Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
En unas tres semanas, Barack Obama hará algo que ha hecho antes, 15 veces, durante sus dos mandatos como presidente de Estados Unidos, algo que algunos israelíes esperan que su sucesor, Donald J. Trump, no haga ni siquiera una vez: Firmar una renuncia a su obligación legal de trasladar la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén.
Citando la «autoridad que, como Presidente, me ha conferido la Constitución y las leyes de Estados Unidos», Obama determinará una vez más «que es necesario, para proteger los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos», suspender la decisión del Congreso de 1995 de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel y trasladar ahí la embajada y la residencia del embajador.
[El edificio de la Embajada de EE.UU. en Tel Aviv. (Crédito de la foto: Roni Schutzer/Flash90)]
Obama no es el primer presidente en firmar esta renuncia. Bill Clinton y el cristiano renacido George W. Bush lo hicieron dos veces al año, traicionando continuamente sus propias promesas de campaña.
Pero Trump es un comodín y, más de una semana después de ganar las elecciones, todavía no está claro qué políticas seguirá en Medio Oriente – incluso si se adherirá al ampliamente aceptado dogma diplomático y se unirá a la lista de presidentes que posponen el traslado de la embajada cada seis meses, o realmente honrará su promesa de campaña y ordenará el traslado.
«Cuando se trata de política exterior, parece que tiene ciertos instintos, pero no está nada claro dónde está situado exactamente en cualquier tema político específico», dijo Jonathan Rynhold, experto en política estadounidense en la Universidad Bar-Ilan. «Es realmente imposible saberlo. Dijo tantas cosas, y casi todo lo que dijo contradice algún otro punto.”
El argumento más frecuentemente citado contra el reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel y el traslado allí de la embajada es que este es un paso que debe ser tomado sólo después de la conclusión exitosa de un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos. El estatus de Jerusalén está sujeto a negociaciones bilaterales, argumentan generalmente los diplomáticos, y reubicar la embajada, como un gesto hacia Israel, antes de que se firme un acuerdo sobre el estatus final enojaría enérgicamente a Ramallah – enviando a su muerte segura a un ya moribundo proceso de paz – y aumentaría la ira del mundo árabe, desestabilizando toda la región.
«También podría dañar severamente la posición de Washington como un intermediario honesto en el conflicto israelí-palestino», dijo Rynhold.
[El ex presidente estadounidense Bill Clinton se reúne con el presidente Reuven Rivlin en Jerusalén el 30 de octubre de 2015 (GPO)]
«Siempre he querido trasladar nuestra embajada a Jerusalén occidental», dijo el presidente Bill Clinton en una entrevista de 2000, meses antes del final de su segundo mandato. «No lo he hecho porque no quería hacer nada que socavara nuestra capacidad de ayudar a negociar una paz segura, justa y duradera para los israelíes y para los palestinos».
Pero Trump, que hizo campaña con la promesa de hacer las cosas de manera diferente, podría arrojar por la ventana estos tradicionales axiomas.
Aunque se presenta como un fuerte partidario de Israel, en un momento durante la campaña (en febrero), sugirió que dejaría que los israelíes y los palestinos intenten alcanzar la paz por sí mismos, sin tomar demasiada posición sobre el conflicto, recordó Rynhold. «¿Cómo encaja en esto el traslado de la embajada? No creo que lo sepa”.
Sin duda, el magnate inmobiliario de Manhattan, devenido en político, declaró inequívocamente, en un discurso a AIPAC en marzo, que tiene la intención de «trasladar la embajada estadounidense a la eterna capital del pueblo judío, Jerusalén». Ese mes, en una entrevista televisiva, dijo que lo haría «bastante rápido».
Sin embargo, poco después de la victoria de Trump, el 8 de noviembre, Walid Phares, uno de sus asesores de política exterior, pareció retirar la promesa de trasladar la embajada. «Muchos presidentes de Estados Unidos se han comprometido a hacerlo, y también él dijo que lo hará, pero lo hará bajo consenso», dijo Phares, causando cierta confusión. Más tarde aclaró que quiso decir «consenso en casa», pero lo que quiere decir con eso es todavía un tanto turbio, porque hay un amplio apoyo bipartidista en el Congreso para trasladar la embajada.
Puesto que las posiciones de Trump en política exterior son, en el mejor de los casos, nebulosas, mucho dependerá de quiénes sean sus principales consejeros, según Ilan Goldenberg, director del Programa de Seguridad de Medio Oriente en el Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense.
