Occidente debería buscar un mayor debilitamiento del Estado Islámico, pero no su destrucción. Un débil pero funcional Estado Islámico bien puede socavar el atractivo del califato entre los musulmanes radicales; mantener a paupérrimos actores ocupados entre ellos mismos en lugar de tener en mente objetivos occidentales; y obstaculizar a que Irán busque la hegemonía regional.
El Secretario de Defensa Ashton Carter reunió recientemente a los ministros de defensa de los países aliados con el fin de planificar lo que las autoridades esperan sea la etapa decisiva en la campaña para erradicar a la organización del Estado Islámico (EI). Esto es un error estratégico.
El Estado Islámico es un grupo islamista radical, ha asesinado a miles de personas desde que declaró un califato islámico en junio 2014 siendo la ciudad siria de Raqqa su capital sede. Esta ha captado una enorme atención internacional conquistando rápidamente grandes extensiones de tierra y dando a conocer imágenes horripilantes sobre decapitaciones y otros medios brutales de ejecución.
Pero el Estado Islámico es principalmente exitoso donde existe un vacío político. A pesar que las ofensivas en Siria e Irak mostraron una capacidad táctica del Estado Islámico, estas fueron dirigidas contra estados fracasados con ejércitos debilitados. En ocasiones cuando las malamente entrenadas tropas del Estado Islámico se enfrentaron a una oposición bien organizada, incluso la de entidades no estatales tales como las milicias kurdas, la actuación del grupo ha sido menos convincente. Cuanto mayor es la presión militar aplicada y disminuye el apoyo de Turquía, el Estado Islámico va en retirada.
Es cierto que el Estado Islámico ha encendido una inmensa pasión entre muchos jóvenes y musulmanes frustrados en todo el mundo y la idea del califato posee un gran atractivo entre los creyentes. Pero la pregunta relevante es ¿qué es lo que el Estado Islámico puede hacer?, particularmente, en su situación actual. Las actividades terroristas de las cuales recientemente se responsabilizó fueron perpetradas mayormente por lobos solitarios que declararon su lealtad al Estado Islámico; estas no fueron dirigidas desde Raqqa. Por sí mismo, el Estado Islámico solo es capaz de perpetrar daños muy limitados.
Un Estado Islámico débil es, anti-intuitivamente, preferible a un Estado Islámico destruido. El Estado Islámico es un imán para los musulmanes radicalizados en países de todo el mundo. Estos voluntarios son blancos más fáciles de identificar, ahorrándole el trabajo a los servicios de inteligencia. Estos adquieren habilidades destructivas en los campos de Siria e Irak que son de un interés indudable si regresan a casa, pero algunos de ellos adquieren la condición de shahyd mientras todavía están fuera – una bendición para sus países de origen. Si el Estado Islámico es derrotado en su totalidad, más de estos individuos son propensos a regresar a casa y causar problemas.
Si el Estado Islámico pierde el control sobre su territorio, las energías que entraron para proteger y gobernar un estado irán dirigidas a organizar más ataques terroristas fuera de sus fronteras. El colapso del Estado Islámico producirá una diáspora terrorista que pudiera radicalizar aún más a los inmigrantes musulmanes en Occidente. La mayoría de las agencias que combaten contra el terrorismo comprenden este peligro. La prolongación de la vida del Estado Islámico probablemente asegurará la muerte de más musulmanes extremistas a manos de otros individuos malvados en el Medio Oriente, y es probable que libre a Occidente de varios ataques terroristas.
Por otra parte, un débil y persistente Estado Islámico pudiera socavar el atractivo a la idea de un califato. Una entidad política disfuncional y asediada es más propicia a la desilusión por los seguidores musulmanes a un califato en nuestra época que un Estado Islámico destruido por una poderosa coalición liderada por los Estados Unidos. El último de los escenarios se adapta perfectamente a la narración de los continuos y pérfidos esfuerzos por parte de Occidente para destruir al Islam, que alimenta el odio musulmán radical por todo lo que Occidente representa.
La continua existencia del Estado Islámico sirve un propósito estratégico. ¿Por qué ayudar al brutal régimen de Assad para que obtenga la victoria en la guerra civil siria? Muchos islamistas radicales en las fuerzas de oposición, es decir, Al Nusra y sus ramificaciones, pudieran encontrar otras plazas en donde operar cerca de París y Berlín. ¿Es del interés de Occidente fortalecer el puño de Rusia sobre Siria y reforzar su influencia en el Medio Oriente? ¿Es congruente mejorar el control iraní de Irak con los objetivos estadounidenses en ese país? Sólo la locura estratégica que actualmente prevalece en Washington puede considerarlo como un resultado positivo el incrementar el poderío del eje Moscú-Teherán-Damasco cooperando con Rusia en contra del Estado Islámico.
Por otra parte, Hezbollah – una organización radical chiita anti-Occidente subordinada a Irán – está siendo seriamente gravada por la lucha contra el Estados Islámico, un estado de cosas que se adapta a los intereses occidentales. Un Hezbollah que ya no participa en la guerra civil siria pudiera participar una vez más en la toma de rehenes occidentales y en otros actos terroristas en Europa.
El desagrado de Occidente por la brutalidad e inmoralidad del Estado Islámico no debería confundir la claridad estratégica. Los individuos del Estado Islámico son realmente malvados, pero algunos de sus oponentes son algo mejores. Permitirle a individuos malvados asesinar a individuos malvados suena muy cínico, pero es útil e incluso moral hacerlo si mantiene a los malvados ocupados y con menos capacidad de lastimar a los buenos. La realidad hobbesiana del Medio Oriente no siempre presenta una opción moral pulcra.
Occidente anhela estabilidad y mantiene una esperanza ingenua de que la derrota militar del Estado Islámico será fundamental para alcanzar ese objetivo. Pero la estabilidad no es un valor en sí mismo. Es deseable sólo si le sirve a nuestros intereses. La derrota del Estado Islámico alentaría la hegemonía iraní en la región, reforzaría el papel de Rusia y prolongara la tiranía de Assad. Teherán, Moscú y Damasco no comparten nuestros valores democráticos y tienen poca inclinación en ayudar a Estados Unidos y a Occidente.
Por otra parte, la inestabilidad y las crisis a veces contienen presagios de un cambio positivo. Desafortunadamente, la administración Obama no logra ver que su principal enemigo es Irán. El gobierno de Obama ha inflado la amenaza del Estado Islámico con el fin de legitimar a Irán como un actor “responsable” que, supuestamente, combatirá contra el Estado Islámico en el Medio Oriente. Esto fue parte del justificativo por la administración Obama a su acuerdo en materia nuclear con Irán y fundamental a su “legado”, el cual muy probablemente sea malamente recordado.
La administración estadounidense no parece capaz de reconocer el hecho que el Estado Islámico puede ser una herramienta útil para socavar el ambicioso plan de dominación del Medio Oriente por parte de Teherán.
Efraim Inbar, director del Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat, es profesor emérito de estudios políticos en la Universidad Bar-Ilan y compañero en el Foro Medio Oriente.
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