No hace mucho, hablaba con un funcionario de Fatah sobre las aspiraciones palestinas. En especial, tocábamos lo emocionalmente agudas que son las emociones de su partido (Fatah) contra Hamás, el movimiento fundamentalista palestino que gobierna Gaza y que, con gusto, derrocaría a la Autoridad Palestina liderada por Fatah en Cisjordania. El miedo, la aversión, el ultraje secular (que pudo haber sido amplificado con el propósito de complacer a los oídos occidentales) y una cierta tristeza por la fraternidad palestina no correspondida frente a la opresión israelí puntualizó y centró nuestra conversación. Cuando finalmente me cansé de su exigencia urgente que Estados Unidos corrija las transgresiones israelíes o, en cambio, sea testigo de una violencia que desgarraría a la Ribera Occidental, le pregunté cuánto tiempo creía que la Autoridad Palestina podía sobrevivir si Israel le retiraba su apoyo al aparato de seguridad de Fatah. Sugerí un mes. Este protestó: “Probablemente podamos durar sólo dos meses”.
Lo que hemos notado, nuevamente, en especial gracias a lo apreciado durante los dias finales del gobierno de Barack Obama y sus acciones contra Israel, absteniéndose en la resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas contra todos los asentamientos israelíes en Cisjordania y las viviendas de judíos en Jerusalén Oriental, es el cómo la política exterior estadounidense está desconectada del embrión de los temas más importantes que rodean el Medio Oriente. La verdad sobre las debilidades de seguridad de Fatah es sintomática a la realidad de los palestinos: Estos pueden existir como un gobierno no islámico sólo si Israel protege su atenuado estado-nación. Si los judíos se echan para atrás, los fieles musulmanes probablemente reformarán la identidad palestina, borrando a la elite secular palestina que ha definido la causa palestina entre los occidentales desde que los israelíes y la Organización de Liberación de Palestina comenzaron a irse a las manos en 1964.
Los israelíes les han concedido a los palestinos de Cisjordania la oportunidad de saltearse la continua implosión que ocurre en el mundo árabe musulmán. Ese pase también se extiende, con menos garantías, a la monarquía Hashemita en Jordania, que pudiera hacérseles mucho más difícil para sobrevivir con un triunfante Hamás en su frontera. Nosotros en Occidente asumimos que los palestinos de la Ribera Oriental prefieren al rey jordano Abdallah II, con su esposa palestina, que a los fundamentalistas de cualquiera de los dos riberas. Eso puede estar equivocado.
El “pase” israelí puede ser condicional. Este depende de si Jerusalén desea seguir invirtiendo en su propia mano de obra y en enriquecerse… pero a la vez absorber una intensificación de las animadversiones, el ostracismo y las demandas legales contra su “ocupación” de las tierras palestinas: esa misma ocupación que le ha permitido a la Autoridad Palestina y a la OLP una perspectiva de estado-nación para poder sobrevivir. Mahmoud Abbas, el Presidente de la OLP, de 81 años y jefe de la Autoridad Palestina, disfruta castigando a Israel por negarle una nacionalidad a su pueblo. Pero es en la obstinada negativa por parte de Israel de hacer concesiones territoriales como las que el Presidente Obama y el Secretario de Estado John Kerry soñaban, lo que ha impedido la inevitable disminución de las ventajas de la seguridad de Israel en Cisjordania, y eso… es lo mismo que mantiene a Abbas y a la camarilla de Fatah en el poder.
Los hombres de Fatah realmente deambulan en el mejor de los mundos posibles: gozan de un dominio indiscutible de la política palestina en Cisjordania; han establecido una oligarquía perpetua; los extranjeros pagan por el control que ejercen; los israelíes rara vez se acreditan por mantener en el poder a Fatah (lo que viciaría aún más la legitimidad del grupo), mientras que la Autoridad Palestina puede criticar duramente a los israelíes por una amplia variedad de pecados, culpando mayormente al estado judío por la incapacidad del pueblo palestino para unirse. Los hombres de Abbas pueden, pero no oficialmente, aceptar que continúen las conductas moralmente equivocadas, y hasta alentar la violencia contra los israelíes; a través de acreditarlo a un tema de instintos… ya que saben que estos mismos palestinos que apuñalan a israelíes ayudan a Fatah a mantenerse competitivos frente a los islamistas. Incluso si la violencia empeora, los israelíes probablemente no dejarían de proteger al enemigo principal de Hamás (Abbas), ya que saben que éste el único instrumento que tiene Jerusalén para mantener a raya a la militancia islámica sin desplegar mucho más las Fuerzas de Defensa israelíes.
