Los yihadistas suicidas deberían saber que se humedecerán sus restos con grasa de cerdo, de manera que serán expulsados en ese momento del Paraíso para ingresar en el más horrible de los infiernos.
Medio milenio antes de que naciera el cristianismo, que es seis siglos más antiguo que el islam, en China se usaba la fuerza del enemigo para vencerlo: “Tu mejor energía es la del contendiente”, decía el general Sun Tzu, padre de las grandes estrategias militares.
La mayoría de los eruditos musulmanes creen un muerto con una sola gota de grasa de cerdo sufre la peor y más eterna de las condenas.
Aunque algunos sabios del islam, muftíes, imanes, jeques u otros nieguen el castigo, hay muchos más que plantean la irreversibilidad del daño a las almas profanadas.
En cualquier caso, y aunque algunos yihadistas crean que nadie les va a quitar sus huríes, la mayoría mantiene esa duda, que en Occidente debe estimularse por todos los medios.
Pero los occidentales se enfrentan a un inconveniente que no deja de ser otra superstición: que el cuerpo de los muertos es sagrado y debe someterse a sus ritos religiosos.
Es por eso que en lugar de castigar ejemplarmente a Bin Laden aplicándole lo que creen sus seguidores que sería enviarlo el peor de los males, Barack Obama ordenó seguir las ceremonias tradicionales suníes para enviarlo a sus huríes y a sus ríos de miel y deliciosos vinos, que en el Paraíso no están prohibidos.
Fue una ocasión para, al menos, reducir el número de terroristas, para satanizar a Bin Laden y advertirle a todos los yihadistas de que les ocurriría igual.
Mientras no enviemos al infierno a esos cadáveres seguiremos siendo víctimas de la cada día más activa yihad.
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.