Cuando, hace de esto casi tres décadas, traduje al español el Séfer ha-bahir o Libro de la claridad, obra clave en los estudios kabalísticos medievales, texto de origen provenzal y autoría incierta, me maravilló un pasaje en el que se habla de la palabra oreja, ozen. Secuencia en la que se dice que ´´la oreja está hecha a imagen de la letra alef y esa letra es lo esencial de los Diez Mandamientos.´´ En primer lugar, es cierto que si miramos con atención el interior de la oreja humana vemos dibujarse allí una alef, y en segundo también es verdad que los mandamientos comienzan con la palabra anoji, yo, yo mismo, que a su vez comienza con la primera letra alfabética. De ahí que el oído sea, en la tradición judía, más importante que el ojo. Y de ahí, también, que mientras la tradición griega se considera básicamente ocular, óptica, la hebrea sea en esencia acústica. Incluso la palabra griega idea procede de una raíz que significa aquello que se ve, por ejemplo un ídolo. En cambio en ozen , la oreja hebrea, hallamos además de la letra alef la raíz zan, nutrir alimentar. Naturalmente que no se trata de ´´comer por el oído´´, pero esa verdad justifica la creencia bíblica que sostiene que no sólo de pan se alimenta el hombre sino también ´´de toda palabra que sale de la boca del Creador´´.
Al mismo tiempo, y si nos acercamos a la numerología, al observar que oreja u ozen vale 58, y que ese número es la cifra invertida de pé, boca, 85, queda bien claro que la lengua, el lenguaje, tiene dos polos: hablar y escuchar, inseparables el uno del otro. Todo lo precedente viene a cuento porque con esa herencia se comprende hasta qué punto el pueblo judío es un pueblo que escucha, que oye y medita sobre lo oído. El schemá Israel, ´´escucha Israel´´, lo atestigua de sobras. Más aún, diría que a la luz de los últimos acontecimientos mundiales que nos conciernen-desde las estúpidas declaraciones de la Unesco en referencia al Monte del Templo y las aún más estúpidas opiniones de Ken Livingstone en Londres sobre el error histórico de la creación del Estado de Israel-; hemos oído y no olvidaremos quiénes son nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos. Hemos oído y nos disponemos a sopesar el carácter antisemita de esas burdas maquinaciones. En tanto se habla, con frecuencia, de las ilusiones ópticas en las que caemos casi todos, las ilusiones fonéticas no abundan tanto. Incluso los lapsus linguae, como bien señaló Freud, están diciendo verdades por omisión o alusión.
Por superficiales que sean los juicios negativos de los enemigos de Israel, quienes luego de vituperarnos se disculpan revelando así el sesgo mediocre y sin fundamento de sus opiniones, muestran un mar de fondo que no ha cambiado mucho. Nos han dejado respirar más o menos unas tres o cuatro décadas, pero vuelven a la carga, seguros de que, al fin, su sinrazón prevalecerá. Lo cierto es que, y como en la oreja u ozen también está presente la partícula hebrea az, entonces, palabra que en la Biblia precede a las bendiciones de Moisés a los hijos de Israel, nuestra memoria es larga y fiable. Uno de nuestros días sagrados, recordemos, está consagrado a la memoria, iom ha-zicarón. Asimismo, entonces quiere decir que ¡llevamos siglos oyendo las mismas diatribas vergonzosas culpables de tantos males, principio de tantos libelos y mentiras!, de manera que es difícil no reconocerle la pata a la sota, el hocico al lobo, el veneno a la serpiente, el desprecio a los escarnecedores. Por tanto, no nos hacemos ilusiones, ni ópticas ni acústicas. El ojo podrá cerrarse y dormir, pero el oído está y estará siempre abierto. Por el ojo se sale al mundo, pero sólo por el oído volvemos de él a nosotros mismos A los antiguos griegos, expertos navegantes, el afuera les marcó la vista y enseñó proporciones. A los hebreos, pastores, agricultores y maestros, el oído les condicionó el camino de vuelta a casa. Esa vieja-nueva morada, como la llamó Herzl en su libro fundacional.
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