Las relaciones entre Israel y Rusia están en su punto histórico más alto. Para inferir esto, alcanza con observar que viene dándose un número sin precedentes de reuniones oficiales. El 7 de junio marcó la tercera vez, desde septiembre del año pasado, en que Netanyahu viaja a Moscú a estrechar la mano de Vladimir Putin. En este sentido, ambos países conmemoraron el 25 aniversario de relaciones diplomáticas.
Algunos comentaristas hablan de un romance, que sea ideológicamente verídico o de conveniencia estratégica, viene haciéndose más serio desde hace años. El presidente ruso visitó Israel dos veces, en 2005 y en 2012. También notorio, Avigdor Lieberman, exministro de Exteriores y actual ministro de Defensa, es admirador de Putin, y se ha vuelto un parroquiano del Kremlin: visitó Moscú en 2009, 2011, 2012, 2013 y 2015. Todo esto sin contar diversas reuniones ministeriales, y múltiples acuerdos de cooperación.
En esencia, es evidente que existe un vínculo creciente entre Rusia e Israel. Esta amistad se explica en correlaciones de índole pragmática, que aparentemente lograron sobreponerse a las importantes diferencias de criterio que separan a las partes. Lo que no está claro todavía, es si estas afinidades serán determinantes al momento de definir las relaciones bilaterales a largo plazo. No obstante, dado el nivel de cooperación sin precedente entre Moscú y Jerusalén, es conveniente analizar una relación que –según lo cree este autor– podría alterar significativamente el panorama diplomático de Medio Oriente.
Afinidades culturales, comerciales, y estratégicas
En primer lugar, desde lo general, existe axiomáticamente un fuertísimo vínculo cultural entre dichos países. En Israel tiene su hogar una de las comunidades rusoparlantes más importantes del mundo, la tercera después de Estados Unidos y Alemania. La diáspora rusa en Israel, que se estima en más de un millón de personas, representa alrededor del 15% de la población del Estado hebreo. Además, políticamente hablando, el colectivo ruso es uno de los más relevantes e influyentes del país. En las palabras protocolares de Putin, esta comunidad es algo que une a Rusia con Israel como a ningún otro país.
Este dato coyuntural viene acompañado de medidas de cooperación concretas. En materia económica, gracias a la suspensión recíproca de los visados en 2008, el turismo entre Israel y Rusia es considerable. Existen 65 vuelos semanales entre aeropuertos rusos y Ben Guion, y luego de Estados Unidos, Rusia es una de las principales fuentes de turistas que tiene Israel. En contraste, Israel está en el puesto 25 en términos de turistas que visitan Rusia. Adicionalmente, las partes esperan alcanzar un acuerdo de libre comercio en un futuro cercano.
En materia de seguridad, ambos Estados conocen de cerca el fenómeno del terrorismo, de modo que evitan criticarse mutuamenteen virtud de cómo trata cada uno con esta amenaza. En años recientes, Rusia se interesó por los drones israelíes, y habría comprado por lo menos dos decenas de ellos por un monto millonario. Asimismo, en virtud de los acontecimientos en Siria, hay que subrayar la puesta en marcha de un mecanismo de coordinación, entre los militares en Tel Aviv y en el Kremlin, a los efectos de evitar que sus fuerzas se ataquen mutuamente por accidente, particularmente en el aire.
En términos más estratégicos, Azerbaiyán, aliado de Rusia, es uno de los principales proveedores de petróleo de Israel. Además, más importante todavía, Rusia está interesada en participar de la explotación de los yacimientos de gas natural en el Mediterráneo, próximos a la costa israelí. Si bien las estimaciones varían, estos yacimientos, llamados Tamar y Leviatán, abarcarían por lo menos un aproximado de 700 mil millones de metros cúbicos de gas. Estas reservas le conferían a Israel la potestad de convertirse en uno de los principales actores energéticos de Medio Oriente, hito que desde ya traería gran trascendencia.
