No fue el único pensador islamista, de por cierto, aunque sí uno de los más influyentes. Para algunos historiadores ha sido el teórico más sobresaliente del islamismo en su período de gestación el siglo pasado. Sayyd Qutb puede ser visto como el padrino intelectual del fundamentalismo islámico sunita y el ideólogo más prominente de la Hermandad Musulmana hasta su muerte, cuando el régimen de Gamal Abdel Nasser lo ejecutó, en 1966. Su primer contacto con el Tío Sam fue revelador. En 1948 había sido enviado a los Estados Unidos por el Ministerio de Educación de Egipto a estudiar métodos pedagógicos. Estudió en la Universidad de Stanford y obtuvo una maestría de una universidad de Colorado. Al regresar escribió un ensayo que fue publicado en 1951, La América que he visto: en la escala de los valores humanos. El texto de menos de veinte páginas presentaba las impresiones que Qutb se llevó de su visita. Es un ensayo canónico para los radicales sunitas.
“A pesar de su conocimiento avanzado y trabajo superlativo”, opinó Qutb, “el americano parece ser tan primitivo en su enfoque sobre la vida y sus aspectos humanitarios que es insondable al observador”. Misterioso o no, Qutb sin embargo pudo afirmar que “¡un primitivismo que nos recuerda uno de esos días cuando el hombre vivía en junglas y cuevas!”. Para él, los americanos padecen una inclinación innata hacia la violencia. “No puedo concebir cómo esta ilusión extraña de que los americanos aman la paz se arraigó en el mundo, especialmente en el Oriente”. Y agregaba: “De por cierto, el americano es por su propia naturaleza un guerrero que ama el combate. La idea del combate y la guerra corre con fuerza en su sangre”.
Este musulmán puritano halló objetable la femineidad de la mujer estadounidense: “La chica americana es consciente de la capacidad seductora de su cuerpo. Sabe que yace en su rostro, y en ojos expresivos, y en labios sedientos. Ella sabe que la seducción yace en pechos redondos, y en nalgas llenas, y en muslos torneados, en piernas largas y ella muestra todo esto y no lo oculta”. También desaprobó la música americana: “El jazz es su música elegida. Esta es la música que el salvaje bosquimano creó para satisfacer sus necesidades primitivas”. “En cuanto a sus comidas”, anotó Qutb, “eso también es muy extraño” y reprobó además su sentido del gusto: “cualquier cosa que requiera un toque de elegancia no es para los americanos, ¡ni siquiera los cortes de pelo!”.
Qutb concluía con una distinción valorativa: “Todo esto no significa que los americanos sean una nación carente de virtud… Más bien, significa que las virtudes de Estados Unidos son las virtudes de la producción y la organización, y no aquellas de la moralidad humana y social”.
El comentarista Bret Stephens notó que los EE.UU. que Qutb encontró tan ofensivo todavía tenía que descubrir a Elvis Presley, la revista Playboy, la píldora anticonceptiva, la liberación femenina, los derechos de los homosexuales, Madonna y Lady Gaga. Su pensamiento ofrece una ventana al radicalismo que alentó la ideología de lo que damos en llamar el islam político.
Esa estructura intelectual se enmarcaba en una coyuntura histórica determinada. Con el desmoronamiento progresivo del Imperio Otomano desde inicios del siglo XX y el ingreso al Medio Oriente de las potencias europeas (occidentales y cristianas), los islamistas locales no solamente vieron caer a un imperio islámico que gobernó la región por seiscientos años, sino que también presenciaron, espantados, lo que uno de ellos llamó la Westoxication (mezcla de las palabras “Occidente” con “intoxicación”, en inglés): la contaminación de las tierras del islam con nociones ajenas a ella como la democracia, la tolerancia religiosa, las libertades civiles, el capitalismo, el secularismo y el individualismo, entre otros conceptos y valores. Fue en buena medida en reacción a esta invasión cultural, este choque entre tradición y modernidad, lo que facilitó el advenimiento de un pensamiento político islámico puritano en aquél entonces, sobre el trasfondo de otros conceptos arraigados en la teología musulmana tales como de Dar-al-islam, Dar-al-harb y Yihad. La posterior urbanización y desorientación de masas jóvenes y su captación por un discurso extremista, el triunfo del fundamentalismo islámico chií en la revolución iraní en 1979 y la ulterior derrota de la URSS en Afganistán en 1989, fueron desarrollos que ayudaron a su consolidación.
Tan fuerte fue su cosmovisión anti-occidental, que empujó a los árabes-musulmanes de la región a aliarse con el nazismo primero y, tras su caída, con la Unión Soviética. Vale decir, con los máximos enemigos del Occidente liberal en el siglo XX.
Cuando Moscú invadió Afganistán, una nación musulmana, los islamistas hallaron una alianza extraña e improbable con Washington, enemigo acérrimo de los soviets en el marco de la guerra fría, pero eso no significó un abandono de la yihad anti-americana, apenas una postergación momentánea frente un nuevo orden de prioridades. Bernard Lewis, la máxima autoridad mundial sobre el islam, señaló que ante todo los islamistas darían combate a la superpotencia más peligrosa y luego, inshalá, a la más débil. Y desde la perspectiva de los islamistas, las postrimerías del siglo último parecían darles la razón. Confirmada la debilidad yanqui a la luz de las tibias respuestas a los atentados contra el World Trade Center en Nueva York y contra las tropas estadounidenses en Mogadiscio en 1993, contra la oficina militar de Estados Unidos en Riad en 1995, contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania en 1998, contra el USS Cole en Yemen en 2000, se envalentonaron. Después de todo, esa seguidilla de ataques apenas evocó protestas vacías y el lanzamiento de misiles a lugares remotos y deshabitados del Medio Oriente.
Así lo explicó Lewis: “La primera fase de la yihad era echar a los infieles de las tierras del Islam; la segunda etapa llevar la guerra al campo enemigo, y los ataques del 9/11 fueron claramente destinados a ser el pistoletazo de salida de esta etapa”. Y vaya pistoletazo. Con franquicias, Al-Qaeda sigue en pie de combate y de ella ha emergido una facción particularmente feroz que consideró las acciones terroristas de Ben-Laden demasiado suaves: el ISIS, hoy comandado por Abu Bakr al-Bagdadi.
Este académico de la Universidad de Princeton cumplió cien años este año. Históricamente, el haber sido testigo del surgimiento del fundamentalismo islámico el siglo pasado y de su apogeo en el actual, no le debe haber dado mucha causa para celebrar. Pero el lapso de vida de los humanos es trascendido por la dimensión de la Historia, la cual con seguridad verá el colapso de esta ideología extremista.
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