Era un tuit sencillo, sin otro objetivo que un humilde homenaje a las víctimas, usando la expresión hebrea que despide a los muertos. Puse: “Asesinados por el horror. Zijrono liberaja. ZL #JeSuisJerusalem”, y lo acompañé de la foto de los cuatro jóvenes asesinados. Sus nombres, Erez Orbach, Shira Zur, Yael Yekutiel, todos de 20 años, y Shir Hajaj, de 22.
Con este tuit repetía un ritual de dolor que acostumbro a hacer cuando asesina el terrorismo. Y aunque no puedo seguir el ritmo de esta locura (que tiene una capacidad de matar mayor a nuestra capacidad de horrorizarnos), son muchos mis comentarios sobre atentados en Paquistán, en Nigeria…, aparte de los que ocurren cerca. Todo parecía, pues, normal, pero había un matiz que marcó la diferencia: el atentado se había perpetrado contra jóvenes israelíes y el asesino era un palestino. Y, como si se tratara de un efecto Pavlov, fue poner el tuit y reventar las cloacas de Internet. Ya no era un asesino, sino un resistente; ya no importaba si era fanático del Daesh (como parece), o militante del violento Hamás; ya no había jóvenes víctimas, sino malvados israelíes; ya no habían sido asesinados, sino que habían sufrido un accidente… Y fue así como mi Twitter se llenó de monstruos de las dos orillas del infierno, desde nazis redomados hablando de “supremacismo judío”, hasta comunistas de hoz y martillo riéndose de los muertos y condenando a Israel a la destrucción. Incluso los hubo que hablaron de “autoatentado”, porque ya se sabe que los judíos se matan a sí mismos. Salieron todas las ratas del odio antisemita, antiisraelí, antisionista, o como quieran llamar al odio de siempre, y hasta apareció Willy Toledo espetándome que yo no tenía vergüenza. Sí, él…. Y todo por hacer un tuit recordando que habían asesinado a cuatro jóvenes israelíes. Si llego a poner lo que ha dicho la hija del asesino, que asegura que su padre amaba más matar judíos que a ella misma, la histeria habría llegado al linchamiento. Aunque, de hecho, ya llegó, porque tuve que pasarme la noche bloqueando insultos, desprecios, ventosidades y todo tipo de excrementos. Y en ninguno de esos casos, ni un poco de piedad, ni un atisbo de empatía, ni ninguna preocupación por el cerebro destruido que lleva a un tipo a masacrar a unos jóvenes. Todos son víctimas, menos los judíos, que son culpables, incluso cuando son víctimas.
Alguien me dirá que es el mundo de Internet y sus insultadores con pasamontañas. Sí, pero no. Porque Internet es el estómago público, y en ese estómago late un odio antisemita que solo es explicable en términos atávicos. Por el lado nazi, sin sorpresas. Por el lado de la izquierda, llega a la patología de empatizar con un asesino fanático, por el hecho de ser palestino. Es decir, hablan de libertad y aplauden al peor enemigo de la libertad: el totalitarismo. ¿Será que no se sienten tan lejos de esa ideología?
Gracias Pilar. Te adoro por poner tan en evidencia los hechos