El aniversario de los ataques del 11-S es un momento propicio para hacer un balance de la lucha contra el terrorismo y sus ambiciones globales. Para algunos, el flagelo está en declive tras la eliminación de Osama Bin Laden y las turbulencias de las revueltas árabes. Otros preferimos ser más cautos; sobre todo ante la proliferación de frentes de combate por doquier, menos visibles en términos mediáticos pero preocupantes por tratarse de la metástasis del tumor terrorista.
Sobre aquel atentado en suelo estadounidense muchos se preguntan todavía porque el Departamento de Estado cometió el error de expedir visas a los secuestradores de los aviones del 11-S. En cambio, otros, aún hablan de por qué la policía local no comprobó el estatus migratorio de los yihadistas, a quienes detuvo dos veces por exceso de velocidad antes de los ataques.
Si algo de ello hubiera sucedido pudiera haberse evitado la tragedia. Sin embargo, las Torres Gemelas dejaron más de 3.000 muertos y al Pentágono en llamas. Quince años después no podemos mirar atrás suspirando contra-fácticamente la historia. La memoria hoy es la que debe impulsar la acción y llevarla a cabo sin excusas.
En tal sentido, la Consultora Zogby publicó hace una semana una encuesta por el nuevo aniversario del 11-S que da como resultado que «el 74% de quienes viven en la Costa Este de Estados Unidos y el 66% de quienes lo hacen en la Oeste piensan en los ataques al menos una vez por semana señalando que fueron el acontecimiento histórico más significativo de sus vidas«.
Ésta es toda una noticia puede pensar el lector. Aun así, el recordatorio sin resistencia al terrorismo y sus apologistas no es más que un camino abierto para otro 11-S. Todos los estadounidenses tienen un rol en la protección de su país: protegerlo de extremistas musulmanes, de quienes los financian, de su maquinaria de prensa y sus activistas en favor de la sharia, de sus esbirros pacifistas, de absolutistas de las libertades civiles y de los académicos apologistas del terrorismo.
Sin embargo, los norteamericanos expresan su solidaridad cada año con las personas que aquella mañana de 2001 fueron asesinadas por terroristas -a quienes aún hoy el Consejo de Relaciones Islámico-Americanas (CAIR) reivindican-.
Mientras, la izquierda se mofa y responde jugando el juego absurdo de la propia culpa. Pero es la gente anónima del país -no los abogados de la confrontación racial y apologistas de terroristas-, los que ayudarán a prevenir el siguiente ataque. Son las personas anónimas como Brian Morgenstern, el joven empleado de la tiendaCircuit City quien contactó a las autoridades al ver un vídeo de entrenamiento yihadista de los 6 conspiradores de Fort Dix.
«Fue una decisión difícil al principio», contó Morgenstern a Fox News. «Hablé con mi familia y todos concluimos que era lo que había que hacer. Sin arrepentimientos».
Sin embargo, no todos están dispuestos a hacerlo. Cuando arrestaron a dos jóvenes musulmanes y los procesaron por delitos de terrorismo y posesión de armas después de haber sido detenidos cerca de la base naval de Goose Creek, Carolina del Sur; grupos islámicos y organizaciones de derechos civiles inmediatamente gritaron racismo e islamófobos a los agentes del FBI.
En otras palabras, en EEUU como en todo Occidente, hay personas 10-S y personas 12-S. La gente 10-S vive un mundo de fantasía, donde la sensibilidad está por encima de la seguridad. Ellos no comprenden que andar por la vida de adivino no es una política aceptable para la seguridad de un país. La gente 12-S es la que está en su barrio, en su avión, tren o autobús viviendo su vida, pero alerta.
Si el lector se ha olvidado qué fecha es, no es afortunado ni deja de serlo. Debe saber que su suerte no es producto de la naturaleza o del universo, sino de decisiones y acciones humanas de los terroristas o de quienes deben neutralizarlos.
De momento, el yihadismo está lejos de ser derrotado. El terrorismo islámico sigue creyendo que la historia le pertenece, no ve a nadie a su alrededor tan motivado, paciente y dispuesto a matar y morir como ellos.
En una guerra la victoria se consigue cuando el enemigo se convence que sus objetivos son inalcanzables y que sólo le espera la derrota. El yihadismo no está todavía ahí. En parte porque ve las debilidades de un Occidente que debe responder varias preguntas. Entre ellas: ¿Cuánto aguantaremos ataques como los de Paris, Orlando o Bruselas? ¿Cuánto apoyaremos a los países del Golfo? ¿Hasta dónde defenderemos a Israel en vez de boicotearlo y negarle su derecho a defensa ante un enemigo fanático que aspira a borrarlo de mapa?
A 15 años de ese crimen masivo del terror islámico, los ciudadanos de Occidente vivimos una realidad post 11-S que no debe ser una obsesión pero sobre la que sí debemos estar alertas.
Recordar la fecha y las víctimas inocentes no debe ser sólo un eslogan anual sino un estado mental de defensa de las libertades y la vida humana durante las 24 horas del día los 7 días de la semana.
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