Esta semana Beniamin Netanyahu cumple diez años como primer ministro de Israel, rompiendo un récord solamente superado por el fundador del Estado, David Ben Gurion, que estuvo doce años al frente del gobierno. Tres años y 17 días duró la primera legislatura de Netanyahu en 1996, y su segundo mandato ha continuado ininterrumpidamente desde que ganó los comicios del 2009.
La revista norteamericana Time le bautizó como Bibi King. Cuando hace 14 meses volvió a ganar las elecciones, su formación –el Likud– logró 30 escaños de un parlamento de 120 –dejando a su rival laborista Herzog con tan sólo 24–, y hasta el propio Netanyahu reconoció su sorpresa por la victoria cosechada. Poco después, formó el gobierno más derechista de la historia de Israel, aliándose con el partido ultranacionalista Habayit Hayehudi, con los ultraortodoxos y los centristas de Kulanu, con los que sumó una justa mayoría de 61 escaños en su coalición. Varios analistas preveían que sería imposible gobernar de esta forma, ya que nadie podría ir al baño o estar enfermo en las votaciones del parlamento. Pero por ahora Bibi es visto, cada vez más, como el mago de la supervivencia política, logrando revestir los pronósticos una y otra vez.
En los últimos días tras negociar con el laborismo durante meses la creación de un gobierno de unidad, Netanyahu dio un nuevo vuelco a la derecha reemplazando al ministro de Defensa de su partido, Moshe Yaalon, por el nacionalista Avigdor Lieberman, líder de Israel Beitenu. Yaalon y su predecesor, Ehud Barak, dicen que con Bibi y Lieberman los “sectores extremistas se apoderaron del ejecutivo”.
Netanyahu no deja que ningún detalle ocurra casualmente, está encima de todo. Utiliza las redes sociales para llegar de forma directa a la opinión pública. Prácticamente no concede entrevistas en Israel, y cuando acepta hacerlo es, sobre todo, para algunos medios extranjeros. Netanyahu es producto de un profundo debate interno entre la ideología nacionalista de su padre, el catedrático de historia y experto en la Inquisición Benzion Netanyahu, y la realpolitik que se impone a su alrededor, que le exige adoptar un compromiso histórico con los palestinos que permita mantener el carácter judío de Israel. “Claro que me preocupa un Estado binacional”, dijo el líder israelí en el pasado a este corresponsal. “Pero necesito un partner en el lado palestino que desee un acuerdo. Yo tengo también mi propio Tea Party”, dijo refiriéndose a los halcones que le presionan en la derecha israelí. Añadió que le preocupa especialmente lo que se escribirá sobre él dentro de 50 años en los libros de historia.
No hay ningún político que utilice los medios de comunicación de forma tan sofisticada. En vez de limitarse a lanzar mensajes como hacen sus homólogos, ha logrado convertirse en el maestro de las imágenes. Y en este terreno no tiene competencia. Su mensaje principal es que “la situación es cada vez más complicada, pero conmigo el pueblo de Israel sobrevivirá”. Con este recurso, Netanyahu dio la vuelta a los resultados de las últimas elecciones cuando, en las últimas horas de la jornada electoral, millones de israelíes recibieron en sus móviles un sms personal del líder del Likud dónde advertía que “los árabes acuden como un rebaño a las urnas, que los grupos izquierdistas (apoyados por Europa) llevan en autobuses”.
Tras una campaña poco entusiasta del Likud, ganó los comicios a pulso. A pesar del hastío de algunos de sus votantes –cansados de presenciar los escándalos con su esposa Sara, demandada por abusos a los empleados de la residencia del primer ministro–, decidieron que Bibi es un mal menor y que es el que más posibilidades tiene de preservar la seguridad de los israelíes. En el último año, el hiperactivo Netanyahu (67 años), además de ocupar el cargo de primer ministro, mantiene en sus manos las complicadas carteras de asuntos exteriores, economía, operación regional y una que no suelta bajo ningún concepto: la de comunicaciones, donde está llevando a cabo una reforma estructural de los medios de comunicación del país.
Algunos líderes internacionales le critican con dureza en privado, entre ellos el presidente Barack Obama, que no esconde su antipatía hacia él. Un destacado dirigente europeo comentó a este corresponsal: “A Bibi no le compraría un coche de segunda mano”. Pero incluso sus críticos reconocen que se trata de uno de los líderes más inteligentes del mundo en la actualidad, y que si se hubiese quedado en Estados Unidos –dónde vivió su adolescencia–, probablemente hoy sería el candidato republicano a la Casa Blanca. De lo que nadie duda es que se trata de un maestro de la supervivencia política, que cada mañana empieza la jornada repasando los últimos sondeos, y que siempre logra dar la imagen de que él es la víctima.
Cuando habla de Irán, del Estado Islámico (EI), de la yihad mundial o de la economía israelí, la imagen que transmite es siempre la misma: conmigo sobreviviremos, con Herzog o con Lapid –líderes opositores– no resistiremos. Su preocupación por la seguridad de Israel le llevó a obsesionarse con la amenaza nuclear iraní. Algunos de sus ministros bromeaban diciendo que cuando Netanyahu no hablaba de Irán en los primeros siete minutos del consejo de ministros, todos se preguntaban si algo raro estaba ocurriendo.
Contrariamente a sus rivales, que utilizan ideas y mensajes, Netanyahu habla con imágenes simples y muy receptivas, que tienen una traducción visual inmediata. El líder de la derecha israelí sabe manipular los temores colectivos más profundos de los ciudadanos israelíes cuyos padres o abuelos fueron exterminados en el Holocausto por el hecho de ser judíos, o perseguidos y acribillados en los países árabes por el mismo motivo. “En el momento de la verdad, aún gente que busca un mensaje de esperanza, cuando se encuentra ante las urnas elige la papeleta con el corazón en lugar de la cabeza”, afirma el comentarista Shalom Yerushalmi.
No es casual que el Likud de Netanyahu haya dejado de publicar un programa político electoral o de enfrentarse a hechos empíricos concretos como el número de sueldos que una pareja israelí necesita para comprar un piso; con el hecho de que no logra poner freno a la nueva intifada de los cuchillos; el fracaso personal del premier respecto al acuerdo nuclear internacional con Irán; o el número creciente de niños israelíes que viven bajo el umbral de la pobreza. Netanyahu comunica con la opinión pública israelí con símbolos, no con hechos concretos. Allí está su capacidad real, y con imágenes es más difícil discutir.
“Tenemos muchas críticas hacia Bibi, y hay muchas cosas que no nos gustan”, afirma un taxista que siempre votó al Likud. Después, mostró una foto del líder israelí paseando con su perro y luciendo un polo, rodeado de 35 agentes de seguridad. “Se le ha subido a la cabeza. Él y Sara actúan como emperadores. Pero él es como nuestro rey, y un rey es para siempre”, matiza.
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.