De todos los enemigos que un pueblo pueda tener los peores son lo religiosos. La teología es en ellos el adhesivo que los mantiene pegados a su odio. Tal fue el caso de Hilarión Capucci, el infierno lo hunda aún más en sus entrañas. Los palestinos acaban de bautizar una calle con su nombre, lo consideran un héroe por haberles suministrado armas y seguramente también formación valiosa. En una persona de su categoría, en un prelado de la iglesia cristiana-sobre todo con la herencia antisemita de ésta-, tomar partido es ir contra su propio credo, pasar de la obligación de amar al enemigo como reza la tradición, a confabularse por todos los medios contra él empleando el paraguas de una fe que, y en esos años, los de Juan XXIII, revisaba su relación con los judíos y se atrevía a llamarlos ´´`hermanos´´. El tal Capucci murió hace poco en Roma con la panza repleta de buena pasta italiana y por desgracia no alcanzó a levantar la voz en defensa de sus correligionarios sirios a quienes los musulmanes de su propio país persiguen y masacran sin piedad.
Desde luego que para nosotros, los judíos, no sólo no es un héroe sino que mereció, en su momento, la cárcel. Si hubiese sido un laico cualquiera, movido por el resentimiento y la falta de piedad, quizás lo comprenderíamos mejor. Pero que un religioso de Tierra Santa ignorase hasta tal punto la tragedia del Holocausto y, por tanto, la imperiosa necesidad de que el estado de Israel existiese para prevenir otra aún más drástica, no tiene perdón. Por deshonrar hasta deshonra su propio nombre: Hilarión significa, en griego, alegre, así como Makarios quiere decir bienaventurado.¿ Qué alegría puede haber en quien ejerce el mal? Ignoro si Capucci conoció o fue amigo de Husseini, el siniestro muftí de Jerusalén admirador de Hitler, con quien tiene tanto que ver. Personajes como él desacreditan al cristianismo más que proteger su buen nombre y el alcance de la espiritualidad que representa. Bajo su vetusta armadura de prelado ardía el mismo fuego de la Inquisición y palpitaba el mismo ideario de las matanzas de judíos en las regiones eslavas, en donde la iglesia ortodoxa no fue mejor que la católica en sus tierras. Así que, cambian las máscaras pero permanecen los rostros, cientos de Poncio Pilatos siguen lavándose las manos y decenas de Torquemadas esperan agazapados el momento de alzar sus garras.
La religión tiene de bueno que salvaguarda la sensibilidad e inclinación humanas por lo trascendente, y de malo que se acantona tras sus prejuicios tomándolos por revelaciones divinas a la vez que despreciando todo aquello que cae fuera del círculo de su elección. De manera que pensándolo bien: muérase otra vez monseñor Hilarión Capucci.
SI YA MURIO,NO PUEDE OTRA VEZ