Los yacimientos israelíes despiertan consideraciones de alta relevancia geopolítica, que, entre otras cosas, tocan los intereses de Moscú en donde más le duele. El gas israelí podría alterar significativamente el mercado energético, cosa que iría en detrimento de las exportaciones de hidrocarburos rusos, especialmente porque Turquía y la Unión Europea quieren reducir su dependencia energética de Moscú. Rusia cubre cerca del 35% de la demanda de gas europea, y suministra el 57% del gas que consume Turquía. Para el fisco ruso, las exportaciones de hidrocarburos, entre petróleo y gas natural, representan cerca del 50% de los ingresos del país
Por lo pronto, la Unión Europea ya dio muestras de estar a favor de estudiar la posibilidad de construir un gasoducto –el proyectado “EastMed Pipeline” – que conectaría a Israel con Europa por intermedio de Chipre y Grecia. Con justa razón, el hipotético gasoducto es el principal pivote en la agenda tripartita de estos países mediterráneos. Por otro lado, la reconciliación diplomática entre Israel y Turquía responde precisamente a la misma cuestión: a la necesidad de Ankara de desprenderse de su excesiva dependencia a una Rusia que antagoniza crecientemente con sus intereses.
En términos estratégicos, esta situación pone a Moscú en una situación complicada. Para mitigar el daño –por decirlo de algún modo práctico– la política exterior rusa ha priorizado un enfoque cooperativo. Esto se ve en la arena diplomática, en donde Rusia busca demostrarle a Israel la conveniencia de que este diversifique sus amistades, lo que equivale a decir que Jerusalén se despegue de Washington paulatinamente, aunque sea de forma limitada.
En rigor, hay signos de que este proceso ya está ocurriendo. Según lo reportado por el sitio especializado DEBKAfile, tras su encuentro en Moscú el último 7 de junio, Netanyahu y Putin acordaron incrementar la cooperación castrense, y efectuar ejercicios militares conjuntos. De llevarse a cabo estas maniobras, las primeras en su tipo entre rusos e israelíes, la ocasión marcaría un antes y un después en las relaciones entre Israel y la potencia global. De acuerdo con la misma fuente, esta decisión vino atada al compromiso, por parte de Netanyahu, de permitirle a las empresas rusas competir por los contratos para explotar los yacimientos de gas israelíes.
Pax russica: relación de conveniencia
Israel ha evitado antagonizar innecesariamente con Moscú por la cuestión de Georgia en 2008, y Ucrania en 2014, mismo incluso si su postura fue contraria a la estadounidense, cosa que no suele suceder. No solo evitó Israel condenar a Rusia, sino que incluso sacrificó sus intercambios militares con dichos países a los efectos de no contrariar al Kremlin. En contrapartida, a modo de trueque, se discute que Rusia podría tomar un rol más activo a la hora de amprar a Israel en los salones de las Naciones Unidas. Al caso, Netanyahu ambiciona que Putin reconozca que la soberanía israelí sobre los Altos del Golán es irreversible. A la par, Rusia podría servir de mediador con los enemigos del Estado judío.
En función del asunto del gas natural, es importante destacar queRusia adoptó un enfoque similar con las relaciones con Irán. Siendo que luego de Rusia, los persas ostentan las reservas de gas natural más importantes del mundo, las relaciones entre Moscú y Teherán están condicionadas por este eje, acaso distintivo de una competencia comercial y estratégica entre dos actores de primer orden. Tal como lo discutía en otra columna, la presunción mediática de que existe una alianza entre Moscú y Teherán no se arraiga en la realidad. Si Moscú se sensibiliza con los intereses iraníes, lo hace a la expectativa de obtener réditos a cambio. Rusia, debilitada por la caída en el precio del petróleo, busca que Irán se comprometa a no exportar hidrocarburos por encima de un nivel que sea perjudicial para el tesoro ruso. Amparándonos en este argumento, de momento las zanahorias rusas no vienen teniendo efecto con Irán, ya queTeherán busca incrementar su producción y exportación energética.
