Los trágicos atentados que sacudieron Bruselas días atrás pusieron de relieve, una vez más, la necesidad imperiosa de aumentar la seguridad en las capitales europeas. Entre lo que está en discusión, el saldo de 13 muertos en el principal aeropuerto belga manifiesta —como quien dice— que hecha la ley, hecha la trampa, y que aún con tantos mecanismos de seguridad, las terminales internacionales siguen siendo territorio accesible para el terrorismo.
El hecho de que se hayan producido explosiones en uno de los aeropuertos más transitados de Europa en la era post 9/11 dice mucho acerca de las deficiencias en materia de seguridad. Pese a las nuevas tecnologías y a los controles espinosos, evidentemente los mecanismos para salvaguardar al pasajero de la ira terrorista no alcanzan. Con justa razón, la prensa ha recogido el caso para relanzar el debate acerca de la seguridad aeroportuaria. ¿Es necesario que las autoridades extiendan los controles más allá de las puertas de embarque, a expensas de la comodidad y la privacidad de los usuarios? Parece evidente que, lamentablemente, la respuesta es sí.
Tal vez Israel tenga respuestas. No por poco, dada su tenaz experiencia con el terrorismo, tiene uno de los aeropuertos más seguros del mundo. En el aeropuerto Ben-Gurión de Tel Aviv, no necesariamente hay que sacarse el cinturón y los zapatos, y, no obstante, a uno lo están mirando constantemente. Si bien este logro no vino sin sus propias polémicas, lo cierto es que la doctrina de seguridad israelí es exitosa y podría ser replicada en las terminales internacionales; especialmente en las occidentales, acaso las más endebles a convertirse en blancos de la furia yihadista.
La doctrina de seguridad israelí se basa en la controversial técnica de perfil racial o profiling. Implica que aquellos con rasgos árabes o musulmanes acaparan atención especial por su mera condición étnica o religiosa. Bien, aunque el personal de seguridad se toma su tiempo con algunos más que con otros, cada individuo es “escaneado” por un oficial entrenado, que analiza los gestos corporales, oculares, como así también el tono de voz del pasajero.
Para los expertos israelíes, la tecnología por sí sola no es suficiente para frustrar un ataque. En este aspecto, los escáneres de cuerpo entero (utilizados en algunos aeropuertos), si bien ayudan, no son sustitutos para el profiling. Según sus promotores, este permite detectar rápidamente a los pasajeros potencialmente peligrosos y, en definitiva, cualquiera que haya transitado por el aeropuerto Ben-Gurión sabe, a diferencia de las terminales europeas, que allí la seguridad pasa más por el contacto visual que por los controles de equipaje.
Según Pini Schiff, ex jefe de seguridad en el aeropuerto de Ben-Gurión: “Si proporcionas un sistema de círculos de seguridad, tu habilidad para localizar a un pasajero supuestamente sospechoso es de seis kilómetros antes de que entre al edificio de la terminal”. “Todo auto, cada conductor y cada pasajero tienen que ser revisados antes de que entren a un área pública del aeropuerto, y esto no lo hace ningún país en el mundo”. Siguiendo con estas líneas, Schiff le dijo a The Jerusalem Post que como el 99,9% de los pasajeros no son terroristas, no es eficiente gastar tiempo, tecnología y recursos en revisar a todo el mundo. Por el contrario —insiste el experto— la clave reside en definir al que es terrorista dentro del 0,1% restante.
El caso por la israelización del tráfico aéreo no es enteramente nuevo. La cuestión viene tratándose mediáticamente desde hace por lo menos seis años, cuando la seguridad del aeropuerto Schiphol en Ámsterdam no fue capaz de detectar a un joven nigeriano terrorista. Conocido como “el bombardero de la ropa interior”, este pasajero viajaba sin equipaje y con un ticket comprado en efectivo. Por fortuna, el atentado que planeaba a bordo de un vuelo con destino a Detroit falló, en parte gracias a la rápida respuesta de los pasajeros. Desde la óptica israelí, este incidente, ocurrido el 25 de diciembre de 2009, pone de manifiesto que la tecnología no puede competir con un ojo bien entrenado.
