La bofetada de realidad que la elección de Trump ha supuesto para los EE.UU. y para el mundo tiene tantas lecturas como incertidumbres siembra su mensaje. Pero hay una óptica que coloca al suceso en consonancia con muchos otros en las sociedades occidentales, que se creían inmunes al retorno de los mensajes populistas. Hoy día abundan los analistas que recurren a la historia para intentar explicar a posteriori lo que ha pasado, trazando paralelismos no siempre acertados con lo ya vivido, inevitablemente cargados de lecturas ideológicas. Sin embargo, en el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial muchas naciones se distancian de los modelos precedentes por una importante modificación del lenguaje: el que usan los políticos, repiten los medios de comunicación y enseñan las escuelas. Es lo que entendemos como “políticamente correcto”, una forma de expresión que apenas unas décadas antes hubiera sido calificada de hipocresía. No se dice negro sino afroamericano, homosexual sino gay, judío sino israelita o hebreo. Como resultado, en el lenguaje coloquial español, lo judío conserva su carga peyorativa (perro judío, judiada, etc.).
De modo análogo, cuando durante la administración Obama EE.UU. sufre ataques terroristas yihadistas no los califica como tales ya que podría herir la sensibilidad de la minoría musulmana. La consecuencia: tras las elecciones, hoy dicha minoría está realmente señalada y es objeto de una desconfianza generalizada. Cualquier voz discrepante en el uso del lenguaje público ha sido descalificada, impidiendo un debate sincero en el seno de la sociedad. En lugar del tradicional “al pan, pan y al vino, vino” tenemos que recurrir a intrincados eufemismos que no ofendan, en este ejemplo, a los celíacos y a las familias de alcohólicos. El resultado: que la mayoría hemos ido prefiriendo evitar pronunciarnos, mentir en las encuestas y en las entrevistas de trabajo, y activar una sonrisa mecánica reprimiendo el instinto de contestar en público lo que en realidad pasa por nuestras mentes y que sí expresamos en privado. Hasta que llega un personaje que rompe el esquema y dice en voz alta y exacerbada todas las expresiones y opiniones malsonantes que hemos ido sepultando pero que, como las fosas comunes que se pretenden ocultar, acaban reventando. Y de un día al otro pasamos del “mejor calladitos” a los insultos, de animarnos a pronunciar los sustantivos “malsonantes” a dotarlos de los peores adjetivos.
Supongo que no hay recetas contra los vientos que soplan en cada momento, aunque algo sí podríamos hacer para afrontar los temporales sociales: no dejarnos amedrentar ni optar por el silencio y el aborregamiento como estrategia general, aunque corramos riesgos, ya que la consecuencia de no hacerlo es siempre mucho peor, como se empeña en demostrarnos el devenir del mundo y la historia, con que sólo echamos un vistazo atrás de vez en cuando.
Director de Radio Sefarad
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