El titular que viene de Ginebra resulta tan familiar como deprimente y vergonzoso. La Unesco –la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura– volvió a votar el pasado día 13 una resolución según la cual el judaísmo y el pueblo judío no tienen vínculos con el Monte del Templo de Jerusalén y el Muro de los Lamentos. La votación, que es sólo el último ejemplo de los prejuicios antisemitas de la ONU, fue un intento descarado de negar la historia con el fin de promover la deslegitimación de Israel. Pero los palestinos y aquellos de entre sus defensores que han patrocinado este patético espectáculo no deberían celebrarlo. La votación iba contra Israel, pero por primera vez hubo más países en la abstención que en el apoyo de esta perversa agresión a la verdad. Aunque el mero hecho de que se esté utilizando la Unesco de este modo da cuenta de su bancarrota moral, la disminución del apoyo a las grandes mentiras de los palestinos demuestra que, en realidad, su campaña contra el Estado judío está perdiendo terreno.
La votación en el consejo de la Unesco fue despareja, ya que 24 países apoyaron la resolución que negaba los lazos judíos con los lugares más sagrados del judaísmo y defendieron los intentos de forzar la expulsión de los judíos de su capital, mientras que sólo seis países (Estados Unidos, Reino Unido, los Países Bajos, Alemania, Lituania y Estonia) se opusieron. Pero esta vez se abstuvieron 26 países, entre los que se contaban Francia, Suecia, Eslovenia, la India, Argentina y Togo, que habían anunciado previamente su apoyo a la calumnia. En total, diez países que habían votado a favor de una resolución similar en el pasado se abstuvieron esta vez. Ni un solo país europeo apoyó a los palestinos aquí, en la plataforma simbólica fundamental para sus intentos de aislar al Estado judío y negar su legitimidad.
Ese cambio hacia la oposición o la abstención de una mayoría respecto a la resolución palestina sobre Jerusalén refleja el creciente éxito de la diplomacia israelí. Los esfuerzos para aislar a Israel en el Tercer Mundo están encontrándose con cada vez más resistencias tanto en África como en Asia, ya que muchos países se están dando cuenta de que las descabelladas reivindicaciones palestinas no tienen más propósito que hacer menguar aún más la probabilidad de la paz. Otros buscan estrechar sus lazos con Israel –de manera abierta, y a veces encubierta– porque aprecian lo que el Estado judío puede ofrecer en términos de cooperación en materia de seguridad, en un momento en que la amenaza del terrorismo islamista se cierne sobre todo el planeta. También están interpretando las señales de algunos de los enemigos más implacables de Israel, como Arabia Saudí, que ha demostrado hace poco su temor a Irán y se está volviendo hacia el Estado judío en busca de un posible aliado. Aunque todos siguen diciendo palabras vacías sobre la causa palestina, respaldar su obsesiva y absurda guerra contra Israel no hace ningún bien a nadie, y menos al pueblo palestino, que sigue bajo la mala guía de Fatah en la Margen Occidental y de Hamás en Gaza.
Por otro lado, y aunque se debe disculpar al primer ministro Netanyahu y a la diplomacia israelí por expresar cierta satisfacción ante un total de votos a favor menor de lo esperado en ese acto de negacionismo, el texto de la resolución sigue siendo motivo de honda preocupación. La manipulación de la Unesco por parte de quienes odian a Israel es una advertencia al mundo de que el objetivo palestino no es, en realidad, una solución ecuánime de dos Estados, la única manera de resolver el conflicto según los partidarios del proceso de paz. La ofensiva diplomática de la Autoridad Palestina en Jerusalén complementa los intentos de agitar la opinión pública contra Israel promoviendo patrañas sobre los supuestos planes de Israel para dañar las mezquitas del Monte del Templo. Esa incitación ha alimentado la última ronda de asesinatos terroristas, denominada Intifada de los Cuchillos. El propósito de este odio no es ganar apoyos para el Estado palestino independiente que dicen querer, sino hacer manifiesto su intento de negar los derechos y la historia de los judíos y, en última instancia, expulsar a los judíos de Jerusalén, si no del resto del país.
Los palestinos podrán contentarse con resoluciones que les hagan creer que pueden lograr su objetivo de despojar a Jerusalén de su mayoría judía. Pero este empeño demuestra que la oposición palestina a la coexistencia y sus provocaciones antisemitas son un obstáculo mucho mayor para la paz que cualquier otra cosa que haya hecho Israel. Como demuestra que haya habido menos votos a favor en la Unesco, su problema no es sólo que Israel se niegue a desaparecer. Es también que gran parte del mundo está empezando a ver su verdadero objetivo.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
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