Los israelíes que se ocupan de los palestinos de manera íntima no se hacen ilusiones sobre la capacidad de permanencia en el poder de Fatah si el paraguas protector del estado judío fuese removido. Estos no tienen ilusiones sobre cuánto daño un hombre pudiera hacer con un mortero de mediano y largo alcance contra el Aeropuerto Internacional Ben Gurion, situación que podría causar estragos, y eso sucedería si Israel no tuviera el control total sobre los terrenos altos de la Ribera Occidental.
Israel y los Estados Unidos han invertido fuertemente en la creación de la mayor institución de la Autoridad Palestina: la policía de Fatah, los servicios de seguridad interna y los servicios paramilitares. Los estadounidenses, especialmente los que le temen al voto para los musulmanes, por lo general les gusta enfocarse en el “fortalecimiento institucional” como una alternativa para apoyar el desarrollo “prematuro” de la democracia en tierras islámicas. Los Estados Unidos, con su Agencia Central de Inteligencia a la cabeza, probablemente han invertido decenas de millones, tal vez cientos de millones de dólares, en los servicios de seguridad de Fatah. En el 2007, cuando Hamás derrocó a Fatah en Gaza tras el fracaso de las dos organizaciones en resolver sus diferencias luego que Hamás triunfara en las elecciones parlamentarias libres del 2005, la fuerza paramilitar más pequeña de los islamistas rápidamente invadió las unidades de seguridad de Fatah operadas por el gran amante del whisky Muhammad Dahlan, oriundo de Gaza, quien poseía una extensa red de inteligencia y una red de seguridad brutal que corría a través de toda la Franja. Dahlan había sido uno de los favoritos de la CIA (probablemente todavía sea cercano a Langley). Es posible suponer que los altos cargos del servicio clandestino de la División del Cercano Oriente, tal como muchos de los servicios de seguridad e inteligencia israelíes, hubiesen apostado que Dahlan tendría ventaja sobre los islamistas hasta que fue evidente que las fuerzas de Fatah carecían del liderazgo y el espíritu necesario. El personal de seguridad de Fatah suele utilizar gafas de sol, relojes suizos caros y los autos alemanes oscuros y ciertamente saben muy bien cómo torturar a sus enemigos. Pero, al igual que gran parte de la élite palestina que ahora vive de la ayuda internacional, se han convertido en temerosos burgueses que saben que el otro lado está más hambriento, es más mezquino e inflexible. Sin embargo, aunque los corruptos altos funcionarios de Hamás pueden haber convertido a Gaza en su reino y hasta puede que sean muy corruptos, la organización realiza un trabajo mucho mejor a la hora de ocultar su capacidad adquisitiva; y lo cierto es que su misión profundamente religiosa y anti-sionista permanece siendo real y altamente cristalina.
Los hombres de Fatah se han vuelto notablemente angustiados por la cada vez más manifiesta alianza anti-iraní entre Israel y los estados sunitas del Golfo. Esa alianza es indudablemente limitada: Arabia Saudita, un estado islámico profundamente conservador que se ve a sí mismo como el guardián de la fe, no cooperará demasiado de manera abierta con Israel en contra de Irán, ni mucho menos reconocerá oficialmente al estado judío, que permanece dentro del credo del reino Wahhabi como un insulto a la supremacía musulmana – al dominio de Allah en el Medio Oriente. La realeza de Riad puede ser enérgicamente hipócrita y pragmática, pero siempre existen las riendas religiosas para explicar su comportamiento. Para la elite secular de Fatah, sin embargo, la segunda guerra del Golfo y la caída de Saddam Hussein, la Gran Revuelta árabe y la ola de violencia que ha surgido de su estela y el surgimiento de Irán y sus milicias árabes chiitas han sido un desastre categórico, ya que estos acontecimientos han demolido la eminencia centrípeta de la causa palestina entre los árabes sunitas, especialmente los del Golfo Pérsico.
