Es que, como político de oposición, Liberman se perfila, incluso premeditadamente, como una persona que odia a mucha gente: a los jaredim (ultraortodoxos), a los árabes, a los izquierdistas. Sus expresiones son a veces brutales, como cuando llama a reconquistar Gaza y barrer con el Hamás. Sin más ni más. Cada expresión de ese tipo le vale votos, y sirve, como en un mecanismo de retroalimentación, a radicalizar a parte de la sociedad israelí.
Todo eso es cierto. Pero permítaseme poner tres paños fríos al pánico que parece cundir en el mainstream de la sociedad israelí. Liberman es un líder más complejo de lo que parece a simple vista y, si se lo mira con lupa, es un poco más difícil de encasillar.
Primero: hay un Liberman en la oposición y otro Liberman ministro. Son dos personajes diferentes. Cuando fue nombrado Ministro de Relaciones Exteriores, dicen los analistas, se comportó del modo más oficial y republicano. Fue un funcionario considerablemente eficiente, dedicado a consolidar las buenas relaciones de Israel con muchos países, entre ellos muchos latinoamericanos, entre ellos la Argentina de los Kirchner. Según todo su comportamiento en los últimos días, parecería estar cambiando su vestuario una vez más, detrás de bambalinas. Eso incluye sus encuentros con las cúpulas militares, a las que, en su otro papel, el de petardista, había denostado en diversas ocasiones. E incluye también sus disculpas a Biniamín Netanyahu, aunque sea todo cálculo político, claro está, al que había llamado antes, en su papel de “Donald Trump” vernáculo, “mentiroso, estafador, y un fraude”.
Segundo: hablamos de Liberman como un hombre a la derecha del Likud, pues apoyaba en su papel de Rasputín la pena de muerte para los terroristas, la ley de “fidelidad” a los árabes como condición para mantener su ciudadanía israelí, se nos escapa un pequeño detalle por debajo del radar. El saliente Ministro de Defensa Moshé Yaalón se oponía explícitamente a un Estado palestino. Ello, siendo la política oficial de Biniamín Netanyahu la visión de “dos Estados para dos pueblos”, inaugurada verbalmente en 2009, y que reiteró luego de su triunfo en las últimas elecciones para tranquilizar a Washington, luego de aquellos brutales exabruptos sobre los “árabes corriendo en masa a las urnas”.
En cambio, y al contrario de Yaalón, Liberman ha esgrimido una original idea para cuando se cree el Estado palestino: que, para homogeneizar las poblaciones y reducir el roce entre ellas, la frontera del futuro Estado palestino sea corrida para incluir también los poblados árabes que están sobre la Línea Verde, al norte de Samaria. Su lema: “Ariel para Israel; Um El Fajm para Palestina”. Ergo, oh sorpresa: por default, Avigdor Liberman está reconociendo al futuro Estado palestino. Es más: será el primer miembro del gabinete israelí de derecha que ha utilizado la palabra “Palestina” para referirse a la configuración futura de “dos Estados para dos pueblos”. El espíritu es ciertamente de ultraderecha (“sacarse de encima” a los árabes), y la idea es discutible (aunque no inequívocamente descartable antes de otorgarle un minuto de reflexión, pues no hay aquí ni deportación en masa, ni siquiera anulación de la ciudadanía israelí), pero el reconocimiento de “dos Estados” supuestamente debería ser impensable en un “ultraderechista” como Liberman, y sin embargo, ahí está.
Tercero: en 2002, en la era post caída del Muro de Berlín y en plena Intifada de Al Aqsa, la Liga Árabe refrendó el Plan Saudita de Paz. Punto uno (más o menos en este orden, más o menos textual): todos los países árabes normalizarán sus relaciones con Israel. Punto dos: Israel se retirará de todos los territorios conquistados en 1967. Punto tres: se creará un Estado palestino con Jerusalem Oriental como su capital. Punto cuatro: solución justa para los refugiados palestinos (no necesariamente derecho al retorno).
Es cierto que Israel no puede aceptar el plan así como está, pero el solo primer punto, la mera predisposición, bajo determinadas condiciones, a reconocer a Israel, configura ya, independientemente de la aceptación o rechazo israelí, el fin de la vieja agenda árabe de “destruir a Israel y echar a los judíos al mar”, que era explícita en la época de las guerras de invasión en las primeras décadas del Estado. Por eso, cuesta entender por qué, desde entonces, ningún gobierno israelí ha levantado el guante del Plan Saudita para decirles a los países árabes: “Miren, amigos, no podemos aceptar el plan así como está, pero hablemos”.
Pues bien: hete aquí que el partido de Liberman, de entre todos los partidos de centro y derecha, fue el único en incluir nada menos que en su plataforma electoral, la apertura de negociaciones con los países de la Liga Árabe en pleno, en el marco del Plan Saudita de paz. Es extraño que Liberman sea el único derechista en hacerlo cuando, a decir verdad, se trata de la visión de Jabotinsky hecha realidad.
Cuarto y último (sí, sé que había dicho tres, pero Los Tres Mosqueteros también eran cuatro): el mismo día que se anunciaba el acuerdo coalicionario entre Netanyahu y Liberman, el presidente egipcio, Abdel Fatah A-Sisi, daba un histórico discurso de paz en El Cairo que, debido a las noticias israelíes pasó casi desapercibido. Fue en árabe, hacia toda su población, alabando por más de una hora las ventajas de la paz con Israel, y llamando a los partidos israelíes a unirse, sentarse luego a la mesa de negociaciones con los auspicios egipcios, y comenzar a cerrar trato de una vez.
Los discursos de Netanyahu y Liberman, probablemente para tranquilizar tanto a Egipto como a Washington, son de paz, en el marco de las iniciativas en ciernes, tanto la francesa como la egipcia. El cálculo de los analistas es que Netanyahu tiene un solo objetivo: mantenerse en el poder. Ya ha firmado acuerdos de paz si ello es necesario para asegurarlo. Ahora que ha formado el gobierno más derechista de la historia de Israel, quizás sienta que tiene que pagar una especie de “impuesto al derechismo”, en la forma de un acuerdo de paz que conforme a la opinión pública doméstica e internacional, y también a la Casa Blanca. Por ejemplo, al primer ministro francés, Manuel Valls, le dijo que no tenía problema en asistir a París para la convención de paz. Eso sí, aceptaría solamente charlar mano a mano y a solas con Mahmud Abbas en una sala cerrada, y no en un marco internacional. Pero todos los temas estarían sobre la mesa, incluido Jerusalem y los refugiados.
Cuando Menajem Beguin firmó la paz con Egipto en 1979, Itzjak Rabin acuñó una frase brillante: “Beguin tuvo la suerte de no tener a Beguin en la oposición”. Algo similar podría ocurrir también esta vez: ahora que no tiene a Liberman en la oposición, y que por lo tanto ya no tiene que “jugarla de derechista” para que no se le escapen votos, Netanyahu, que es básicamente un líder presionable, podría cumplir lo que viene declarando hace años, y lo que tantos esperan de él.
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