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| jueves diciembre 26, 2024

«Es hora de decir que las cosas nos van bien aquí»


Un lector habitual de los artículos de opinión de Odeh Bisharat en Haaretz tal vez pueda extraer la razonable conclusión de que al escritor árabe israelí no le gusta demasiado su país. Por eso me dejó estupefacta el consejo que dio a sus conciudadanos árabes israelíes en éste. Además de ser algo que rara vez se escucha decir a los intelectuales árabes israelíes, era un buen consejo; no sólo para su propia comunidad, también para los judíos israelíes y en la Diáspora:

Ha llegado la hora de que los líderes de opinión árabes lo digan sin tapujos: a pesar de todo, las cosas nos van bien aquí. Es cierto que hay una montaña de problemas, pero queremos ser ciudadanos del Estado. Aquí podemos luchar para mejorar nuestras condiciones de vida, protestar, movilizar a la opinión pública judía y dirigir una batalla contra la extrema derecha. Después de todo, el programa que aúna a la mayoría de los movimientos árabes [israelíes] se basa en el principio de que los árabes son ciudadanos del Estado, en el que ejercerán sus derechos nacionales y civiles. Y, en ese caso, es importante transmitir que a los árabes les importa el Estado, porque se preocupan por sí mismos y por su futuro.

Lo irónico es que, aunque nunca se escuche a sus líderes decir tal cosa, la mayoría de los árabes israelíes ya están de acuerdo con Bisharat. Las encuestas lo han demostrado una y otra vez (aquíaquí, por ejemplo). La última prueba la trajo el Índice de la Paz del mes pasado, una encuesta mensual llevada a cabo por el Israel Democracy Institute y la Universidad de Tel Aviv. Ahí se ve que los árabes israelíes son en realidad más optimistas que los judíos israelíes sobre la situación del país, en vivo contraste con lo que cabría esperar si, como gustan de afirmar los medios israelíes y extranjeros, Israel estuviese sufriendo una creciente avalancha de racismo antiárabe.

Nada menos que un 40,3% de los árabes israelíes considera que la actual situación en Israel es “muy buena”, mientras que otro 22,7% la considera “moderadamente buena”, lo que significa que un 63% hizo una valoración positiva. En cambio, sólo el 9,7% de los judíos israelíes calificó la situación actual de “muy buena”, por un 34% que se decantó por el “moderadamente buena”, lo que supone un total de valoraciones positivas del 43,7%.

Los árabes israelíes eran similarmente optimistas respecto al futuro: un 32,9% predijo que la situación de Israel sería “mucho mejor” en el nuevo año judío, que comenzó en octubre, y otro 21,5% esperaba que fuese “un poco mejor”, lo que supone una valoración general positiva del 54,5%. Las cifras correspondientes para los judíos israelíes fueron del 7,5 % y el 15%, con un total de valoraciones positivas de sólo el 22,5%.

El optimismo árabe se extendía en todos los ámbitos abordados por los encuestadores: ejército y seguridad (donde el 39,9% preveía una mejora), político-diplomático (42,3%), socioeconómico (42,6%), “disputas entre diferentes componentes de la población” (31,6%). En todas las categorías, la proporción de árabes que esperaban una mejoría superaba con creces a la de judíos, y a la de árabes que esperaban un deterioro. De hecho, la proporción de árabes que preveía un deterioro oscilaba desde sólo un 2,8% en los asuntos socioeconómicos al 13,2% en “disputas entre diferentes componentes de la población”. Estas dos últimas cifras son especialmente dignas de atención. Si los árabes israelíes se sintieran realmente amenazados por un aumento del racismo, difícilmente predecirían una mejora en “disputas entre diferentes partes de la población” por una proporción de casi tres a uno y una mejora en el ámbito socioeconómico de más de quince a uno.

Sin embargo, sí hay una barrera real para seguir mejorando: la mayoría de los judíos israelíes cree que a la mayoría de árabes israelíes les importa más la causa palestina que el bienestar de su propio país, por la lógica razón de que eso es lo que oyen decir, una y otra vez, a los líderes árabes israelíes. Esto, obviamente, fomenta el sentimiento antiárabe y dificulta la integración. Y como señaló acertadamente Bisharat, será muy difícil cambiar esta percepción mientras los líderes de opinión árabes israelíes se nieguen a decir públicamente que eso es falso; que, a pesar de la “montaña de problemas” a la que se enfrentan los árabes israelíes, y especialmente de sus profundos desacuerdos con la política israelí hacia los palestinos, sienten que “las cosas les van bien aquí” y que verdaderamente “se preocupan por el Estado”.

El consejo de Bisharat, sin embargo, no es menos aplicable al mundo judío: ahí también la negativa a “decir sin tapujos” que las cosas van bien en Israel, a pesar de los problemas, está causando un grave daño a largo plazo.

Como prueba, veamos el artículo de Sara Hirschhorn en Haaretz titulado “Sionistas progresistas: hemos perdido a los niños”. En él, la profesora de la Universidad de Oxford se lamentaba de que los jóvenes judíos británicos estén sintiendo un desapego hacia Israel; no, como se suele afirmar, por “la ocupación o los asentamientos”, sino por la “propia premisa de un autodefinido Estado de los Judíos que se remonta a 1948”. A la autora le honra su reconocimiento de que los sionistas progresistas adultos son en gran medida responsables de este fenómeno: si los progresistas quieren convencer a sus hijos de que vale la pena tener un Estado judío, “sobre todo, no podemos catalogar únicamente las (muchas) desventajas; debemos expresar de manera constante y convincente aquello que sigue haciéndonos sentir orgullosos, a pesar de todo, del actual Estado de Israel”, escribía.

Pero, por supuesto, lo hacen muy pocas veces. Hoy en día lo único que se escucha a la mayoría de los sionistas progresistas, tanto en Israel como en el extranjero, es una vil caricatura de Israel: ocupación, racismo, discriminación… todos los males del panteón moderno. Y si eso es lo único que han escuchado siempre los niños, ¿cómo no van a acabar pensando que un Estado judío es una mala idea?

Obviamente, no se deberían barrer los problemas bajo la alfombra. Israel es un buen lugar para vivir precisamente porque se esfuerza mucho en seguir mejorando. Pero la virtud también puede ser excesiva y, respecto a la obsesión con los defectos de Israel, ese límite se traspasó hace mucho, por parte de los árabes israelíes y de los judíos de la Diáspora.

Así que, en ambas comunidades, como señalan acertadamente Bisharat y Hirschhorn, el camino hacia el cambio beneficioso comienza con dejar de centrarse únicamente en lo negativo y recordar y subrayar también lo positivo. Decir sin tapujos que incluso a los árabes “les va bien” en Israel –a diferencia de en tantos países árabes– podría ser un excelente punto de partida; no sólo para los árabes israelíes, para los judíos de la Diáspora.

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

 
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