La cifra y la caricia

El  Rabí Saúl Din Deshe de Salónica solía decir:

-Las cifras encauzan el amor, las caricias lo hacen fluir.

            Se ganaba la vida como afilador de cuchillos y tijeras y llamaba a sus clientes con una flauta de Pan tallada en hueso de carnero. Pasaba cada mes y medio por los mismos lugares, tiendas y calles montado sobre una bicicleta más destartalada que gallinero de pobre y siempre tenía alguna buena enseñanza para sus amigos y conocidos.

-Los números, las equivalencias , tal y como nos lo revela la Kábala, sirven para aproximar las orillas de los seres y las cosas-sostenía Saúl Din Deshe-, pero no para hacerlos vivir, labor que desempeñan las palabras.

            Quizá por eso, y para cobrar por su trabajo, consideraba más importantes los colores y las formas de los útiles que debía afilar que su medida. Se había inventado un discurso que iba de ´´la mitad de lo de antes´´  al ´´doble de la última vez´´ con tal de no confesar el precio.

-Los números limitan, las palabras dilatan-decía-, y yo soy tan malo para los cálculos como gracioso para las historias.

            En la Biblia hay testimonios ambiguos sobre el número. Por ejemplo, las leyes y las fiestas aparecen cifradas, pero cuando el rey David quiso hacer un censo de población todo le salió mal. Si los hombres se reúnen por voluntad propia, el número les ayuda. Pero si se ven obligados a juntarse, huyen de él.

-¿En qué sentido las cifras encauzan y las caricias hacen fluir el amor?-le preguntaban.

-Podemos planear el horario de un encuentro-respondía el de Salónica-, pero no la exacta forma de su desarrollo. Los números dan medida a nuestra casa, pero que sea cálida y habitable dependerá de las palabras que hagamos resonar en ella.