Queridos amigos, desde tiempos inmemoriales, los antisemitas se han solazado marcando a los judíos, de manera que con sólo verlos, fueran reconocidos. Esta costumbre, se vio exaltada a su máximo rigor, bajo la barbarie nazi, preludio del genocidio más espantoso que recuerde la humanidad, hasta estos días, en que el Estado Islámico y otros grupos fanáticos islamistas, están tratando de emularlos y, de ser posible, sobrepasarlos.
Ingenuamente, al finalizar la Segunda Guerra Mundial y, ante el horror de lo obrado por la furia antisemita de los seguidores del perverso Hitler, su nombre y su recuerdo sea eterno signo de perfidia, los judíos pensamos que una aberración semejante, jamás podría volver a suceder.
El antisemitismo, aparentemente, sería borrado de la mente humana. Como mínimo, de la gente de bien, de los honorables, correctos y civilizados europeos, cuna de la civilización y la cultura.
Cuan equivocados estábamos. Hoy, en el momento en que estás leyendo estas líneas, Europa, el culto, honorable y civilizado continente fuente de luz y sabiduría, se está dando el lujo de repetir tal perfidia, eso sí que ahora, con mentes más perversamente refinadas y sabiendo que el reconocer su antisemitismo, sería visto como una vergonzosa marcha atrás, imposible de justificar, disfraza su actuar y, en vez de anunciar, sumido en la vergüenza y descrédito de sus propias mentes y conciencias, la nueva muestra de su odio ancestral e indesmentible, a todo lo que se relacione con los judíos y el judaísmo, pero ahora, aduciendo no estar contra el pueblo judío sino en contra de Israel.
Cambiándole nombre y buscando el descarado intento de defraudar a la historia misma, han ideado el “estampillar los productos israelíes” intentando maquillar tal vuelta a los tiempos del nazismo y el antisemitismo más atroz, diciendo que tal medida es en defensa del pueblo palestino.
En reiteradas oportunidades, hemos visto que esta medida, si bien perjudicará al único Estado democrático y pluralista del Medio Oriente, el mayor daño será para los miles de palestinos que trabajan en industrias israelíes, recibiendo sueldos inimaginables para sus hermanos árabes empleados de otros árabes, con lo cual, lo que lograrán, será llevar más pobreza, hambre y desesperación, a sus hogares y, por lo tanto, a los que estos antisemitas disfrazados, anuncian tan hipócritamente, estar defendiendo.
¿Se sabrá algún día, quien fue la mente tan desquiciada que ideó algo tan atroz y perverso como cambiar la “estrella de David amarilla” exhibida en el brazo de la población judía europea, por la rotulación de los productos manufacturados por Israel?
Hace pocas semanas atrás, escribía mi duda si los partidarios del boicot a los productos, los científicos, artistas e intelectuales israelíes, serían consecuentes con sus enunciados y, acorde a ello, dejaban de usar todo lo que mejora la vida del ser humano, hoy, desechándolo y repudiando su uso en forma categórica, por ser de origen judío o israelí.
Si ellos o uno de sus seres queridos, se ve aquejado de una grave enfermedad ¿Se abstendrán de usar remedios y tecnología que tenga relación con el Estado de Israel o con un judío, donde quiera que viva, tanto el creador judío, como el usuario antisemita? ¿Será posible que, acorde a sus principios de boicot en contra de Israel y sus productos, se obligue a no usar, entre otras cosas: celulares, computadores, resonancias magnéticas, robótica médica y miles de etcéteras, pretendiendo reemplazar todos esos adelantos de toda especie, originado por mentes judías, por productos similares, creados tanto por palestinos como por musulmanes de la nacionalidad que sea?
Queridos amigos, sabemos que la perfidia no tiene límites, al igual que la hipocresía, la envidia y el antisemitismo. Abramos los ojos y enfrentémonos a la realidad, La Estrella De David Amarilla, distintiva de la más refinada perfidia humana, está volviendo en gloria y majestad.
Es indispensable que cuando estamos celebrando un nuevo aniversario del milagro del renacer del Estado de Israel, nosotros los judíos, comprendamos esta realidad y, sin temor alguno, lo proclamemos con tal firmeza, que mañana nadie pueda decir YO NO LO SABÍA
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