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| miércoles diciembre 25, 2024

Matrimonio civil: Israel sigue teniendo un problema


En 2013 creíamos que el Gobierno israelí iba a poner fin al statu quo en lo que a competencias exclusivas de la ortodoxia se refiere: el matrimonio, la definición de judío, las exenciones al servicio militar, etc. No obstante, la precipitación de nuevas elecciones en marzo de 2015 volvió a incluir a partidos ultraortodoxos en la coalición de Gobierno y los cambios o han quedado en suspenso o se han ralentizado.

En lo referente al servicio militar hay ciertos avances. Ciertamente, en los últimos años se está produciendo una reintegración silenciosade los ultraortodoxos a través del Ejército que, de seguir así, proveerá los frutos esperados a medio plazo. En cambio, el monopolio de laRabanut (organismo público encargado de los asuntos religiosos, manejado por ultraortodoxos) sobre el matrimonio y el divorcio sigue igual: estancado y generando situaciones incómodas y, sobre todo, antidemocráticas.

El Jerusalem Post publicaba a principios de año un reportaje sobre las dificultades de casarse o divorciarse en Israel, que padece un sector cada vez mayor de la población. Según la organización Hidush, que aboga por la pluralidad religiosa, unos 660.000 ciudadanos israelíes no pueden celebrar un matrimonio legal, por diferentes razones.

De este número, cerca de 364.000 proceden de la Unión Soviética y ostentan la condición de ciudadanos sin religión. Una paradoja que hace temblar los cimientos de la sociedad israelí y de todo el pueblo judío: son ciudadanos israelíes que se han acogido a la Ley del Retorno por descender de un abuelo judío, hacen el servicio militar, pagan sus impuestos, trabajan y sirven al Estado, pero no pueden casarse, ni ser enterrados en un cementerio judío, mientras que muchos otros, que no van al Ejército, no trabajan, no pagan impuestos y reniegan del Estado, sí pueden -véase, por ejemplo, los miembros de la secta Neturei Karta.

De acuerdo con los cálculos de Hidush, hay 284.000 homosexuales que tampoco pueden casarse -debido a la falta de matrimonio civil-, 13.000 conversos mediante movimientos no ortodoxos (conservadores y reformistas, que son mayoría en la comunidad judía en EEUU) y 5.000 personas no elegibles para el matrimonio por diversas razones recogidas en la ley judía. A los que se suman los aproximadamente 80.000 hombres que se apellidan Cohen, que por descender del linaje sacerdotal no pueden casarse ni con divorciadas ni con conversas al judaísmo.

Estos problemas se terminarían si se instaurara el matrimonio civil, como ya explicamos; una medida que recibe un amplio apoyo en la sociedad. Según una encuesta elaborada por el Smith Institute para Hidush, el 64% de los judíos-israelíes apoya el establecimiento del matrimonio civil, y el mismo porcentaje apoya el reconocimiento del matrimonio homosexual (en 2013 una encuesta de Haaretz reflejaba que un 70% apoyaba reconocer el matrimonio entre personas del mismo sexo).

Es cierto que los israelíes que van a oficializar sus matrimonios (incluidos los homosexuales) fuera de Israel tienen el reconocimiento legalotorgado por varias decisiones históricas del Tribunal Supremo, con los mismos derechos y obligaciones que los demás matrimonios reconocidos por la ley. Pero es absurdo que un ciudadano tenga que acogerse a la ley de otro país para ejercer un derecho tan básico para una sociedad como casarse.

En referencia a todos estos datos reveladores, el director de Hidush, Uri Regev, sentencia:

No es sólo que el monopolio de la Rabanut no contribuya a la preservación del judaísmo; es que el judaísmo se está haciendo odioso para el público en general y se está favoreciendo a que se identifique con el fanatismo, la discriminación y el oscurantismo.

En lo que concierne al divorcio judío, el proceso también está tutelado por la Rabanut y es engorroso. Si bien es cierto que el judaísmo siempre ha permitido el divorcio, éste requiere el permiso del marido; si no lo da, el tribunal rabínico no lo concede. Recientemente, la película franco-israelí Gett (divorcio): el proceso de Viviane Amsalem, nominada al Globo de Oro a mejor película de habla no inglesa, contó el periplo de una mujer para divorciarse de su marido. Pero a este respecto los judíos no son los más perjudicados, ya que las parejas musulmanas y cristianas deben acudir a sus respectivas autoridades religiosas reconocidas por el Estado para tramitar su separación o divorcio.

El hecho de que exista solamente matrimonio religioso en Israel proviene del Millet del Imperio Otomano (que gobernó la Palestina histórica durante cuatrocientos años, desde 1517 hasta 1917), que mantuvo el Mandato Británico y que posteriormente, cuando Ben Gurión y el rabino Abraham Karelitz sellaron el famoso statu quo, se dejó bajo el arbitrio del establishment jaredí (ultraortodoxo).

Históricamente, el matrimonio judío ortodoxo fue uno de los primeros documentos legales que recogía, mediante la ketubá o contrato matrimonial, derechos para la mujer. En la misma línea, el judaísmo siempre ha sido una religión dinámica que, en contraposición con el catolicismo, ha permitido y regulado el divorcio. Pero eso no es suficiente. Israel no será una democracia plena hasta que no se supere ese pacto fundacional por el cual una población minoritaria, entonces y ahora, se arrogó ciertas potestades de la vida civil y política con la excusa, entendible y lógica entonces, incomprensible hoy, de ser los guardianes de la tierra que los judíos no tuvieron durante 2.000 años: la religión. Una democracia se caracteriza por avanzar, no por estancarse; y el judaísmo también.

 
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