El entusiasmo de Putin con Netanyahu podría tener mucho que ver con estas circunstancias. Irán, además de estar destinado a rivalizar geopolíticamente con Rusia, no parece ser confiable. En contrapartida, Israel, que nunca rivalizará con Rusia en la escena global, parece ser confiable, y –visitas de Estado mediante– pretende serlo en adelante. Por ello, lo cierto es que Israel necesita a Rusia, y Rusia necesita a Israel.
Con el devenir de la guerra civil siria, es evidente que Rusia nuevamente es un actor de peso en los asuntos de Medio Oriente, y que ninguna tratativa de paz puede realizarse sin el consentimiento de Moscú. En este aspecto, puesto por la revista The Economist, Putin es el “frenemy” de Israel – un “amigonemigo”. Dado que Rusia mantiene relaciones con todos los actores de la región, incluso con los no estatales (como Hezbollah), y que suministra equipamiento militar a los enemigos de Israel, Jerusalén entiende que la mejor opción consiste en encontrar un modus vivendi con dicha potencia mundial.
Dicho de otro modo, los israelíes no pueden darse el lujo de estar en malos términos con los rusos. En el corto plazo las consecuencias para Israel serían severamente adversas. Si las relaciones bilaterales llegaran a deteriorarse, el mencionado mecanismo de coordinación podría dejar de funcionar, y, al fin y al cabo, los misiles antiaéreos avanzados que desplegó el Kremlin en Siria, los S-400, podrían frustrar la libertad de acción de la Fuerza Aérea israelí. Visto de este modo, el acercamiento entre rusos e israelíes, si bien no marca el inicio de una alianza formal, representa un acuerdo de muto beneficio, que, en términos de la realpolitik, se ve reforzado por la gradual retirada de Estados Unidos de Medio Oriente.
A partir del desastre estratégico que resultó la invasión de Irak de 2003, y la desilusión que arrojó la Primavera Árabe, Washington ya no busca influenciar el futuro de tan convulsionada región. Como consecuencia del acuerdo con Irán por su programa nuclear, los analistas israelíes observan con preocupación que Estados Unidos parece haberse resignado, y que prefiere un rol más pasivo frente a los onerosos desafíos regionales. Para Israel este es un punto de lo más sensible. El acuerdo nuclear que impulsó la Casa Blanca el año pasado es etiquetado como contraproducente por numerosas estimaciones calificadas, e Israel teme que el futuro liderazgo de su principal benefactor en el mundo no contravenga el convenio con la república islámica, hondamente perjudicial para sus intereses.
En contraste con Estados Unidos, Rusia busca ejercer un rol activo en los asuntos medioorientales, a la par que pretende posicionarse como garante de la estabilidad entre las partes, preservando el balance de poder entre los actores del vecindario. En suma, mientras que Estados Unidos pierde influencia sobre los enemigos de Israel, Rusia está incrementando la suya. Así es que el Estado judío, por todo lo dicho, entra necesariamente en los designios rusos. Cooperar con Moscú es la opción más viable y conveniente; y como hecho simbólico que da cuenta de esta disposición, ya existe una línea directa y encriptada entre la oficina del primer ministro israelí y el despacho del presidente ruso.
Por otra parte, cabe suponer que, si Jerusalén se ajusta al programa ruso –a esta pax russica– al largo plazo su “relación especial” con Estados Unidos podría verse afectada, o más bien seriamente cuestionada. Haciendo una proyección a futuro, en la medida que Israel apele a Moscú como garante de su seguridad, sea por necesidad o conveniencia, estará perdiendo crédito con el establecimiento político y diplomático estadounidense. El acceso de los funcionarios israelíes al Congreso y a la Casa Blanca ciertamente se vería más truncado.
El Factor Putin-Lieberman
Al analizar las relaciones entre dos países es menester considerar la variable ideológica, es decir, lo que cada nación tiene para decir de la otra. Más allá de la existencia de factores coyunturales amplios, es evidente que la percepción individual de los líderes tiene una influencia sobre las políticas que asumen los Estados frente a terceros actores. Y, desde este lugar, es aparente que existe una afinidad ideológica entre Vladimir Putin y un sector del liderazgo israelí.
