíes no esconden su temor ante el terrorismo y los sectores más nacionalistas piden al gobierno que adopte medidas más duras contra los terroristas. Para un israelí es normal abrir su bolso y dejar que el guardia de seguridad del teatro, del cine, del banco, de la discoteca, del estadio de fútbol, del centro comercial o incluso del parvulario inspeccione su contenido, o que le interrogue sobre sus planes. En el país hay cerca de 200.000 personas cuyo trabajo es ése.
Desde los atentados de Bruselas, Israel recibe decenas de solicitudes de compañías aéreas y aeropuertos de todo el mundo para mejorar sus planes de seguridad. “El objetivo de estas demandas es aprender las estrategias de Israel para evaluar la peligrosidad de cada pasajero. Eso ya había ocurrido después de los atentados del 11-S”, dijo a este corresponsal el exjefe del Estado Mayor israelí y exministro de Defensa y primer ministro, Ehud Barak. “Israel se enfrentó a la amenaza de los secuestros aéreos hace ya medio siglo, y desarrollamos una solución muy barata que nos costó unos 12.000 dólares por avión. Consistía en crear una doble puerta para acceder a la cabina de pilotos en los aviones.
Barak, al igual que otros expertos en seguridad de Israel, creen que Europa, tras los ataques de Madrid, Londres y, más recientemente, París y Bruselas, y ante las amenazas del Estado Islámico de atacar otras capitales, tendrá que desarrollar un plan de seguridad similar al de Israel: “No se puede impedir al 100% las intenciones de los terroristas de llevar a cabo ataques contra la población, pero se puede reducir mucho sus probabilidades de éxito”.
En el aeropuerto internacional de Ben Gurión, por ejemplo, las medidas de seguridad empiezan mucho antes de alcanzar la terminal. Varios kilómetros antes de llegar se ha de atravesar un puesto de control de carretera, donde agentes armados llevan a cabo un primer interrogatorio. Antes de entrar en la terminal existe otro filtro y en la terminal agentes de paisano armados se mezclan con los viajeros. Antes de la facturación, hay aún otro corto interrogatorio.
Algunos dicen que Europa se convierte ahora en algo parecido a una gran Israel. El terrorista número uno de la historia, Osama Bin Laden, fundador de Al Qaeda, decía que las decenas de millones de musulmanes en Europa debían convertirse en la quinta columna.
En Israel, la reacción ante tales amenazas es construir barreras y muros de seguridad, que han provocado grandes críticas internacionales, y autorizar una amplia actividad de inteligencia en el seno de las organizaciones atacantes, asesinando a sus líderes.
El ex jefe del Mossad, Efraim Halevy, cree que el gran reto de Europa será distinguir entre las decenas de millones de ciudadanos musulmanes inocentes, que sólo quieren vivir sus vidas en paz, y los entre cinco y doce mil jihadistas que juraron fidelidad al EI.
Un alto funcionario de la inteligencia israelí, que por casualidad se encontraba a pocos metros de uno de los atentados en Bruselas, suspiró con incredulidad: “Lo que más me choca a mí de la parálisis que veo en Bélgica y en algunos países europeos es que tienen en sus cárceles a terroristas que saben exactamente dónde y cuándo será el próximo atentado, pero por miedo a las críticas y por ceñirse a lo políticamente correcto, no se atreven a sonsacarles la información. En Israel la tortura es ilegal, pero cuando tenemos en nuestras manos a terroristas considerados bombas de relojería, usamos sistemas de interrogatorio más firmes, supervisados por los tribunales como en cualquier democracia, para obtener información que podría salvar cientos de vidas”.
El autor del ataque al Museo Judío de Bruselas en el 2014 huyó a Francia, donde fue arrestado. Según fuentes israelíes, ha guardado silencio desde que entró en la cárcel en Bélgica y las autoridades respetan su derecho a permanecer callado. Los franceses, conscientes de las limitaciones de los belgas, les piden que extraditen a los terroristas, como Salah Abdeslam, uno de los atacantes del 13-N.
Una de estas tardes volví al paseo entre Tel Aviv y Jaffa. Junto al restaurante Manta Rey, un local joven y popular lleno de gente disfrazada celebrando Purim, un niño tiró un petardo en la acera. La gente se estremeció por un momento. Pero pronto continuaron bailando y charlando.
Isolde, vamos a saber lo que vale un peine?
Hace unos días, uno de esos ejemplares de IS, en un vídeo advertía que Al-Andalus volvería a sus dueños, a ellos claro está, citaba a Toledo, Cordova, Xativa …. y se quedaba tan ancho.
Y acababa diciendo que las íbamos a pasar camitas. !!