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| viernes noviembre 22, 2024

El régimen iraní, en su pantano sirio


Cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, ordenó la intervención militar directa en Siria en septiembre pasado, su intención era lograr una victoria rápida y contundente que tapara otros problemas por los que Moscú transitaba, en particular la apropiación y anexión de tierras en Georgia y Ucrania.

Nueve meses más tarde, después de haber logrado casi nada en lo que se refiere a la relación de fuerzas en la -extraña- guerra siria, Putin está buscando una salida decorosa para su aliado Bashar al Assad y también para salvar su propia imagen.

La semana pasada, Moscú difundió la noticia de que Rusia había llegado a un acuerdo no especificado con la administración Obama para encontrar la manera de poner fin a la guerra civil siria. Al mismo tiempo, el ministro de Defensa ruso,Sergei Shoigu, viajó a Damasco, «presumiblemente para preparar al asediado presidente Assad a digerir una píldora amarga aún no especificada», según informo –textualmente- la cadena televisiva RT en su sección en lengua árabe.

Putin está actuando a su estilo: «el del oportunista agradable y simpático», según las declaraciones del presidente turco Recept Tayyip Erdogan publicadas por Reuters 48 horas antes del ataque terrorista al aeropuerto de Estambul del pasado martes.

«Si una política no funciona está dispuesto a modificarla e incluso abandonarla. Hace un año podría haber soñado con la victoria militar total en Siria, hoy en día sabe que eso no va a suceder», dijo Erdogan a Reuters.

Sin embargo, más allá de estas duras declaraciones de Erdogan. Lo que debería preguntarse la comunidad internacional es ¿Qué pasa con el otro actor en este juego de poder trágico: la República Islámica en Irán? ¿Por qué la élite khomeinista está preocupada por perder su imagen de poder? La respuesta es que Teherán no está dispuesto a perder o abandonar su política para Siria hasta el último momento, con prescindencia de lo que haga Putin.

Bien vale en este último punto recordar al difunto Ayatollah Khomeini, que insistió con su «estrategia perdedora» en la guerra contra Irak durante ocho años, hasta que fue obligado; según sus propias palabras: a «beber el cáliz con veneno» y aceptar un alto el fuego que podría haber aceptado siete años antes.

Su sucesor, el Ayatollah Ali Khamenei, es un dirigente difícil de evaluar en relación a su contacto con la realidad. Su accionar recuerda la conducta de Khomeini. Algunos creen en Teherán que, ya entrado en años, se ha vuelto más radical, por no decir imprudente en la aplicación de políticas que persiguen espejismos. Pareciera que Khamenei sólo está interesado en entrar en la historia como un líder revolucionario que nunca tiró la toalla y su objetivo es huir de los «cáliz de veneno» de los que Khomeini fue obligado a beber.

Ali Khamenei, Líder supremo de Irán
Ali Khamenei, Líder supremo de Irán

Según el Consejo de la Resistencia Iraní en el exilio, «es por ello que Khamenei sigue hablando de victoria total en Siria y continúa repitiendo que mantendrá el presidente Assad por lo menos hasta el final de su mandato de siete años».

Algunos asesores del presidente Obama han modificado su concepto de él luego de la firma del acuerdo nuclear y han declarado -pidiendo reserva y anonimato- que Khamenei ha desarrollado un ego descomunal, y está convirtiéndose en prisionero de sus propias fantasías.

Sin embargo, Khamenei no es tan imprudente en este juego de poder regional como pudo haberlo sido Khomeini en su tiempo. Ha demostrado estar siempre atento y saber cuándo golpear al enemigo siempre que no encuentre ninguna consecuencia grave posterior. Varios episodios pueden ratificar esta táctica de Khamenei como jugador más cauteloso e incisivo que Khomeini.

En 1980, cuando los diplomáticos norteamericanos fueron tomados como rehenes en la embajada estadounidense en Teherán, Khamenei visitó el edificio ocupado y se mostró muy amable con los rehenes. Terminada la crisis, trató de negociar la compra de armas con EE.UU. Su plan fue enviar una señal de que él era el hombre con el que los norteamericanos podían hacer negocios.