Mi alto funcionario de Fatah, molesto por las preguntas sobre el conflicto sirio, tal vez un cataclismo mucho más trascendental que la guerra de ocho años entre Irán e Irak, casi que grito “¡Ya nos verás!”. Atrapados dentro de su paisaje de ensueños, el Presidente Obama y su secretario de estado siguen observando todo con firmeza. Tan implicados en sus políticas de izquierda, desde donde el apoyo a las posiciones pro-palestinas se ha vuelto casi de rigor, se han retirado del caos del Medio Oriente hacia esa zona segura del conflicto israelí-palestino. Ellos quizás creen que le están haciendo un enorme favor al estado judío salvado su democracia liberal, tal como lo expresó recientemente el ex coordinador de Obama en el Medio Oriente Philip Gordon, en el Times de Nueva York, desde “boicots europeos hasta juicios penales por parte de la Corte Penal Internacional a la pérdida de apoyo de los judíos estadounidenses incómodos con la perspectiva de un mandato perpetuo israelí sobre millones de árabes desposeídos”. Obama, Kerry y Gordon, quienes bendijeron la retirada estadounidense de Irak y vieron el infierno descender sobre Siria, hablan de Israel y el mundo árabe como si el sistema estatal árabe, dominado por dictadores seculares, no estuviese estallando, dejando en su lugar a cientos de miles de muertos, millones de desplazados, grandes centros urbanos en ruinas o decadencia y los islamistas sunitas y chiitas como la fuerza principal que reinterpreta al Medio Oriente.
El histórico y estratégico parroquialismo de la administración Obama ha sido sorprendente. En cuanto a los judíos liberales estadounidenses, cuyo potencial para las infatuaciones idealistas nunca debió ser subestimado, han mostrado un interés abrumador por las posibilidades de autodeterminación de entre los musulmanes. Los judíos estadounidenses que viajan a Israel, los que poseen algún recuerdo de lo que era Israel y en lo que se ha convertido, pueden, posiblemente, darse cuenta que el país se ha vuelto en mucho más liberal, próspero, democrático y libre a pesar de estar como si hubiese “gobernado” a Cisjordania. Esto ha ocurrido a pesar del papel más prominente de los ortodoxos y ultra-ortodoxos en la derecha israelí (al igual que en Estados Unidos, los conservadores sociales de Israel están probablemente condenados a luchar contra una acción de retaguardia en contra del credo más sagrado de Occidente: el individualismo). Puede que no se le haya ocurrido a los estadounidenses de J-Street, quienes se sienten tan incómodos con las secuelas de la guerra de 1967, pero la única razón por la que Fatah no ha creado un estado policial mucho más vicioso, es decir, el haber creado una típica política árabe es que Israel está justo frente a ellos, revisando las inclinaciones del liderazgo de Fatah, excepto cuando se trata de Hamás. El partido Laborista, el vehículo del pasado socialista, más pobre y mucho más aburrido de Israel, al que muchos liberales y europeos norteamericanos siguen tan unidos, se ha agotado por muchas razones. Pero la principal causa de la decadencia es que su visión esperanzadora para los israelíes y los palestinos se ha desconectado demasiado de la realidad. Un pueblo pragmático, los israelíes lo son en su mayor parte, se ha percatado. Algunos soldados israelíes y oficiales de seguridad interna probablemente disfruten de su tiempo libre circulando con sus escopetas por sectores de Cisjordania, pero la desobediencia civil en el servicio militar no es un problema en Israel porque los palestinos les han dado a los izquierdistas israelíes muy pocas esperanzas.
Parte de la izquierda norteamericana y algunos europeos pueden no ser capaces de despejarse. Es posible que no vean más allá de su imperativo antiimperialista, o de la repugnancia por los occidentales que dominan a los tercermundistas… pero lo cierto es que Fatah siempre ha estado a la vanguardia de los palestinos “marginados”; que la lucha Fatah-Hamás es un microcosmos de los conflictos que desgarran al mundo árabe; y que la presencia de Israel en Cisjordania, por más ofensiva que esta sea para las sensibilidades y el orgullo musulmán, es el único poder que le ha dado cierta estabilidad, estructura, vitalidad económica y destellos de libertad de expresión a los palestinos.
