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| viernes noviembre 22, 2024

El encuentro con lo divino


 

En el lenguaje kabalístico se habla de la or holéj, la luz que se va, y la luz que vuelve, or jozer,  en un proceso continuo de expansión  y contracción cósmicas que en términos humanos puede verse como de alejamientos y cercanías.  Hay, pues, para el estudiante, un viaje que va de lo Uno a lo múltiple, de lo concentrado a lo disperso y del centro a la periferia, y otro que regresa de lo disperso a lo concentrado, de lo múltiple a lo Uno y de la periferia al centro. A su vez, ambos viajes, ambos movimientos son semejantes  al oleaje marino y electromagnético y tienen como vehículo esencial la pupila o ishón, valor numérico es  367. Palabra en la cual coexisten hay, iesh  y no hay, ain , fuego, esh, es decir la posibilidad de comprender la relación entre lo divino y la luz. Pues depende enteramente de nosotros que abramos más la pupila cuando la oscuridad exterior arrecia, o que la cerremos si el resplandor recibido nos excede. Que el aprendizaje  tiene que ver con esto último lo asevera el pasaje de Proverbios 7 .2 : ´´Mi enseñanza es como la niña ( ishón) de tus ojos.´´ Por lo tanto, la llevamos escrita en el cuerpo, está allí desde siempre y únicamente debe ser evocada, reencontrada. Hay, obviamente, una limpieza que  debemos llevar a cabo, de tal modo que la lectura se convierta en descifrado, lo críptico en revelación. Aunque parezca asombroso no lo es: la palabra pupila, ishón, equivale por su cifra a or noam, la luz de la gracia o el encanto.  La sabiduría que funda el mundo también nos articula a nosotros.

 

     En el momento, entonces, en que nuestro ojo percibe la gracia que transporta la luz y se iguala a ella, hay como una transformación maravillosa de lo que se va en lo que vuelve, de lo que se aleja en lo que se acerca, de lo que se pierde en lo que se recupera. En términos cromáticos podríamos decir que al principio de la búsqueda vamos del negro al blanco, del ojo  al mundo, de la nigredo alquímica  a la albedo.  Sin embargo, reconocido el valor didáctico de la luz, al volver del blanco al negro en sucesivos parpadeos comprendemos que ese negro es simplemente el agujero ( de la pupila ) que conducía a la omnipresencia del Espíritu que ya estaba impreso en nosotros. Una simple aliteración, la de jor, agujero, en rúaj, vocablo que tiene las mismas letras, atestigua la realidad de lo que decimos. De tal modo que el encuentro con lo divino no es otra cosa que el encuentro con nosotros mismos. Lo que había comenzado como enigma se nos ha revelado como un secreto abierto, un diagrama sutil. Lo que nos hizo ir con la luz, con la misma luz nos hace volver. Lo cual no es otra cosa que descubrir una y otra vez la labor de la conciencia, hecha toda ella de la luz que vuelve, re-flexión, reconocimiento, anagnórisis. Así, pues, que la enseñanza que transporta nuestra pupila busca la ocasión de que el estudio y la meditación nos abran las puertas de la percepción, las cuales, en realidad, nunca estuvieron cerradas más que por nuestra ignorancia. Esto no sólo nos concierne como pueblo heredero de una tradición fabulosa sino que está allí para que todos, eventualmente, puedan beber de esta fuente a condición de reconocer a Israel como su viejo y persistente guardián. Si el Talmud reconoce la jojmá ievanit  o sabiduría griega como tal ¿Por qué le cuesta tanto y a tanta gente reconocer a Israel como transmisor y heredero, vivo y creador, de una sabiduría  tan encarnada? Tal vez porque es más fácil despreciar que admirar, rechazar que asumir nuestro compromiso con los semejantes

 
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