Desde luego, sería insensato argüir con total firmeza que, de haber sido implementado en el aeropuerto de Bruselas, elprofiling hubiera servido para detectar a los perpetradores de los atentados. Lo que sí puede decirse con total certeza es que dicho sistema sería muy difícil de implementar en el contexto europeo.
Como primera medida, está el impedimento que representa el discurso políticamente correcto. Como los musulmanes serían revisados más rigurosamente, para el establecimiento político tradicional el profiling representa una práctica racista inviable. Luego, en segundo término, hay consideraciones financieras. En rigor, la seguridad suele concentrarse en el momento de pasar por migraciones y antes de ingresar a una terminal de embarque. Dado que hoy en día los aeropuertos internacionales se asemejan a centros gastronómicos y comerciales, expandir los controles de seguridad para abarcar holísticamente a la complejidad de las instalaciones representaría un gasto importante, sin hablar de las inconvenientes demoras que deberían soportar los pasajeros.
De acuerdo con expertos citados por NBC News, estas medidas engorrosas sólo transferirían el riesgo de un sitio a otro. La mayor concentración de personas en un lugar, con motivo de mayores filas, se convertiría en otro riesgo potencial. Por otro lado, cabe resaltar que el profiling no es infalible. Aunque sea de modo parcial, fue puesto en marcha por la compañía israelí (ICTS International) encargada de la seguridad en Schiphol cuando el terrorista nigeriano se subió en la navidad de 2009 al vuelo con destino a Detroit.
Habiendo dicho esto, es innegable, en todo caso, que la seguridad a la usanza del aeropuerto Ben-Gurión se ha vuelto en un modelo a considerar. Paradójicamente, según lo sugerido por el sitio especializado DEBKAfile, semanas antes de los atentados en Bruselas, el Gobierno belga habría contratado a una firma israelí para asesorar el estado de la seguridad en los aeropuertos del país. Las autoridades belgas habrían sido advertidas sobre severas falencias en los aeropuertos, que los convertían en puertas abiertas para posibles yihadistas procedentes de Argelia, Túnez y Turquía.
En este aspecto, un dato a considerarse es que, en contraste con los aeropuertos europeos, el aeropuerto de Tel Aviv no depende de compañías privadas para su seguridad. No subcontrata o terceriza a empleados, y más bien recurre a graduados del Ejército especialmente entrenados en detectar potenciales peligros. Como expresa Schiff, los controles se superponen en círculos (concéntricos) y nada se deja al azar.
Como reflexión final, en tanto argentino, los fatídicos acontecimientos en Bruselas hacen que uno se replantee la seguridad en casa. Quien haya tenido el privilegio de volar a través de América Latina conoce que la seguridad es bastante holgada. Pese a que en algunos sitios se toman la cosa más en serio, como en Bogotá y en Lima, en balance daría la impresión de que abundan las fallas. Ni que hablar del aeropuerto Ezeiza de Buenos Aires, en donde a uno no lo revisan al entrar, sino más bien al salir, particularmente en función de detectar qué artilugio tecnológico usted se compró en el exterior, para proceder a cobrarle impuesto o coima.
Lamentablemente, el continente americano no desconoce el terrorismo y en tanto la seguridad no sea tomada con la debida seriedad, existirá el riesgo de ataques. Mientras, las circunstancias imparten que es momento de sacrificar confort en función de viajar con la confianza de que podrá volver a repetir la experiencia. Quizás sea momento de que las autoridades pertinentes estudien esta israelización del tráfico aéreo con detenimiento, o que por lo menos tomen cartas en el asunto para salvaguardar la vida frente al flagelo del terrorismo.
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