En Colombia, como en otras latitudes, se pasea por las redes sociales el discurso del movimiento BDS (Boicot Desinversiones Sanciones), que pretende desestimular la inversión y promover el bloqueo cultural, deportivo y académico a Israel. Justificándolo con la noble causa de defender a los palestinos de Cisjordania y Gaza, los promotores camuflan una forma sutil de antisemitismo.
BDS es la reedición de aquellos odios que aún hoy nos avergüenzan a todos, es el nuevo vestido de la Noche de los Cristales Rotos. BDS ataca las finanzas de Israel y, de paso, de la comunidad judía, porque sabe que la economía es uno de los pilares de esta nación que con muy poco ha hecho mucho, en un barrio donde los vecinos con mucho han hecho poco.
Israel es hoy el país con mayor número de ingenieros (en proporción de su fuerza laboral) y cerca de la mitad de la población tiene título universitario. Es el segundo en número de empresas de emprendimiento tecnológico, recicla el 75% del agua que utiliza y cuenta con más empresas cotizando en Nasdaq que Corea, Japón, Singapur, China, India y toda Europa combinada. Todo eso en un territorio del tamaño de Cundinamarca, con más de la mitad de la superficie ocupada por arena.
Cierto es que las fuerzas políticas de Israel en su paso por el poder han cometido errores, y he ahí una de las trampas de BDS: confundir decisiones de gobierno con los intereses de la comunidad judía y con la existencia de una nación única en Oriente Medio. Israel exhibe una democracia funcional: hay allí libertad de expresión y de prensa, se acoge a la empresa privada, se practica el libre mercado, la oposición tiene garantías y la justicia es rabiosamente independiente.
Mientras en la región se marchita cualquier expresión religiosa diferente al Islam, en Israel, siendo un estado judío, se protege la libertad de culto. Ese Israel que señalamos con dureza única es lo que más se parece en esa parte del mundo a lo que queremos ser aquí, y lucha contra formas de terrorismo que nos recuerdan a las que aún padecemos.
El pueblo palestino tiene todo el derecho a tener su propio Estado, como se intentó en 1947 con una resolución de Naciones Unidas para la partición de Palestina que fue respondida con una guerra para acabar con Israel. Pero, por su bien y el de todo el Planeta, debe antes asegurarse de que su futuro político (gracias a una débil Autoridad Nacional) no siga tras bambalinas en manos de Hamás y Hezbolá. Los palestinos siguen siendo manipulados y utilizados como piezas de un ajedrez en el que son peones de intereses ajenos.
Toda conversación de geopolítica que parta del supuesto de la desaparición de Israel es un atentado a la realidad de un país que pronto cumplirá 68 años. Y que nunca ha querido nada diferente a la tranquila convivencia, a que se le reconozca su derecho a existir y a tener fronteras definidas. Pasar de azuzar a los perros de la guerra contra Israel al deplorable intento de asfixiarlo económicamente, es un atajo que no va a funcionar.
Los judíos no les hacen a los palestinos lo que a ellos los nazis. ¡Tamaño despropósito enarbolado por seguidores de BDS! Lo único que quieren los judíos es que no les hagan lo de todos los siglos: intentar borrarlos del mapa.
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