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| lunes diciembre 23, 2024

Terrorismo sin Fronteras, la nueva amenaza global


Afganistán, Irak, Siria y Turquía son los países más afectados por esta auténtica plaga. En Afganistán, los talibán han conseguido llevar el terror a las ciudades y ya controlan estratégicos territorios en el país, constituyendo una verdadera amenaza para el ejecutivo de Kabul que apoyan los Estados Unidos y una coalición internacional principalmente sostenida por los aliados europeos de Washington en la guerra.

El Estado Islámico ataca con dureza en Irak, Siria y Turquía, donde los «lobos solitarios» actúan casi en la impunidad y donde existen células organizadas de estos grupos. Territorialmente, el Estado Islámico se extiende entre Irak y Siria, aunque en los últimos tiempos ha recibido duros golpes, como la pérdida de Mosul, y la intervención internacional, principalmente rusa, en apoyo del ejecutivo de Damasco, le ha hecho perder su carácter ofensivo y expansivo. El Estado Islámico también ha llevado el terror a las calles de París, Niza, Bruselas y Berlín, detectándose su presencia en otras partes de Europa y sin descartar próximas acciones en este año. Estados Unidos, más alejado geográficamente de los escenarios de conflicto pese a su implicación en los mismos, también es un objetivo prioritario de las organizaciones terroristas de ideología islamista radical.

TURQUÍA, EN  EL PUNTO DE MIRA DEL TERRORISMO KURDO

En lo que respecta a Turquía, aparte del Estado Islámico hay que reseñar la presencia del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y los Halcones del Kurdistán, dos organizaciones que se levantaron en armas contra Turquía en defensa de los derechos de la importante minoría kurda -entre 20% y 30% del censo turco- y que aspiran a la creación de una entidad política independiente en la que vivan todos los kurdos de la región.

El conflicto de Kurdistán hunde sus raíces en la década de los ochenta, cuando se fundó el PKK pero tiene sus orígenes reales tras la defunción del Imperio Otomano, en que las potencias occidentales a través de una serie de acuerdos, como el Tratado de Sévres, preveían la formación de una entidad política nacional kurda, algo que más tarde fue rectificado y anulado, entregando los territorios señalados para ese supuesto Estado a la nueva Turquía emergente tras la Primera Guerra Mundial.

Los kurdos, repartidos fundamentalmente entre Irán, Irak, Siria, Turquía y, en menor medida, Armenia, veían frustradas sus aspiraciones nacionales y muy pronto estallarían episodios de violencia contra los Estados en que quedaban encuadrados muy a su pesar y sin haber contado con ellos. En total, según los cálculos más optimistas podría haber en la región entre treinta y treinta y dos millones de kurdos, una bomba de relojería que ya ha estallado en Siria, donde la guerrilla kurda se ha atrincherado en el norte del país justo en la frontera con Turquía, Irak, donde ya goza de un «Estado» de facto también en la frontera turco-iraquí y hasta casi la mitad del país, y ahora en Turquía.

VIOLENCIA TAMBIÉN EN CASI TODO EL MUNDO ÁRABE

Para ir concluyendo, hay que reseñar que otros países árabes sufren la violencia terrorista desde hace algunos años, destacando especialmente el Argelia, Líbano, Libia, Egipto y Túnez. En todos los casos, demostrándose con ello que las principales víctimas del terrorismo islamista son musulmanes, el origen de estos grupos es el mismo: organizaciones radicales religiosas que tratan de hacerse con el poder por la fuerza y que desdeñan a los regímenes supuestamente aliados de los occidentales en esa región.

Argelia hace más de dos décadas que sufre la violencia islamista radical, que la sumergió en una terrible guerra civil con sus miles de muertes y gravísimas violaciones de derechos humanos, y el país nunca se ha recuperado del todo. El turismo es inexistente, mientras que la economía está dominada por el peso de las comodities, principalmente gas y petróleo, al tiempo que el gobierno es uno de los peores de la región, una autocracia dominada por el veterano dictador Abdelazi Bouteflika y apoyada por un Occidente que muchas veces no mira más allá de sus espurios intereses económicos.

En Líbano, por ejemplo, el grupo chiíta y proiraní Hizbulá tiene secuestrados al Estado y a la sociedad libanesas, manteniendo como rehén a todas las instituciones mientras haga valer su fuerza, sin que por ello haya renunciado a la violencia como instrumento de hacer política y desafiando abiertamente a las fuerzas democráticas de esta nación. Ha estado detrás del asesinato de varias líderes políticos, seguramente en connivencia con los servicios secretos sirios que operan en el país de los cedros, como el ex primer ministro Rafiq Hariri, y es un grupo armado que opera como un partido-milicia ajeno al control de las fuerzas de seguridad libanesas. También apuesta por la destrucción de Israel, a quien ataca periódicamente usando  misiles de corto alcance que les proporcionan los iraníes, y apoya a los grupos más radicales palestinos, como Hamas. Asegura tener 100.000 misiles listos para atacar a la que denominan como la «entidad sionista», o sea Israel, y se han implicado en la guerra siria sosteniendo al carnicero de Bagdad, el presidente Bashar al-Asad.

Libia, tras verse contagiada por la frustrada «primavera árabe», acabó envuelta en una guerra civil en la que se enfrentan varias facciones, entre ellas el Estado Islámico, y que son incapaces de llegar a un acuerdo que ponga fin a la sangría que vive este país desde el derrocamiento del dictador libio Muammar Gaddafi. Los ataques terroristas, junto con algunos hechos de la barbarie propia del Estado Islámico, que ha llegado a degollar a decenas de cristianos coptos, sigue presente en el país y Libia es hoy, por obra y gracias del desorden promovido por los occidentales tras la caída de Gaddafi, un paradigmático ejemplo de lo que se define como un Estado fallido.

Egipto también padece los efectos del terrorismo, aunque en los últimos tiempos parece haber decrecido, quizá por la imposición de un régimen militar que persigue al islamismo radical sin piedad y sin desdeñar la violación sistemática de los derechos humanos. Eso, sin embargo, no ha evitado que el turismo haya desaparecido a merced de algunos ataques terroristas contra objetivos turísticos y que la violencia contra los cristianos haya seguido su curso imparable (por cierto, ¿quién denuncia esta práctica en el mundo árabe?). Y, finalmente, Túnez también ha sufrido algunos ataques terroristas que han acabado con su industria turística y el país parece que es el único que camina por la dirección democratizadora tras la mal llamada «primavera árabe». ¿Será así? El tiempo nos dirá. Dejo para otra nota el caso de Israel, siempre en el punto de mira del fanatismo islamista más radical y de los grupos palestinos más brutales.

 
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