«Si Donald Trump designa a personas como [el ex asesor de seguridad nacional de EE.UU.] Stephen Hadley o [el presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado] Bob Corker, veremos mucha más continuidad. Estas son personas que lo han estado haciendo durante años y son parte del consenso de Washington. Ellos entienden que hay una razón por la que EE.UU. no ha trasladado la embajada, y por lo tanto no creo que veríamos un cambio», dijo Goldenberg.
«Sin embargo, si nombra a personajes poco convencionales – entonces todo es posible».
[Una vista aérea de la Cúpula de la Roca, a la izquierda, en el recinto conocido por los musulmanes como al-Haram al-Sharif y por los judíos como Monte del Templo, en la ciudad vieja de Jerusalén, y el Muro de los Lamentos, en el centro, 2 de octubre de 2007. (AFP/JACK GUEZ)]
En 1950, Israel declaró a Jerusalén Occidental su capital. En 1980, 13 años después de que Israel capturara la parte oriental de la ciudad en la Guerra de los Seis Días, la Knesset aprobó una ley declarando a «Jerusalén unida» como su capital. Pero como la comunidad internacional se niega a reconocer la anexión, por parte de Israel, de Jerusalén Oriental, las naciones del mundo trasladaron sus embajadas a Tel Aviv, Ramat Gan o Herzliya.
Antes de las elecciones presidenciales de 1992 en EE.UU., Bill Clinton se comprometió a trasladar la embajada. Cuando no cumplió su promesa, ambas cámaras del Congreso aprobaron la Ley de Embajada de Jerusalén de 1995 con abrumadoras mayorías. Desde entonces, dicha ley ha sido renunciada, 35 veces, por tres presidentes consecutivos.
‘Siete negativos y uno positivo, los positivos ganan’
Si Trump decidiera romper con la tradición, habrá poco que se interponga en su camino. Para cumplir su promesa electoral, podría simplemente no firmar la renuncia presidencial.
La Constitución Estadounidense otorga al presidente la prerrogativa de reconocer países extranjeros y fronteras, incluso contra el mejor consejo de su gabinete y otros asesores. Hablando de la Declaración de Emancipación, el gabinete de Abraham Lincoln votó en contra por unanimidad. Él terminó la discusión diciendo: «Siete negativos y uno positivo, los positivos ganan».
Hay incluso mejores ejemplos de los tiempos modernos que ilustran que el presidente tiene la última palabra cuando se trata de diplomacia. En mayo de 1948, el presidente Henry Truman reconoció al Estado de Israel minutos después de que David Ben-Gurion leyera la Declaración de Independencia en Tel Aviv, desafiando la vehemente oposición del Departamento de Estado.
[Abba Eban y David Ben-Gurion encendien una menorah con el Presidente Truman en la Oficina Oval, el 8 de mayo de 1951. (Foto cortesía de Archivos Nacionales y Administración de Registros, Oficina de Bibliotecas Presidenciales, Biblioteca Harry S. Truman)]
El estatus de Jerusalén como capital es un consenso israelí, y también es discutible el deseo de que la embajada esté allí, al menos en teoría. Sin embargo, algunos eruditos sostienen que el traslado a la Ciudad Santa podría ser potencialmente contraproducente para la demanda de Israel de una Jerusalén unida.
Trasladar la embajada de EE.UU. a Jerusalén Occidental podría interpretarse como que el gobierno de EE.UU. sólo reconoce la soberanía israelí en esa parte de la ciudad, Shlomo Slonim, profesor emérito de la Universidad Hebrea y autor del libro de 1998 «Jerusalén en la Política Exterior de EE.UU», le dijo a Times de Israel. «Esto podría implicar que Jerusalén Oriental, incluyendo el Monte del Templo, tiene un estatus diferente.
¿Qué pasaría si Trump sigue adelante y traslada la embajada? ¿Tendrá que prepararse la región para una mayor agitación, tal vez incluso más violencia? No necesariamente, dijeron varios expertos.
«No cambiará nada fundamentalmente sobre el terreno, dijo esta semana Yaakov Amidror, un ex asesor de seguridad nacional israelí, en una conferencia telefónica con periodistas. «Pero sería muy importante simbólicamente».
Goldenberg, del Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense, predijo efectos colaterales casi insignificantes si la embajada se trasladara a Jerusalén. «Sería un gran problema para los palestinos, pero al resto del mundo árabe esto realmente no le preocupa; ahora tienen otras preocupaciones», dijo. Los países islámicos probablemente protestarían por un traslado de la embajada a Jerusalén, pero no tomarían medidas que pudieran provocar derramamiento de sangre, agregó. «En la lista de las cosas que Trump podría hacer y por las que estoy muy preocupado, esta probablemente no está muy arriba».
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