El presidente Obama acaba su mandato con un buen balance económico, pero también con más sombras que luces en la gestión de la política exterior. También se echo en falta el cumplimiento de una sus grandes promesas de campaña: el cierre de la prisión de Guantánamo.
Se va Barack Obama. Terminaron ocho años largos de la presidencia de uno de los líderes que generó en los Estados Unidos, y también en el mundo, las mayores expectativas cuando llegó a la máxima magistratura de su país. Obama era el primer presidente afroamericano elegido por los norteamericanos y ganaba las elecciones con un discurso moderno, joven, tolerante, renovador y un tono con un marcado acento en lo social. Tras ocho años de gestión republicana, a cuyo frente estaba el controvertido George W.Bush, el país estaba en una clara recesión económica, se enfrentaba a una grave coyuntura internacional ante los números conflictos en los que estaban implicados los Estados Unidos (principalmente Irak y Afganistán) e inmersos en una grave crisis de valores y credibilidad tras haber sido atacados por el terrorismo internacional el 11 de septiembre de 2001.
En ese contexto tan adverso, Obama representaba un soplo de aire fresco, tras haber movilizado a millones de norteamericanos al grito de «yes we can» (sí, nosotros podemos), y planteaba un proyecto político muy alejado, por no decir en las antípodas, del que había liderado su antecesor republicano. Obama hablaba de retirarse de Irak y otros escenarios de crisis, de cerrar la prisión de Guantánamo, de sentar las bases para una nueva sociedad internacional con otros valores y de afrontar la crisis de los Estados Unidos con un programa social y político incluyente, más justo y capaz de dar nuevas posibilidades a millones de norteamericanos excluidos por la crisis.
¿Qué han quedado de todos aquellos planteamientos programáticos y expectativas que habían al comienzo de su mandato? Vayamos con los éxitos, que son pocos y muy relativos. Quizá el más notorio sea la puesta en marcha de un programa de salud pública, el llamado Obamacare, que atiende a más de diez millones de norteamericanos que hace ocho años ni siquiera soñaban con tal asistencia. Trump se ha declarado enemigo del mismo, pero no parece creíble que de la noche a la mañana vaya a acabar con ese proyecto. También se mostró mucho receptivo a las demandas de los gays, que ya pueden libremente y sin ocultarlo trabajar en las fuerzas armadas norteamericanas y que han visto avanzar en sus derechos y libertades, pero también en su visibilidad, en estos años. Otro hito es haber conseguido la legalización del matrimonio entre parejas homosexuales en todo el país.
BUEN MANEJO ECONÓMICO, MAL DESEMPEÑO EN POLÍTICA EXTERIOR
En lo que se refiere a la crisis económica, Obama deja una herencia muy positiva e indiscutiblemente mucho mejor que la recibida tras ocho años de caos, recesión y cierta improvisación por parte de Bush. El desempleo está en menos del 5%, el crecimiento sigue siendo positivo (2,6% para el último trimestre), aunque en tasas muy bajas, y los valores de la bolsa, agrupados en el Promedio Industrial Dow Jones, acaban el año por encima de los 20.000 puntos, un 13% más que a comienzos de año. Incluso el dólar, tras la victoria de Trump, se ha revalorizado frente a las demás divisas, pero especialmente frente a las de América Latina, el euro y la libra. Capítulo aparte merecería el asunto de la desigualdad social que, pese al crecimiento económico, sigue aumentando en la nación; la pobreza en los Estados Unidos se eleva ya a los 46 millones de sus habitantes.
También, en estos dos mandatos de Obama (2008-2016) hubo una especial preocupación por el cambio climático y por concienciar a la gente acerca del mismo y afrontarlo de una forma realista, aunque fracaso estrepitosamente a la hora de cumplir una de sus promesas estrella en la primera campaña electoral: el cierre de la prisión de Guantánamo, donde se violaban abiertamente los derechos humanos, creada por Bush tras los atentados del 11-S.
LUCES Y SOMBRAS EN LA GESTIÓN DE LA POLÍTICA EXTERIOR
Pero también ha habido en estos ocho años notables éxitos y también grandes fracasos, como el pobre y desastroso balance que presenta la incierta política exterior auspiciada por Obama. Por ejemplo, en este terreno hay que destacar tan solo dos grandes logros, como haber podido concluir el contencioso histórico con la Cuba comunista y estrechar los lazos diplomáticos y políticos sin que el embargo haya sido retirado por el legislativo norteamericano contrario a Obama, y el acuerdo sobre programa nuclear Irán concluido con el consenso y apoyo de Rusia y casi toda la comunidad internacional a excepción de Israel.
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