En 1996, el canciller francés, Hervé de Charette, negoció un acuerdo con su homólogo iraní, Ali Akbar Velayati, para ayudar a liberar algunas sanciones a cambio de mantener a raya a Hezbollah, Khamenei lo aprobó y ordenó a Hezbollah que se abstenga de cualquier movimiento anti-israelí por varios años. De hecho, esto duró diez años, hasta julio de 2006, en que Hezbollah decidió ingresar a territorio israelí, secuestrar a dos soldados y asesinar a otros seis, acción que abrió la guerra conocida como de los 33 días.

Un ejemplo más reciente es la posición de Khamenei en relación con el llamado acuerdo nuclear urdido por el gobierno de Obama. El «Guía Supremo» sabía que todo el asunto era una estafa y, sin embargo, adoptó una posición de rechazo al Acuerdo en los medios de prensa iraníes y en varios discursos públicos, al tiempo que permitió a sus subordinados continuar con el plan y cerrar dicho acuerdo detrás de la escena. De hecho, durante los últimos meses, Khamenei ha estado diciendo a quien quisiera escucharlo que las sanciones no habían tenido ningún efecto sobre Irán y que el tratado firmado no comprometía en nada el avance de Irán en sus políticas nucleares, lo cual conformó un quebradero de cabezas en Bruselas cuando Merkel y otros euro-dirigentes entendieron que habían sido engañados.

Khamenei ha mostrado un grado de flexibilidad práctica que ningún político se atrevió a imaginar en un líder iraní emergente de la Revolución Khomeinista desde 1979  hasta la actualidad.

Pero volviendo a Siria, como acertadamente se pregunta el periodista sauditaDaham Al-Anzi, ¿Khamenei va a seguir hablando mientras continúa la matanza detrás de la escena?

La respuesta a esta pregunta es compleja. Una de las razones es que un cambio en la política de Irán sobre Siria no puede ser camuflado fácilmente. Khamenei no tiene más opciones que: «entregar a Assad a los lobos o continuar apostando por él a sabiendas de que cabalga sobre un caballo muerto».

Otra razón es que la República Islámica no es el jugador clave en el desastre de Siria. Sobre todo cuando Rusia, Estados Unidos y Turquía también están profundamente involucrados igual que los estados árabes del Golfo con Arabia Saudita a la cabeza. Otra razón es que la base de apoyo de Assad (el partido Baas) no está interesada en recibir órdenes de Teherán como sí lo está Hassan Nasrallah y los seguidores de Hezbollah en Líbano.

Más importante, quizás, es lo que refiere a la ayuda interna. Allí las opciones de Khamenei en Siria se están estrechando. Prácticamente no hay ninguna simpatía por Assad entre el público iraní, Teherán está teniendo dificultades para convencer a un número mayor  de «voluntarios» para ir a Siria. Eso es público y ha sido informado por el ministerio de guerra iraní en el mes de mayo.

El general en jefe del Cuerpo Al-Quds, Qassem Soleimani, un especialista en propaganda militar del régimen, ya no repite sus promesas al pueblo iraní de una «inminente victoria». A cinco años de la intervención de Teherán en Siria, lo que ve el pueblo iraní es un gran desastre militar a medida que aumentan los cadáveres de sus oficiales y soldados,que ya son difíciles de ocultar. El general grandilocuente ha bajado el tono de sus declaraciones y toma sus «selfies» en Irak, donde está adscripto al gobierno iraquí como «asesor» e incluso promueve la idea de convertirse en candidato a la presidencia el próximo año.

En su lugar, Khamenei ha pedido al general Rezai, un jefe retirado de la Guardia Revolucionaria, aportar «nuevas ideas» para revertir el desastre en Siria. Rezai no es el genio militar que fue; ya es una persona mayor en comparación con el  joven y verborrágico Soleimani. Sin embargo, ésta ha sido una señal -de las tantas- que el Guía Supremo reconsideró porque sabe que la política actual de Irán en Siria no está funcionando y que el régimen está pagando un altísimo costo en lo económico, lo militar y en el plano político interno.

El descontento de la ciudadanía iraní en la cuestión siria es cada vez más manifiesto. Puede que no sea suficiente todavía, pero es una señal de que Teherán deberá replantearse sus fantasías para con Siria en la defensa y el sostenimiento de un presidente como Assad a quien los hechos lo están arrastrando al precipicio día tras día.

 
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