¿Qué acaba de pasar en Israel? Los intentos del primer ministro Netanyahu de ampliar su coalición han concluido con éxito y el resultado ha sido un Gobierno más derechista. Esa es una observación ajustada que, sin duda, llevará más oprobio contra el Gobierno ante sus críticos extranjeros, especialmente entre la progresía estadounidense, que lo considerará irremediablemente contrario a la paz. Pero el proceso que ha dado lugar a este resultado nos dice algo distinto.
Aunque, al final, Netanyahu optara por llegar a un acuerdo que ampliaba su coalición con un partido de derechas, lo cierto es que el partido al que dejó plantado en el último momento lidera la oposición, lo que ilustra el hecho de que, en lo tocante al único gran problema al que se enfrenta el pueblo israelí –cómo tratar con los palestinos y el proceso de paz–, no hay verdaderas diferencias entre los principales partidos. A pesar de que la política en Israel seguirá siendo acre y desagradable, nadie debería pensar que lo que acaba de ocurrir muestra la debilidad del primer ministro, o que su enfoque sobre la guerra y la paz quedan desacreditados. Al contrario: la pugna por formar parte de su Gabinete demuestra que no solo mantiene el control de los acontecimientos, sino que está situado en el centro político de la nación, en vez de en la derecha, como creen sus detractores extranjeros.
Tras haber sobrevivido durante más de un año, desde su tercera victoria electoral, con un estrecho margen, con una coalición que reúne a 61 de los 120 diputados de la Knéset, Netanyahu se propuso ampliar su margen de error y, aparentemente, lo ha conseguido. Después de sus públicos tanteos y lo que parecían sustanciosas negociaciones con la Unión Sionista –la principal formación opositora, que engloba al Partido Laborista, hogar tradicional de los izquierdistas y los progresistas–, Netanyahu cambió su apuesta en el último momento y llegó a un acuerdo con el único partido de derechas que no se unió a su Gobierno el año pasado.
La suma de los seis escaños del partido de Avigdor Lieberman, Israel Beitenu, sitúa a la coalición del primer ministro en los 67 escaños, que deberían bastar para sortear los problemas que ha tenido el primer ministro a causa del constante temor a que cualquier día se ausentara un diputado y arruinara la agenda del Gobierno. Puesto que no hay verdaderas diferencias ideológicas entre Lieberman y Netanyahu, éste se quita de en medio una voz crítica de la derecha confiriéndole responsabilidades de Gobierno.
También ayuda a resolver un problema cada vez mayor en el Gabinete, ya que le da una excusa para sustituir al ministro de Defensa, Moshé Yaalón, que ha causado algunos problemas al hacer declaraciones discordantes con las del primer ministro respecto al proceder de las Fuerzas de Defensa de Israel. Ahora, Yaalón asumirá una cartera de menor relevancia o abandonará el Gabinete. En cualquier caso, con su relegación, Yaalón se une a la lista de hipotéricos sucesores de Netanyahu que fantasearon con la vana presunción de que podían enfrentársele dentro del Likud.
El gran perdedor ha sido el líder de la Unión Sionista, Isaac Herzog. Hace un año, Herzog pareció reavivar los tiempos de gloria del Partido Laborista al formar una alianza con el exministro de Exteriores Tzipi Livni y llevar la coalición que habían formado hasta un sólido segundo puesto en las elecciones de marzo. Eso debería haberle situado en una posición desde la que hostigar a Netanyahu y preparar a su partido para tener mayores probabilidades de victoria la próxima vez. Pero en lugar de revitalizar a la izquierda, Herzog parece haberla estrellado.
Lo que siguió fue algo que consternó a los izquierdistas israelíes y dejó estupefactos a los progresistas estadounidenses que rezan por la desaparición de Netanyahu. Herzog admitió que Netanyahu tenía razón sobre el gran problema que ha dividido a los votantes israelíes durante los últimos 50 años: el proceso de paz. En lugar de decir, como ha hecho la mayoría de los izquierdistas durante todos estos años, que la renuncia de Israel a la Margen Occidental y a otros territorios traería la paz, Herzog dijo la verdad. En enero afirmó que Israel no tiene un verdadero socio para la paz, y que la solución de los dos Estados que la mayoría de israelíes anhela era imposible en un futuro próximo.
