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| lunes diciembre 23, 2024

Los cuentos de Mario Satz


El número secreto de la rosa

Mario Satz

Porisrael.org

            Tres jóvenes estudiantes de Jerusalén, avezados en los pasajes más oscuros de la Torá y  enamorados su interminable ajedrez de posibles lecturas, se dirigieron a su maestro  Madlik Or para interrogarlo acerca del simbolismo de la rosa.

-Leemos en Isaías que el yermo se gozará y florecerá como una rosa-comentó Meir Siván-. Me parece que debería decir lo yermo, es decir una parcela, un rincón. ¿No crees? Es imposible que todo el desierto sea un rosedal.

-Ve hacia el Mar Muerto-dijo el maestro-, en la posada Gan Shoshanim perderás tu mirada en la extensión de sus rosas. Lo que era yermo hoy es una helicoidal danza de pétalos. Una danza que crece y se expande.

            Sin poder cerrar su boca debido a la admiración que le provocaba esa respuesta, Uri Ofir, el segundo estudiante, dijo:

-Unicamente podemos creer en la profecía una vez que se ha cumplido ¿no?

-La palabra siembra en el aire lo que el fuego y el agua acabarán gestando en la tierra-respondió Madlik Or.

-Una vez nos dijiste que en la rosa se ocultaba un número extraordinario-intervino Saúl Sosnowski,  el tercer estudiante-¿puedes decirnos cuál es?

-Puedo, claro que puedo-respondió el maestro- Pero¿ no sería mejor que lo hallarais por vosotros mismos? La guematria o cálculo numérico de las palabras es un arte que afina la mente y acerca los seres y las cosas.

            Hecha la proposición, los tres estudiantes se abocaron a sus cálculos y búsquedas personales. El número secreto de la rosa era seiscientos sesenta y uno. Cada uno de ellos halló una equivalencia posible a esa cifra.

-La mejor   que encontré nos da la palabra granero, cosecha abundante-dijo Meir Siván- Si así fuera, lo que hoy sucede en el yermo así lo demuestra.

-Por mi parte descubrí que Esther, que fue una rosa que nos salvó de las cuchillas del mal, posee esa cifra-acotó Uri Ofir.

-Qué curioso-intervino Saúl-, yo encontré la palabra almacenar, que posee el mismo valor y nos hace pensar en todo lo que alberga en su interior la rosa.

            El maestro Madlik Or escuchó con atención cada una de los de los hallazgos de sus discípulos y comentó:

-Todo eso es cierto: en Gan Shoshanim la cosecha es abundante; la responsable de la posada se llama Esther y allí mismo se almacenan los pétalos secos con los que se rellenan almohadones para nuestros más dulces sueños. Todo eso es, pues, un hecho, pero la cifra de la rosa encierra aún una verdad más profunda: equivale a la expresión or tamid, luz perpetua.

            Los discípulos se miraron entre sí, miraron al maestro, observaron con detenimiento la rosa de papel que su destreza en el arte del origami había confeccionado y que en ese momento sostenía entre sus dedos, y se dieron cuenta qué cierto era aquello de que la palabra siembra en el aire lo que algún día encarna en la tierra.

 

                        Mario Satz: El canto de la lluvia

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El shamash

Mario Satz

Porisrael.org

 

            Cerca de una pequeña sinagoga de la boscosa Transilvania vivía un pobre leñador cristiano que respondía al nombre Cyril y que, cada vez que podía, cumplía allí las funciones de  shamash , servidor o conserje, ya fuera encendiendo las velas o bien barriendo los suelos de tierra apisonada. En aquel entonces todo era de madera, algunas ventanas de las casas de estudio tenían comederos para pájaros y  nadie tocaba el musgo que crecía entre las tejas porque los judíos veneraban, en el verde, la renovación del mundo natural salido de las manos del Creador.

            Después del trabajo Cyril volvía a su casa y comentaba a su mujer que el oscilar de los creyentes en la sinagoga semejaba el de una llama o el de una rama de pino sacudida por brisas opuestas.

-Tal vez no puedan encender  fuego los sábados-decía el shamash-  porque sus almas mismas son de fuego ese día. O quizás hagan el amor con su Dios a toda prisa y de pie.

-Vaya gente-escupía María, su mujer. Un criatura menuda y malhumorada que adoraba tanto a Jesús como despreciaba a los de su raza.

-Son como nosotros-le respondía Cyril-, seres humanos en pos de música y consuelo.

            Una mañana se le ocurrió preguntarle al Rabí  Eleazar Brandeis, de barba dorada y trato gentil, qué diablos que quería decir en hebreoshamash.

-El que cuida-le respondió el maestro-, como el sol ( 1), que nada sea devorado por la sombra y el frío y que, como el astro del día, recorre las casas de la noche llevando tibieza y compasión a quienes atenaza el sueño o debilita la enfermedad.

            Tras lo cual Eleazar le explicó que el shamash sólo se diferenciaba de shemesh, el  sol, por la posición de las vocales, hecho ante el que Cyril, que era analfabeto y desconocía lo que eran consonantes y vocales, puso cara de entender aún menos que antes de su pregunta.

-Vamos, que eres nuestro pequeño sol los sábados. Eso, nuestro pequeño sol- continuó  Eleazar Brandeis.

            Cuando Cyril se lo contó a María, su esposa le increpó:

-Pues que te paguen más entonces.

-Ya me han pagado, María, y más que quienes me compran  leña-dijo el shamash-.Son las únicas personas para quienes mi labor ilumina las cosas y los seres. Trabajar cuando uno no sabe lo que hace es un dolor pesado, pero ocuparse de mantener las sombras a raya es un privilegio escaso del que mi corazón  se enorgullece.  

                                                                                    Mario Satz

 

( 1)  Shamash  y shemesh, servidor y sol,  poseen efectivamente la misma raíz ( $eme$ y $fMa$ ). Sólo se diferencian por la notación diacrítica, es decir las vocales que articulan su fonética.

 
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