Hay un proverbio del norte de Africa que dice: ´´Las fuentes del sentimiento son húmedas, las del resentimiento secas.´´ Frase llena de sentido en climas, tierras y latitudes en las que el agua no abunda, y que muy bien puede ser extrapolada con facilidad al campo de las relaciones humanas. Sabemos que la conexión entre las emociones y el agua es muy antigua, las lágrimas lo atestiguan y el fluir de las corrientes o el canto amoroso de los manantiales lo corroboran. Dicen que los jardines del Generalife, en Granada, son la obra de arquitectos musulmanes enamorados del agua y sus rumores, técnicos que procedían, originariamente, de zonas desérticas. Su fascinación por lo acuático sigue aún maravillándonos.
Espacios llenos de espejismos, furores y rabias extensas, esos páramos y dunas son los mismos ambientes en los que hoy campean a sus anchas las hordas del estado islámico con su bandera negra ondeando al viento de la desdicha, y todos, o casi todos, tienen el reseco sello del desierto. Un fondo de pobres nómades descontentos y envidiosos impulsa su ambición, el odio les corroe el alma de arriba abajo, pero es sobre todo el resentimiento el que los lanza a la batalla e impele a la acción. Que no tienen sentimientos lo hemos visto ya en su trato a las mujeres kurdas y los ancianos yazidis. En el hábito del degüello y el recurrente desprecio por lo que no es de su agrado brillan sus feroces ideas para desgracia nuestra, los occidentales, pues atraen la calenturienta mente de los musulmanes en el resto del mundo, en especial europeos que también padecen una o varias clases de resentimiento. Un proyecto tan descabellado como el califato-una idea del siglo IX por los menos-, resulta seductor a ojos de tantos miserables y marginados a la par que revela por una parte su pobreza espiritual y por la otra su orgullo religioso. Se añoran las épocas de cimitarra y caballos al galope, la expansión imperial y el sometimiento de pueblos enteros a la afilada media luna. Se añora, en suma, el pasado.
Y eso es lo que constituye el resentimiento: un sentimiento que no pudo expresarse o se expresó mal, alguna vez, antes. La India de Gandhi empleó su resentimiento contra la dominación inglesa no para volver al remoto pasado sino para modernizarse y, al hacerlo, liberar sus energías creativas. Israel resucitó la voz de los profetas para volver a su tierra y redimir, precisamente, sus desiertos. No hay una gota de odio en el sionismo, todo lo contrario, hay una voluntad de servicio a la Humanidad entera como puede constatarse en los incontables maestros de agricultura israelíes que recorren el mundo ayudando a los demás. Por donde miremos no hay resentimiento judío generalizado, aunque sí dolor, un inmenso dolor por el Holocausto y sus consecuencias. Dolor, incluso, por la tozudez de vecinos tan estrechos de miras que postergan hasta una fecha indeterminada el acuerdo y la coexistencia con ellos.
En un caso, el de los resentidos, la obediencia ciega, las explosiones, los muertos por decenas, el fraticidio, la vida en los túneles de la Historia para persistir en el mal. En el otro, el deseo de normalizar por fin una existencia siempre amenazada por sus enemigos. No es ajena al pensamiento judío la conexión entre el hebreo guesher, el puente, y raguesh, que tiene la misma raíz y quiere decir sentir, ser sensible. Todo sentimiento es, por tanto, un puente hacia los otros y a través de la relación un regreso a nosotros mismos, en tanto que cada resentimiento es un reclamo del pasado que tiraniza el presente y nos impide ser libres. La humedad del sentimiento fertiliza la vida. La sequedad del resentimiento prolonga la agonía
muy bien expresado