Si hasta ahora el ISIS nos parecía cruel, sanguinario y perverso, a la lista de sus maldades se agrega ahora la de jugueteros despiadados. Hemos visto las fotos de las muñecas-bomba, de los animalitos de plástico rellenos de explosivo y el reguero de sangre infantil que dejan los yihadistas tras el abandono de las villas y pequeños pueblos que ocupaban. El fin de esos fatídicos regalos es atentar contra niños que, inocentes, se inclinan a recoger, de regreso a lo que eran sus casas, las coloreadas trampas que les estallan en el rostro y los brazos. Ese crimen no tiene perdón, ni siquiera perdón divino. Es casi seguro que el mismo Alláh desaprueba esas prácticas, si es que a estas alturas oye todavía voces humanas más allá del fragor de las batallas. La guerra contra el terrorismo islámico está lejos de atravesar su fase final. Es posible, incluso, que aún nos depare cosas peores que esos tristes juguetes de la muerte. Si el mundo más o menos libre y más o menos pro-occidental gana, aún le quedará un ingente trabajo por llevar a cabo.
El esfuerzo educativo será inmenso y está por verse si resultará fructífero tras la embriaguez de los desastres. Hay demasiado veneno ideológico, demasiadas toxinas verbales diseminadas durante décadas en las viejas tierras del Oriente Medio. El concepto mismo de civilización, con lo que conlleva de esfuerzo, estudio y trabajo, tolerancia y entusiasmo, no puede-de Siria al Yemen y de Irak a Egipto-, sobreponerse al desgarramiento sectario que aflora aquí y allá entre shiíes y sunnitas, salafistas y demócratas, inveterados nostálgicos del ayer y defensores del hoy . Las heridas tribales y los resentimientos continúan tan frescos como cuando fueron provocados por meras luchas familiares. En esa zona del mundo el odio es un deporte sin fronteras, la mezquindad un hábito cotidiano, el desprecio por el otro-coptos en el Nilo, yazidíes en los desiertos, kurdos y cristianos- el plato de cada día. Sus letales efluvios no se diluyen fácilmente. Se necesita lo que prometía la primavera árabe y no llevó a cuajar, un aire fresco e ideas liberadoras, remedios drásticos y efectivos. Serenidad, calma. Algo imposible en nuestros días.
Ante ese panorama Israel no podrá, durante mucho tiempo, ser un mero espectador. Acabará por devenir un espía insomne, un vigilante que hace del estado de alerta su pan cotidiano. Sus armas defensivas serán de más en más sofisticadas. Pensar que cuando llegue la paz con los palestinos, realidad poco probable, habrá un tapón para los peligros, es una ilusión. Es del seno mismo de las altas instancias del poder islámico de donde debe proceder la salvación, el cambio. Mientras Irán y Arabia Saudita no cambien, y mucho, nada cambiará. Los imanes sienten alergia por la modernidad y lo que ésta concede a las mujeres. Roguemos, por tanto, que cuando se apaguen los fuegos de la contienda, al menos una parte del mundo árabe se de cuenta en qué campos florecen las soluciones, en qué ámbito crece la paz verdadera.
Mario Satz
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