Si quieren saber por qué las perspectivas para la paz entre israelíes y palestinos son en estos momentos nulas, lean este reportaje de Avi Issacharoff en el Times of Israel sobre la Séptima Asamblea General de Fatah, que había de elegir a los dos máximos órganos directivos del partido: el Comité Central y el Consejo Revolucionario. Uno de los candidatos a este último era Abu Baker, reportero de Radio Falastin. “Abu Baker, antes muy unido a sus colegas israelíes, los ha boicoteado desde que empezó a promover su carrera política”, escribe Issacharoff con toda naturalidad.
Fatah es el socio oficial de Israel para la paz, por partida doble: es el principal componente de la OLP, la organización que firmó los Acuerdos de Oslo con Israel, y también el partido encabezado por el moderado Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Palestina y de la propia OLP. Pero resulta que la forma de ganar votos entre los miembros del socio para la paz de Israel no es promover la paz, sino negarse incluso a hablar con los colegas israelíes, aunque estén entre los más propalestinos que pueda haber, como es el caso de la mayoría de los periodistas israelíes.
La práctica de boicotear a los israelíes se ha agravado mucho con el moderado Abás, como señalaba otro periodista israelí en un artículo reciente. Entrevistado por Haaretz sobre su nueva serie de televisión sobre el mundo árabe, Ohad Hamu, corresponsal de asuntos árabes del Canal 2, recordaba:
No hace tanto tiempo, podía moverme libremente por Gaza y la Margen Occidental y hacer reportajes culturales y políticos, pero hoy quedan pocos lugares en la Margen en los que pueda entrar. (…) Los medios israelíes no acceden a un 70%, aproximadamente, de la Margen, y cuando voy es para grabar unos diez minutos de entrevista con alguien y después salir inmediatamente, porque es demasiado peligroso. No quieren vernos por allí (…) Antes, los periodistas israelíes servían de puente entre las sociedades israelí y palestina, pero ese puente se ha ido resquebrajando poco a poco.
Los periodistas no son los únicos que padecen este problema. La campaña “antinormalización” –eufemismo que alude al rechazo a hablar con israelíes y a la intimidación contra quienes lo hagan– ha producido también boicots contra figuras de la cultura, empresarios u organizaciones no gubernamentales de Israel.
Obviamente, es difícil concebir que pueda surgir la paz mientras el mero hecho de hablar con los israelíes sea tabú, al punto de que incluso en el partido palestino moderado quien se presenta como candidato se siente obligado a empezar a boicotear a sus colegas israelíes. Es difícil hacer la paz con otras personas si no estás dispuesto a hablar con ellas.
El hecho de que este problema, en vez de aliviarse, se haya agravado en las últimas dos décadas demuestra que, lejos de potenciar las posibilidades de la paz, el proceso de paz ha supuesto un golpe del que costará recuperarse generaciones enteras. Al crear y financiar un Gobierno autónomo palestino sin hacer que la educación para la paz forme parte integral de lo acordado, el proceso de Oslo y sus defensores –tanto israelíes como occidentales– han permitido que la Autoridad Palestina haya estado durante las dos últimas décadas enseñando sistemáticamente a su pueblo a odiar a Israel. El hecho de que incluso hablar con israelíes se considere hoy un grave impedimento para acceder a un cargo electo es el resultado directo de cómo el sistema educativo palestino ha intoxicado la mente de los niños, algo que ya expliqué en su momento:
El currículum [de la AP] rechaza la legitimidad de la existencia de Israel (los libros de texto se refieren al “llamado Estado de Israel”), justifica la violencia contra él, describe dicha violencia como una obligación religiosa y alerta a los estudiantes de que los judíos y los sionistas son irremediablemente malvados (un libro, por ejemplo, se refiere a “los ladrones de los judíos”; otro dice a los estudiantes que Israel “mató a vuestros hijos, abrió por la mitad el vientre de vuestras mujeres, agarró a vuestros venerables ancianos por la barba y los llevó al foso de muerte”). Estos mensajes son reforzados después en los programas ‘educativos’ que emiten los medios oficiales de la AP, donde se describe a los judíos como “monos y cerdos”, “enemigos de Alá” y “la más maligna de las creaciones”, entre otros adorables epítetos.
Coadyuva al esfuerzo adoctrinador el hecho de que la mayoría de los palestinos de hoy no tengan conocimientos de primera mano para contrarrestrar las mezquinas provocaciones pergeñadas masiva y diariamente por las escuelas y medios palestinos. Esto es consecuencia de la escalada terrorista que siguió a la creación de la AP, en 1994, que redujo drásticamente las interacciones diarias entre israelíes y palestinos, hasta entonces algo cotidiano. Aquellas interacciones, por lo menos, hacían que los de una parte vieran a los de la otra como seres humanos.
Hoy, fuera del sector de la construcción, la mayoría de los israelíes nunca se encuentran con un palestino salvo que estén realizando tareas militares, y la mayoría de los palestinos jamás se encuentran con un israelí que no sea un soldado. Dicho de otro modo, las únicas interacciones entre israelíes y palestinos son del tipo que refuerza que cada lado vea al otro como un enemigo. Eso es precisamente lo que quieren los promotores de la antinormalización, y por eso castigan cualquier otro tipo de contacto con los israelíes como si equivaliera a una traición.
Hará falta mucho, muchísimo tiempo, y probablemente muchas presiones de los donantes occidentales de la AP, para revertir estas décadas de educación en el odio. Hasta entonces, las probabilidades de una paz israelo-palestina son considerablemente menores que las de encontrarse una bola de nieve en el infierno.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
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