De los tres verbos que hallamos en hebreo para la palabra elogiar, dos tienen un carácter religioso-el que alude a la alabanza y el que señala el acto de elevar a alguien a una dignidad de orden superior-, mientras que sólo uno, shibáj se mantiene en el campo simbólico de lo que la amistad supone: una cortés delicadeza y una reflexión constante. En efecto, y dado que estamos ante la raíz de jashab que significa querer, apreciar, pero también-y esto es lo más importante-, considerar o pensar, suelen ser nuestros amigos y amigas aquellos que mejor estimulan nuestro pensamiento. Resulta curioso que a los familiares los sintamos y a los amigos los pensemos, y que de los primeros nos interese más el pasado compartido que el presente y el futuro por compartir. Mientras que el sentimiento es subcutáneo, el pensamiento suele proyectarse más allá de la piel, lo que no indica, necesariamente, que sea difícil pensar en compañía de nuestros parientes o no debamos permitirnos sentir junto a los amigos. Ya los griegos sostenían que había que vivir ´´sin enriquecerse de manera fraudulenta, con buena salud y envejeciendo con los amigos.´´ Tal vez porque por la capacidad exógena, fronteriza, del pensamiento sirva de puente entre almas afines a quienes el diálogo estimula y une, o quizás porque su campo se ejerce más allá de lo visible, por lo general ajeno al linaje y la procedencia. Es raro envejecer-por lo menos estadísticamente- junto a la familia de la que uno proviene, pero hay ciertos de amigos a quienes gusta tanto la mutua compañía que se proponen vivir en comunidad una vez cumplidas las obligaciones maritales o paternales.
Recibir un elogio de la propia familia es natural, pero recibirlo o concederlo a los amigos es algo en cierto sentido sobrenatural, pues nada nos obliga a hacerlo excepto el gusto, el placer. La gracia de haber hallado a alguien de nuestro entorno en quien podemos depositar esa parte de nuestra conciencia que difícilmente podría recibir nuestra familia, una persona que no tiene más expectativas que las de estar, de tanto en tanto, a nuestro lado. Renovando, en cada encuentro, un diálogo que no se había interrumpido .La familia responde al ámbito interno, el amigo al ámbito externo. La familia-como bien vio Confucio-es jerárquica; la amistad democrática.
El por qué la amistad necesita el doble cultivo del elogio y del perdón, lo insinúa la voz griega eulogeo , hablar bien, celebrar, encomiar, verbo del cual proviene nuestro elogio. Puesto que el prefijo eu señala lo que es favorable, feliz, justo, parece obvio que la amistad alimente su discurso, su logos, con esas intenciones, y que viva de la gratuidad de su buena comunicación. Nadie tiene un amigo para pelearse sistemáticamente con él, nadie tiene una familiar con el que no se haya peleado nunca. El desacuerdo familiar es casi una ley que habla de separaciones, como se separa la rama del tronco para alcanzar su propio aire. En cambio, un desacuerdo con los amigos puede llevar, si se prolonga demasiado en el tiempo, al fin de esa amistad.
Precisamente y para que eso no ocurra está el recurso al perdón, que la Biblia llama slijáh, vocablo que probablemente derive de sijáh , conversación, diálogo. Pues el perdón se relaciona con el diálogo en la misma medida en que uno querría proseguir la conversación una y otra vez con los amigos. Saber perdonar es, sin embargo, aún más difícil que saber elogiar, pues en toda solicitud de perdón se oculta una pena, un error, una mezquindad, cosas que uno usualmente no elogia. En el Evangelio hallamos la voz aphesis para perdón. Un pasaje de Mateo 6:12 habla de perdonar nuestras deudas y la de nuestros deudores a sabiendas de que entre seres que se estiman y respetan no pueden haber cuentas pendientes, o por lo menos no deben haberlas si se aspira a la fluidez del afecto. También existe otro verbo para hablar del perdón, apolúo. Aparece en Lucas 6: 37 y señala una liberación, el acto mismo de desatar algo.
Aumentamos, pues, el valor de nuestra amistad cuando sabemos y podemos elogiar las cualidades de nuestros amigos y también cuando perdonamos, de corazón, sus desplantes y torpezas, que asimismo son las nuestras. Por su parte, entre los chinos el concepto de alabar o zàn implica el acto de ayudar, de favorecer que algo se enriquezca, mientras que el perdón o shù indica, cosa notable, que nuestro corazón pueda actuar y hablar como una mujer, es decir con ternura y delicadeza si la ocasión así lo requiere.
Mario Satz
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