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| domingo diciembre 22, 2024

Signos de normalización del mundo árabe con Israel


Cada vez que expreso optimismo sobre las mejoras continuas en las relaciones de Israel con el mundo árabe, siempre me hacen la misma pregunta: ¿Cómo puedo ser optimista acerca de las relaciones con los países cuyas poblaciones mayoritariamente detestan a Israel y son a menudo antisemitas para empezar; cuyos gobiernos propagan activamente tales sentimientos a través de los programas escolares y los medios estatales, mientras trabajan en contra de Israel en todos los posibles foros internacionales? Mi respuesta es que nada de esto es nuevo. Lo que es nuevo es el creciente número de personas en el mundo árabe dispuestas a desafiar públicamente estas actitudes. De hecho, en las últimas semanas, apenas ha pasado un día sin otro ejemplo de ello.

Tal vez el más notable ejemplo es el reciente acuerdo entre Egipto y Arabia de la semana pasada en el que Egipto transfiere el control de dos islas del Mar Rojo que pertenecían antes a Arabia Saudita.

Desde esas islas se puede efectivamente bloquear el acceso internacional al puerto de Eilat de Israel, y uno de esos bloqueos fue la causa inmediata de la Guerra de los Seis Días de 1967, durante la cual Israel las capturó. El tratado de paz de 1979 entre Egipto e Israel, estipuló la devolución israelí de las islas a Egipto a cambio de una promesa de libertad de navegación en el Mar Rojo – una promesa que se vería amenazada por la transferencia del control egipcio de las islas a Arabia, y por lo tanto, afectaría al tratado que Israel tiene con Egipto.

Israel dio su consentimiento debido a que Riad entregó un escrito que expone su compromiso de cumplir con los términos del tratado entre Israel y Egipto.

Por otra parte, el canciller saudí Adel al-Jubeir reiteró este compromiso públicamente en una entrevista con medios de comunicación árabes: «Los compromisos a los que Egipto está atado en el tratado de paz, serán honrados, incluyendo el estacionamiento de una fuerza internacional en las islas… Estamos comprometidos con el hecho de que Egipto se ha comprometido ante la comunidad internacional».

Eso es un cambio impresionante para Arabia Saudita, que había roto en su momento relaciones con Egipto por haberse atrevido a firmar el tratado de paz con Israel, y que todavía no tiene relaciones diplomáticas con Israel. En otras palabras, Arabia Saudita se comprometió formalmente a un tratado de paz con un estado al que oficialmente no reconoce.

Unos días más tarde, un ex diplomático iraquí llegó a Israel como invitado oficial y altamente público del Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel. Hamad al-Sharifi sirvió en las embajadas iraquíes en Kuwait y Jordania, y como asesor del Ministerio de Defensa de Irak. Antes de venir, declaró: «Me considero un amigo de Israel. En este momento, los árabes tienen que entender que no hay conflicto entre Israel y los países árabes, sólo un conflicto entre Israel y Palestina». Y después de llegar, dijo a los funcionarios israelíes que no permitan más visitas secretas de funcionarios árabes, porque «para que las barreras se rompan, las visitas deben hacerse a la vista del público».

Luego está el informe de un diario libanés sobre una iniciativa sin precedentes por un grupo de maestros del Líbano: quieren que el plan de estudios del país revise la remanida «animosidad contra la opresión de entidad sionista» de la lista de objetivos. Ellos plantean que «no queremos educar a nuestros hijos a odiar». Y, además, sostienen que «es tonto centrarse exclusivamente en Israel cuando hay otras prioridades apremiantes», como «la lucha contra el extremismo religioso que amenaza a los países árabes.»

Mientras que el Líbano discute los cambios de su plan de estudios, otro país árabe en realidad ya lo hizo a principios de este año: por primera vez en los 37 años desde que se firmó el tratado de paz entre Israel y Egipto, los libros de texto egipcios han comenzado a caracterizarlo como algo positivo que ofrece a Egipto numerosos beneficios, entre ellos «el mantenimiento de la estabilidad interna de los países árabes»; «el impulso del desarrollo económico y social y la mejora de las infraestructuras del Estado»; «el fomento a la inversión árabe y extranjera en Egipto y en los otros estados árabes»; y el aumento del turismo.

También por primera vez, los libros de texto ahora sostienen que el tratado pidió el establecimiento de «relaciones amistosas» con Israel, en lugar de simplemente «relaciones normales».

Otra prueba del descongelamiento de las relaciones llegó el mes pasado, cuando un gran banco egipcio de propiedad estatal por primera vez publicó el tipo de cambio oficial entre la libra egipcia y el shekel israelí.

Es evidente que cada uno de estos movimientos hacia la normalización provoca una reacción violenta, y no es sorprendente que la reacción a veces funcione. El mes pasado, por ejemplo, un jefe de seguridad de Dubai levantó olas con el lanzamiento de una campaña en Twitter para las relaciones de amistad con Israel, entre otras cosas, pidiendo «una coalición con los judíos contra los enemigos de Oriente Medio» e instó a sus seguidores a «no tratar a los judíos como enemigos, sino como primos con conflictos sobre la herencia de la tierra». Debido a las violentas reacciones, volvió pronto a la dieta árabe estándar de tuits antisemitas y anti-israelíes.

La parte sorprendente es la frecuencia con que los proponentes del cambio se niegan a dejarse intimidar. En febrero, por ejemplo, escribí sobre Tawfik Okasha, el parlamentario egipcio que se reunió públicamente con el embajador de Israel y propuso que se pida a Israel mediar en la disputa por el agua de Egipto con Etiopía. Poco después, sus colegas parlamentarios votaron abrumadoramente su expulsión de la legislatura por el «delito» de violar la política anti-normalización. Se podría pensar que esto sería suficiente para intimidar a cualquiera que comparta sus puntos de vista. Pero un mes más tarde, otro diputado egipcio, Sayyid Faraj, anunció que quiere organizar una delegación parlamentaria para visitar la Knéset con el fin de «aprender del desarrollo económico de Israel y, en general, aprender de la experiencia de Israel.»

Obviamente, todo lo anterior son sólo los primeros pasos en un camino muy largo; que tomará décadas, si no generaciones, para que estos puntos de vista se dispersen a la opinión pública árabe más amplia. Sin embargo, para la mayor parte de las siete décadas desde el establecimiento de Israel, no ha habido ningún movimiento hacia la remodelación de las actitudes del público; incluso grandes eventos como los tratados de paz con Egipto y Jordania se daban estrictamente de gobierno a gobierno, y no entrañaban ningún esfuerzo para cambiar la percepción popular de Israel como un enemigo odiado. El modo frío de encarar el tratado de paz en los libros de texto egipcios es un ejemplo perfecto; así, también, es el hecho de que durante décadas después de la firma del tratado, el ejército de Egipto se continuó entrenando principalmente para la guerra con Israel.

Así, el hecho de que estas actitudes, finalmente, están siendo cuestionadas por los propios árabes es de importancia real. No dará lugar a ningún cambio práctico en las relaciones árabe-israelíes durante mucho tiempo por venir. Pero es un primer paso necesario para tal cambio, y como tal, constituye un motivo genuino para el optimismo.

 
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