Avigdor Lieberman es el principal promotor de esta correspondencia. Tiene conexiones con Moscú y tiene la confianza de Putin, a quien defiende vigorosamente. Lieberman es el flamante ministro de Defensa, y, en la política israelí, se posiciona dentro del ala más dura del nacionalismo judío secular. Nacido en Moldavia, los analistas políticos conceden que su prominencia se debe en gran medida a su popularidad en la comunidad rusoparlante, inclinada hacia perspectivas derechistas en el espectro político del país. Así y todo, como Putin, Lieberman es un espectador de las relaciones internacionales, y adhiere a una visión pragmática de la política y sus dinámicas.
Es posible argüir que este factor Putin-Lieberman está relacionado con el acercamiento entre Jerusalén y Moscú. Sin embargo, si bien Lieberman ha sido instrumental en este afianzamiento, en términos más generales, el mismo es el resultado de la decepción de los líderes de centroderecha y derecha con el comportamiento de Estados Unidos, y con el antiisraelismo perene de los países europeos.
Desde su llegada al poder en el año 2000, Putin, a diferencia de distintos mandatarios occidentales, evita adherir al característico discurso que sujeta a Israel como el principal responsable por el fracaso de las negociaciones de paz con los palestinos. Aunque la política rusa en el tablero internacional choca a menudo con los intereses de Israel, en la dimensión ideológica, Putin ha mostrado mucha más empatía por la postura israelí que muchos otros líderes de renombre. Algunos comentaristas dicen que Putin es filosemita o projudío. En cualquier caso, lo concreto es que tanto Rusia como Israel vivencian la amarga experiencia del terrorismo desde hace mucho tiempo.
Los políticos hebreos, especialmente aquellos de corte derechista, perciben que los funcionarios europeos y estadounidenses fallan en comprender las dinámicas de Medio Oriente, y acusan a estos de no sensibilizarse por la situación de la entidad más democrática y occidentalizada de la región. Por esto mismo, en tanto los dirigentes israelíes pierdan la paciencia con sus contrapartes occidentales, una relación estratégica duradera entre Israel y Rusia se hace más plausible.
Interesantemente, en Israel se dice que, como ministro de Defensa, Lieberman sería a la Franja de Gaza lo que Putin fue a Chechenia. En efecto, en vista del ministro, en lo que respecta a sus tácticas, Hamas no difiere de los terroristas chechenos. Pero no fue Lieberman, sino Ariel Sharon quien introdujo este discurso por primera vez, siendo el primer líder israelí en percatarse del potencial de cultivar relaciones cercanas con la Rusia postsoviética. Estas actitudes prueban que pese a su fuerte dependencia hacia Estados Unidos, Israel es un actor independiente, y con una política exterior pragmática.
Dicho esto, quedará por verse si el vínculo cordial entre Israel y Rusia perdurará en el tiempo. Dados los intereses geopolíticos en juego, me inclino a pensar que las relaciones continuarán en un curso favorable durante la próxima década. No obstante, en base a lo expresado recién, quizás sea plausible que en el futuro cercano, un cambio en la dirección de tanto Rusia como Israel afecte el dialogo entre las partes. Si así sucede, es más probable que se de en el lado ruso que en el lado israelí, en donde los costos de trasgredir la voluntad del Kremlin serían mayores.
Es difícil predecir qué enfoque adoptaría en lo concerniente a Israel una Rusia pos-Putin, cuyo liderazgo podría perfectamente prolongarse una década más. En las repúblicas rusas existe un sentimiento propalestino muy fuerte, acompañado por una población que va de 16 a 20 millones de musulmanes, cifra que representa entre el 12 y el 15 por ciento de la población. Aparte de las consideraciones internacionales aquí expuestas, los miramientos domésticos podrían ponderar a la hora de tratar con Israel.
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