Israel no es un país fácil. No es muy lógico que lo sea, si conviven en su ser contradicciones de fondo. Por un lado, es la tierra a la que miran los miembros de un pueblo que hace ya 3000 años tenían un reino independiente, pero por otro, es uno de los Estados más jóvenes del mundo. Tiene memoria milenaria pero solamente 68 velitas en la torta nacional. En su seno conviven quienes estudian solamente los textos judíos sagrados, con los promovedores más de avanzada de la tecnología nacional. Probablemente sea el único país del mundo oficialmente en guerra con algunos de sus vecinos, que continúa atrayendo inmigración.
Todo esto lo hace apasionante, y complejo.
Su vida misma, su relacionamiento con sus vecinos y más que nada con los más inmediatos, los palestinos, son motivo de continuo debate acalorado entre dos extremos: los convencidos de que no se puede ceder en nada y quienes están seguros de que únicamente mediante concesiones y pasos arrojados, se llegará a la paz. A nuestro criterio, el punto exacto está en el medio, en la necesidad de estar dispuestos a concesiones en aras de la paz, pero únicamente cuando estas vienen con garantía de que conducirán a un futuro seguro, no a mayores riesgos.
Al cumplir sus primeros 68 años de existencia nacional moderna, Israel sigue viviendo contradicciones. No ha logrado llegar a algo tan básico como fronteras seguras y reconocidas, pero ha hallado la respuesta a numerosos desafíos médicos y tecnológicos, que benefician a millones en el mundo todo.
El saber llegar a esa otra cara de la moneda, el no quedarse estancado en lo no alcanzado, combinado con su código moral, le ha llevado a situaciones increíbles, como el hecho que está formalmente aún en guerra con Siria, pero atiende en los últimos años a pacientes sirios heridos en la guerra en su país.
Sus ciudadanos no pueden cruzar con normalidad todas sus fronteras, porque ello puede ser señal de peligro, y sus pasaportes no son válidos para viajar a la mayoría de los países árabes que los rodean. Pero sus expertos en rescate y atención de emergencia, cruzan fácilmente el mundo para prestar ayuda humanitaria donde hubo un terremoto o un huracán.
Por un lado, es un país de discutidora y vibrante democracia, en cuyo parlamento los diputados árabes lanzan las peores acusaciones contra el Estado, sabiendo que pueden salir luego a la calle sin correr riesgo alguno. Y por otro, hasta en el acto central de comienzo de los festejos de independencia, el Presidente de la Knesset Yuli Edelstein ha tenido que advertir contra la incitación en el ciber espacio o las redes sociales, y contra la crítica desenfrenada hacia quien piensa diferente, fenómeno que se ha ido agudizando en los últimos meses.
Israel es un país con una gran responsabilidad sobre sus hombros, no sólo por la lucha que aún libra por la defensa de sus ciudadanos, sino también por su centralidad en la vida judía, también de quienes no piensan siquiera radicarse en el Estado judío. Esto fue especialmente notorio días atrás, en Iom HaShoa, el día recordatorio del Holocausto y el Heroísmo, en el que la existencia misma de Israel queda evidente como un faro que ilumina y enorgullece al mundo judío todo.
Y estos días, en los que se pasa abruptamente del duelo nacional por los caídos a la felicidad por la celebración de un nuevo cumpleaños, especialmente en estos días, recordamos la frase del otrora fundador y primer jefe de gobierno de Israel David Ben Gurion: «toda madre hebrea debe saber que depositó el destino de sus hijos en las manos de comandantes dignos de ello».
Pero no sólo comandantes. También gobernantes, políticos, que toman decisiones claves para la vida de todos. Deben ser dignos del enorme precio que significan las vidas perdidas, los 23.447 caídos en las guerras y los 2527 muertos en atentados terroristas.
«Al caer, nos dejaron el legado de vivir», se dice a menudo en las ceremonias recordatorias. Y en este nuevo cumpleaños de Israel, seguimos preguntándonos cómo hallar el equilibrio entre la necesidad de que los líderes puedan ser arrojados, valientes, y tener visión como para resolver lo que hoy parece insoluble, y por otro lado, lo imperioso de no perder la memoria.
Días atrás, fue entrevistada en la radio pública israelí «Kol Israel» Miri Firstenberg, hoy de 68 años, cuya vida parecía derrumbarse aquel 17 de marzo de 1954 cuando , a los 5 años, iba en el ómnibus atacado por 12 terroristas en Maale Haakrabim. Fue el peor atentado desde la creación del Estado hasta ese momento. Miri, que viajaba con sus padres y su hermano de 9 años, de hecho, quedó sola. Tenía 5 años cuando oyó los disparos, cuando un soldado israelí le dio una bofetada, le dijo que se calle porque si no también a ella la matarían, y se tiró encima de ella para protegerla. El y todos los demás pasajeros fueron baleados de muerte. Cuando los terroristas subieron al ómnibus, disparaban nuevamente a distancia cero, a todo aquel que parecía aún respirar. O le rompían el cráneo con la culata.
Miri lo vio, cuando logró espiar debajo del cuerpo del soldado muerto que había intentado protegerla. Y vio cuando al oír que su hermano la llamaba, le dispararon varias balas a la cabeza, y allí lo perdió para siempre…un niño de 9 años que quedó convertido en planta para siempre, falleciendo muchos años después.
1954. No había asentamientos. Ni ocupación.
No se puede olvidar estos hechos. Y tampoco los desafíos del hoy, a nivel político y de seguridad.
También ese es el legado de los caídos.
Hay que seguir buscando la forma de abrir camino hacia la paz, sin transar en la seguridad. Sin dejar de desarrollarse, estudiar y avanzar. Cuidando la democracia como un tesoro preciado del que no muchos gozan en el mundo de hoy.
Israel no siempre tiene razón. Pero ésta le acompaña muchas más veces de lo que aseguran sus detractores. Lejos está de ser perfecto, pero es mucho mejor sin duda que lo que alegan sus enemigos. No es un país de ángeles , pero sí probablemente el que cuida un estándar más alto de moral y respeto a los derechos humanos, de los países que están en guerra, con amenazas diarias a su gente. Ha librado guerras y sigue combatiendo al terrorismo, sin dejar de ser un país democrático.
Este probablemente, sea su mayor logro en sus primeros 68 años de existencia nacional.
Le deseamos que al cumplir 69, se haya acercado más a la paz.
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