Sin embargo, es muy probable que las futuras relaciones entre Europa e Israel no sean compatibles. La mayoría de los europeos no se preocupan tanto por Palestina; siempre ha sido para muchos una forma de sentirse bien, un medio gratuito para los europeos, en especial para la izquierda, de alinearse con una causa del Tercer Mundo (anti-norteamericana) y de expresar su insatisfacción con un pequeño estado musculoso que utiliza demasiada fuerza muy a menudo. Israel es en gran medida un estado europeo del siglo XIX: una etnia fundida con una religión, orgullosa de su identidad, ambiciones nacionales y militares. Es, como lo expresó por primera vez el marxista orientalista marxista Maxime Rodinson, “un estado colono colonialista”, como todas las ramas culturalmente europeas de la Madre Inglaterra. El sionismo les recuerda a muchos europeos del siglo XXI, especialmente a la élite postnacional europea, su pasado problemático repleto de problemas y de intolerancia.
Pero ahora los problemas de Europa son enormes. Ni siquiera los escritores izquierdistas de Le Monde Diplomatique ven las olas de refugiados musulmanes y el terrorismo islámico dirigido contra Europa como la culpa de Israel. Erase una vez, Washington, Londres y París, todos vieron el proceso de paz esencialmente de la misma manera: El conflicto palestino-israelí fue el principal problema desestabilizador en el Medio Oriente árabe. Incluso el historiador más obstinado no pudo catalogar todos los documentos y escritos de inteligencia y diplomáticos por estadounidenses y europeos durante los últimos 40 años, haciendo hincapié en la urgente importancia estratégica de resolver el tema palestino-israelí.
Nadie seriamente piensa de esa misma forma ahora, ni siquiera Obama. Muchas de las mismas personas que solían enfatizar la importancia estratégica del enfrentamiento israelíes/palestinos y árabes/israelíes han virado sin esfuerzo hacia otro aspecto: Debe encontrarse una solución a este conflicto para salvar la democracia israelí y traer “justicia” y “dignidad” a los palestinos. Pero las probabilidades de una campaña tan quijotesca, que sobrepase la realidad del colapso del sistema estatal árabe secular, incluso en Europa, no son muy altas. El tema palestino se ha incrementado en prominencia bajo el gobierno de Obama no porque merece estratégicamente nuestra renovada atención sino porque el presidente lo ha querido así. Los europeos, especialmente los franceses, han destacado recientemente el embrollo porque eso es lo que los franceses hacen, especialmente en el caso de un gobierno socialista que se ha vuelto dependiente del voto musulmán francés, cuando se está claro que es lo que Washington desea que hagan. Tal como me lo dijo recientemente un alto funcionario francés, si París hubiese logrado que Obama se involucrara con fuerza en Siria, el tema palestino-israelí probablemente nunca habría surgido en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Obama alentó a los franceses, británicos y egipcios a deambular. Y sin embargo, los rusos, los principales perturbadores del mundo, han permanecido bastante indiferentes a la causa palestina. ¿Votó Vladimir Putin en contra de los asentamientos israelíes en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas? Sí. ¿Ha desatado él la gran máquina propagandística rusa contra Israel en favor de los palestinos, haciendo eco de la propaganda con la que creció Putin en la KGB? No. ¿Ha tratado incluso Putin de hacer que los palestinos se sientan bien? Los funcionarios de Fatah dan la impresión que los rusos se han olvidado quiénes son. Los rusos han reemplazado a los estadounidenses como la potencia extranjera preeminente del norte del Medio Oriente. Israelíes y rusos se ven y hablan entre sí todo el tiempo. Lo hacen principalmente para asegurarse que no se disparen el uno al otro mientras vuelan sobre Siria, en el caso israelí a veces para atacar al Hezbollah libanés o a los de la Guardia Revolucionaria iraní, ambos aliados de Rusia en el conflicto sirio. El poderío fuerte es la moneda del reino en el Medio Oriente. Putin toma a los israelíes muy seriamente, mucho más de lo que hace el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Sólo en la academia norteamericana, el actor más débil de los debates en política exterior en Washington, puede encontrar gente que esté tan enamorada de este tema como lo está el presidente. Si Obama pensó realmente que en el 2008 podría entregarles a los palestinos un estado durante su mandato, no lo sabemos. El sentido propio del presidente sugiere que es posible que así haya sido. Su fracaso parece haberle vuelto burlón. Sin embargo, si el nuevo presidente electo Trump decide hacer hincapié sobre este tema, es poco probable que los europeos sigan la iniciativa de Obama y redoblen la apuesta. La abstención de Obama en la ONU pudiera resultar ser el último suspiro de este antiguo régimen. Se ha hecho un daño que no puede deshacerse, especialmente en lo que concierne a la “legalidad” que puede ser librada contra los israelíes por parte de los palestinos y por los “llenos de simpatía” izquierdistas europeos. Pero esto es, en el peor de los casos, un espectáculo secundario. El factor decisivo en este teatro en gran medida interno-occidental sigue siendo el liderazgo estadounidense. Si Donald Trump anunció que establecía un equipo estadounidense para revisar la valoración de las Naciones Unidas, copresidido por Mitt Romney y John Bolton, haría sentir un gran escalofrío a toda la burocracia y al personal diplomático extranjero. Existe una buen razón para que Washington financie un podio mundial (como la ONU) donde las naciones más débiles puedan desahogarse con Estados Unidos, pero siempre es saludable recordarle a la “comunidad internacional” quién paga por la terapia.
