Para el Zohar o Libro del esplendor parece claro que el árbol del que comieron Adán y Eva en el Paraíso, el árbol de la dualidad, era la higuera, con cuyas hojas, se nos dice, se hicieron cinturones poco después para velar su sentimiento de pudor. Pocos ejemplos puede darnos la Kábala tan contundentes de su filosofía lingüística o de la importancia que tienen en la Biblia los nombres y las palabras, como en el caso de la higuera o teenáh , palabra que tiene la misma raíz pero distinta vocalización que taanáh , goce, placer físico. Como el higo en cuestión tiene un fuerte contenido sexual por su leche y también por su inflorescencia, en toda el área de la cultura mediterránea se llamó a los genitales femeninos y hasta el día de hoy la figa. De hecho, la marca simbólica que la higuera en tanto Arbol del Bien y del Mal establece es el dimorfismo genético o la separación de los sexos, división que, obviamente y según el texto bíblico, no parecía ocurrir antes, en un estadio que podríamos nominar ´´paradisíaco´´ o no dual.
Esta dualidad es, por otra parte, del orden de lo inevitable: nacemos hembras o machos, el lenguaje tiene género, los nombres son femeninos o masculinos en casi todas las lenguas salvo excepciones. Miremos, pues, un poco más de cerca para ver qué contiene la dichosa higuera que jugó un papel tan especial: en ella están at y atáh, el tú femenino y el tú masculino, al mismo tiempo que la voz ta, célula. Un auténtico misterio verbal corroborado, sin duda, por la genética, ya que cada ser vivo se crea a partir de una pequeña, microscópica unidad orgánica. Por su valor numérico o guematria, 456, la higuera o teenáh equivale a la palabra hebrea cótel. Muro, pared, de donde naturalmente los sexos pasarán, a partir de su ingreso en el mundo de la dualidad, a ´´bañarse´´en los sitios públicos separados por un muro de vergüenza. Cuando el Zohar comenta que hombre y mujer se hicieron se hicieron vestidos con las hojas de ´´el mismo árbol del que habían comido´´, es que sabe a ciencia cierta que no se trataba de manzanas sino de higos la causa de la apertura de ojos a la diferencia. De hecho la primera oposición taxonómica. La frase específica del Genesis 3: 7 dice: ´´ Entonces fueron abiertos los ojos de ambos y conocieron que estaban desnudos.´´ Desde ese hecho, a partir de ese momento el conocimiento necesita desnudar para discernir sobre lo que ve. Mientras que la sabiduría une, cauteriza lo que el conocimiento ha hallado, al conocimiento le compete indagar, explorar y, naturalmente, separar para ver. Se trata, la palabra hebrea para nuestro conocemos, del mismo verbo que la Biblia empleará más adelante para mencionar que Adán yació con Eva, es decir la conoció carnalmente. Un conocimiento que puede ser una obra de joyería, algo valiosísimo si los amantes devienen orfebres de sí mismos y así lo proyectan, o un desastre, pues también se sabe que sin la partícula divina( la hei para la mujer o ishá y la yod para el hombre o ish ), la relación puede transformarse en un infierno y su miembros acabar calcinados. En cuanto a la palabra desnudos, eirumim, procede de la raíz erem, descubrir, revelar. Es decir que la ausencia de ropas es también un estado revelación que el vestido encubrirá.
Existen estudiosos de la Torá que infieren que del valor de esa palabra y de su equivalencia con jashab, pensar, meditar, nace, además, la reflexión. Brotan los por qués. Y eso es efectivamente cierto: nuestra posición erecta y desnuda da lugar primero a una visión más amplia del entorno ya que podemos ver donde no estamos y, posteriormente, evolución mediante, suscita el pensamiento. Pero como jashab, pensar, puede convertirse a su vez en jibesh si cambiamos la puntuación diacrítica, y ese vocablo alude a un vendar, atar, es casi una obviedad decir que aquella primera apertura de ojos fue una herida que la cultura posterior vino a suturar, a compensar. Los intérpretes literales de la Biblia ignoran que en ese famoso pasaje se sintetizan, entre la expresión poética y mítica de nuestra condición primera-la desnudez-, el paso de la naturaleza a la cultura, y en cierto modo del candor a la vergüenza, siendo, esta última, meramente la conciencia de la diferencia.
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