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| jueves noviembre 21, 2024

La frágil buena vida de Emiratos


En una región de guerras civiles (Siria, Yemen, Libia), dictaduras en trance de consolidación (Turquía, Egipto), desarrollos nucleares (Irán) y potenciales catástrofes hídricas (Irak), ¿dónde puede uno vivir una buena vida, aparte de en Israel? Quizá sorprendentemente, en los Emiratos Árabes Unidos, un país del Golfo Pérsico.

Pese a los numerosos desafíos que tiene planteados –la cercanía de Irán e Irak, la práctica ausencia de agua dulce, el derrumbe de los precios del petróleo, el hecho de que 8 de cada 9 residentes sean extranjeros, el islamismo violento al acecho–, sus 10 millones de habitantes tienen un buen vivir.

Dos hechos básicos marcan la pauta. En primer lugar, Emiratos tiene la distinción casi exclusiva (junto con Suiza) de estar gobernado por un comité: el integrado por los siete gobernantes de los siete emiratos que lo conforman. Son gobernantes, por cierto, que pertenecen a familias influyentes y extensas. Tal combinación dificulta que un individuo domine el país o lo gobierne de manera narcisista. Al mismo tiempo, cada soberano (en especial, el emir de Dubái) disfruta de amplia libertad en sus dominios, lo que da a cada emirato un carácter específico.

En segundo lugar, el acuerdo entre gobernantes y gobernados hace que los primeros tengan una gran autoridad a cambio de que procuren estabilidad y prosperidad. Como en otras monarquías del Golfo Pérsico (con la excepción de Kuwait), una combinación de pasado tribal y presente signado por la riqueza petrolera ha creado una sociedad en la que apenas se da el habitual toma y daca político, cuyo lugar ocupa un paternalismo que aúna el poder de un Gobierno que no necesita recaudar tributos con la protección de un liderazgo tribal. En vez de democracia, los gobernantes albergan veladas políticas abiertas a todo.

El paternalismo se cifra en una norma sencilla: no desafiar a los gobernantes; jamás intentar reducir su poder; mantener el decoro y la discreción públicos. El resultado es una sociedad centrada en las relaciones sociales y familiares; en el ir de compras, el entretenimiento, los viajes y otros placeres inocentes para niños, familias y parejas. El erotismo, la tensión y el radicalismo no son bienvenidos. Las informaciones tienden a ser ligeras, versar sobre las reuniones del emir, las fluctuaciones del precio del petróleo, los horarios de apertura de los comercios, el cierre de los puentes, el horario de las plegarias y las competiciones deportivas. El flamante Hotel Atlantis de Dubái evoca Las Vegas, excepto por el hecho de que el juego, la juergas alcohólicas y la prostitución son, a distintos niveles, ilegales. La Global Village, también en Dubái, parece una réplica de Disneylandia.

En el ámbito privado, a los residentes (tanto súbditos como expatriados) se les deja bastante en paz. Las discusiones sobre política, ideología, alcohol, drogas y sexo son ignoradas siempre que medie la prudencia y no amenacen el orden público en ningún momento. Hay cámaras por doquier, pero las cintas sólo se revisan por algún motivo concreto.

Aunque el sistema funciona en líneas generales, puede resultar restrictivo a los extranjeros habituados al alboroto de la libre discusión pública, a la autoexpresión en grado máximo y al derecho a desafiar las costumbres. A todo aquel que quiera ir más allá de los límites aceptables se le aconseja que se vaya a vivir a cualquier otro lugar, dado que los castigos pueden ser harto severos.

Dos ejemplos: una pareja británica que se conoció en una fiesta de champán a raudales cometió el error de ir a la playa a besarse (su versión) o a mantener relaciones sexuales (la versión del Gobierno). Enseguida se vieron desposados a la fuerza, multados, profundamente perturbados, condenados a tres meses de cárcel y deportados. Una mujer australiana irritada por que un coche estaba ocupando dos plazas reservadas a minusválidos conocía lo suficiente las costumbres emiratíes para opacar la matrícula del referido vehículo antes de subir una foto sobre lo sucedido a Facebook; aun así, el propietario del vehículo se presentó a las autoridades diciendo que había sido objeto de ultraje. Al poco arrestaron a la australiana, la desnudaron para someterla a registro, la condenaron, la encarcelaron y finalmente la deportaron.

Peor aún: la familia gobernante puede comportarse de muy malas maneras con completa impunidad. Isa ben Zayed al Nahian, hermano del emir de Abu Dabi, se grabó torturando sádicamente y casi matando a un mercader afgano al que acusó de estafarle 5.000 dólares. Pero, a diferencia de la mujer australiana, Isa no sufrió consecuencia alguna porque el ministro del Interior, otro de sus hermanos, lo arregló todo para que se le tuviera por inocente.

Afortunadamente, debido a las restricciones sociales, esta clase de depravación es bastante rara en los Emiratos. Comparado con la mayoría de los países de Oriente Medio, ha dado con la fórmula del éxito. El gobierno en comité tiene sus limitaciones, pero, comparado con las dictaduras del entorno, luce bastante bien. La hipocresía no es encantadora, pero ha vencido a la opresión religiosa que se puede encontrar en la vecina Arabia Saudí.

Mi conclusión es cauta. Sean las que sean las fallas de Emiratos, y las hay en abundancia, pugnar por un Gobierno más democrático y una sociedad despreocupada puede abrir este oasis de calma y apertura a las furias que dominan el resto de la región. Mejor dejarlo como está y potenciar su influencia en la zona.

© Versión original (en inglés): danielpipes.org

© Versión en español: Revista El Medio

 
 
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Dios bendiga a Israel, a pesar de los antisemitas y los tontos que quieren destruirlo.

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