Aunque Herzog tuvo muchas críticas que hacer al primer ministro, sus ideas sobre las diferentes maneras de gestionar el conflicto hasta que se produzca un cambio radical en la cultura política palestina que posibilite la paz eran o bien poco realistas o no se diferenciaban de lo que ya estaba haciendo Netanyahu. Lo que vino después parecía inevitable. Herzog empezó a negociar con Netanyahu para formar un Gobierno de unidad nacional.
Esto indignó a algunos miembros del Partido Laborista, incluida la facción más progresista, a la que había desplazado del liderazgo, así como a su claque mediática en el periódico ultraizquierdista Haaretz. Condenaron las negociaciones y tacharon a Herzog de traidor. Estos críticos han podido reír los últimos porque Netanyahu nunca tuvo verdaderas intenciones de incluir a Herzog en el Gabinete. Sólo estaba utilizándolo para influir en las negociaciones con Lieberman. En lugar de una amplia coalición difícil de manejar, optó por un Gobierno de derechas con poco margen pero lo suficientemente fuerte como para ser estable. Esto significa que Netanyahu no sólo durará más que Barack Obama, sino que también tendrá unas opciones superiores a la media de mantenerse en el cargo, hasta, como mínimo, el final de la década, si no más, y superar al padre fundador de Israel, David ben Gurión, como la personalidad que más tiempo se ha desempeñado como primer ministro.
También debilitará a la Unión Sionista. Que Netanyahu le haya tomado el pelo podría representar el fin del liderazgo de Herzog en el Partido Laborista. Si éste vira aún más hacia la izquierda, perjudicará sus opciones en las futuras elecciones, donde, si las actuales encuestas son correctas, será reemplazado como líder de la oposición por el centrista Yesh Atid de Yair Lapid.
¿En qué situación deja esto a Israel?
Los izquierdistas críticos con Herzog en su propio partido están contentos con su probable desaparición, y Netanyahu surge otra vez como el indiscutible campeón de su generación en lo relacionado con la maniobra política. Pero se puede extraer algo más de esta última prueba de la habilidad de Netanyahu.
El simple hecho de que una coalición entre el Likud y el Partido Laborista no fuese solo posible, sino que durante algún tiempo pareció el escenario más probable, debería abrir los ojos a los críticos del país ante una realidad fundamental de la política israelí. Aunque la competencia por un puesto en el Gabinete es feroz, la gran disputa que los extranjeros imaginan divide a los ciudadanos del Estado judío no es el locus del debate político. El mundo podría pensar que los israelíes siguen –como lo estaban en los años 80 y 90– divididos a partes iguales ante la pregunta de si intercambiar tierras por paz con los palestinos. Pero los resultados electorales, así como las negociaciones para formar coalición, dicen otra cosa distinta.
La mayoría de los israelíes, incluidos muchos de los que votaron por partidos de derecha, estarían dispuestos a hacer dicho canje y renunciar a parte del territorio si eso trajera realmente la paz. Pero, fuera de la extrema izquierda, prácticamente nadie cree que dicho acuerdo sea posible a causa de la realidad de la intransigencia palestina. Ni Herzog ni Lapid –ambos, posibles sustitutos de Netanyahu para liderar el país– discrepan de él respecto a que una solución de dos Estados pueda ser deseable o llevada a la práctica. Los tres coinciden en que es una buena idea. Los tres coinciden también en que no va a realizarse por la falta de voluntad de los palestinos para hacer la paz, así como por su adicción a la violencia.
La lucha política israelí sigue siendo intensa, pero tiene más que ver con asuntos económicos y con las personalidades, ya que la figura de Netanyahu sigue siendo muy impopular, a pesar de que haya ganado tres elecciones consecutivas y es probable que ganara una cuarta si se celebraran en un futuro inmediato. Eso significa que los estadounidenses que creen que el primer ministro se equivoca respecto a la paz deberían tener en cuenta el hecho de que la mayoría de los israelíes comparte su visión. Aunque es atacado periódicamente en el ámbito internacional y en los medios como extremista de derechas, él se encuentra en la izquierda de su coalición y justo en el centro del actual espectro político de Israel. Puede que el Gobierno de Netanyahu no genere muchas simpatías, pero representa el consenso del país respecto a la paz. Esto puede resultar sorprendente a los estadounidenses, pero también debería hacerles empezar a pensar si ha llegado el momento de renunciar a sus ilusiones sobre los palestinos y la paz, que la mayoría de los votantes del Estado judío han abandonado hace tiempo.
© Versión original (inglés): Commentary
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