Si Donald Trump desafía las ilusiones bipartidistas sobre la solución de dos estados y el proceso de paz, sus inclinaciones disruptivas pudieran mejorar la suerte tanto de los israelíes como la de los palestinos, quienes vivirán juntos íntima y dolorosamente, pase lo que pase. Trasladar la embajada de Estados Unidos de su ubicación frente al mar en Tel Aviv hacia Jerusalén debería haber ocurrido hace décadas. Es un viaje de 34 millas que ayudaría a todos a centrarse en el Medio Oriente en lugar de esta franja occidentalizada del litoral mediterráneo. Los palestinos nunca controlaran o “compartirán la soberanía” en Jerusalén Oriental. Esta es la verdad más fundamental que las embajadas de Tel Aviv tratan de negar. Como producto secundario, los consulados en Jerusalén Oriental suelen convertirse en focos de sincera simpatía palestina que se alinean de manera bastante estrecha a los puntos adoptados por el Fatah.
Los israelíes pudieran intentar hacer más por sus vecinos árabes: podrían asumir la ingrata tarea de asegurar que los palestinos bajo el dominio de Fatah sean menos abusados, que la élite gobernante de Cisjordania sea un poco menos corrupta y que se aliente a las empresas israelíes y palestinas, en especial si pueden recompensar a los palestinos que no son allegados al Fatah. Ciertamente más cantidad de judíos viviendo más allá de la Línea Verde o en Jerusalén no aportan a la seguridad. Si la aparente alineación intelectual de Binyamin Netanyahu y Donald Trump sobre el dominio y control de los grandes asentamientos de la Línea Verde se extendiese más allá, por toda Cisjordania, sería motivo de preocupación el constatar que la derecha israelí emprendiera un viaje bíblico sin relevancia en el Medio Oriente moderno.
Al estado judío no le queda otra opción que jugar un juego a largo plazo – a fin de planificar la vigilancia israelí intrusiva de Cisjordania al menos otros 50 años mientras que el Medio Oriente musulmán establece un nuevo modus vivendi político, que pudiese incluir regímenes islamistas desde Libia a Pakistán. Washington debe mantener su enfoque en lo que importa: sobre el acuerdo en materia nuclear profundamente defectuoso y temporal con la Irán chiita y en la lucha titánica por la preeminencia entre el régimen clerical y su creciente cuerpo de milicias árabes chiitas expedicionarias, y Arabia Saudita y los sunitas que se armará para luchar contra la República Islámica. Debemos vigilar la histórica reafirmación de Turquía en su identidad musulmana sunita y la posibilidad que el país (que también pudiera convertirse en potencia nuclear y reafirmar su dominio al norte del Medio Oriente) también podría romper con sus muchas contradicciones. Debemos esforzarnos por comprender que el gobernante egipcio Abdel Fattah Al-Sisi, está encima de un volcán que puede desestabilizar lo que queda del norte de África y el Mediterráneo oriental. Washington debería tratar de contener las convulsiones de la región para evitar que se derramen sobre Europa, aún los aliados más esenciales de Estados Unidos y los frágiles estados del Medio Oriente dignos de nuestra ayuda como ser Jordania y el prototipo-nación del Kurdistán al norte de Irak.
Esto supone, por supuesto, que Estados Unidos tiene intenciones de seguir siendo una potencia en el Medio Oriente.
Reuel Marc Gerecht, editor colaborador, es miembro de la Fundación para la Defensa de las Democracias – http://www.weeklystandard.com/article/2006157
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