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| martes diciembre 24, 2024

Israel y la protección de Palestina (1)


​Hace no mucho hablé con un oficial de Fatah sobre las aspiraciones palestinas y, en especial, sobre el encono de su partido con Hamás, el movimiento fundamentalista que gobierna Gaza y que con mucho gusto derrocaría a la Autoridad Palestina (AP) liderada por Fatah en la Margen Occidental. El miedo, la repulsión, la indignación laica (que puede haberse amplificado para complacer a los oídos occidentales) y una cierta pesadumbre por la falta de reciprocidad fraternal entre los palestinos ante la opresión israelí salpicaron nuestra conversación. Cuando al fin me cansé de que insistiera en exigir que Estados Unidos corrigiera las transgresiones israelíes o de lo contrario estallaría la violencia en la Margen, le pregunté cuánto tiempo pensaba que podría sobrevivir la AP si Israel retirara su apoyo al aparato de seguridad de Fatah. Yo dije que un mes. Él objetó: “Probablemente duraríamos dos”.

Lo que se ha vuelto a perder de vista con el desahogo final de Barack Obama contra Israel, absteniéndose en la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU contra todos los asentamientos israelíes en la Margen Occidental y las viviendas judías en Jerusalén Este, es lo desconectada que ha estado la política exterior estadounidense de este embrollo de problemas generales que está desquiciando Oriente Medio. El hecho de que la seguridad de Fatah sea tan débil es sintomático de la realidad de los palestinos: pueden existir como entidad política no islamista sólo si Israel protege su capitidisminuido Estado-nación. Si los judíos dan marcha atrás, entonces es probable que los musulmanes militantes refunden la identidad palestina barriendo a la élite laica que ha definido la causa palestina a ojos occidentales desde que los israelíes y la OLP empezaron a pelearse, en 1964.

Los israelíes han garantizado a los palestinos de la Margen la oportunidad de evitarse laimplosión del mundo árabe-musulmán. Lo mismo, pero con menos garantías, podría decirse de la monarquía hachemí de Jordania, que podría haber tenido muchas más dificultades para sobrevivir con un Hamás triunfante en sus fronteras. Damos por sentado que los palestinos de la Margen Oriental prefieren a Abdulá II, con su esposa palestina, antes que a los fundamentalistas de la Occidental. Pero podría ser un error.

Esa garantía israelí podría estar condicionada. Depende de que Jerusalén quiera seguir invirtiendo recursos humanos y económicos y absorbiendo las cada vez más intensas animadversiones, el ostracismo y las demandas hostigadoras contra su ocupación de las tierras palestinas. Es la propia ocupación lo que ha permitido a la AP y a la OLP concebir un Estado-nación para su supervivencia. Al octogenario Mahmud Abás, presidente de la OLP y de la AP, le encanta castigar a Israel por negar la estadidad a su pueblo. Pero es la tenaz negativa de Israel a hacer las concesiones territoriales deseadas por el presidente Obama y el secretario de Estado Kerry lo que ha impedido la inevitable disminución de las prerrogativas de Israel en materia de seguridad en la Margen Occidental; las que mantienen a Abás y a la camarilla de Fatah en el poder.

Lo cierto es que los hombres de Fatah están en el mejor de los mundos posibles: gozan de un dominio indiscutido de la política palestina en la Margen; han establecido allí una oligarquía perpetua; los extranjeros les pagan por ese dominio que ejercen; los israelíes rara vez se atribuyen el mérito de sostener su primacía (lo que minaría la legitimidad de Fatah), mientras que la AP puede vapulear a los israelíes por una amplia variedad de pecados y, lo que es más surrealista, culpar al Estado judío de que los palestinos sean incapaces de aunar esfuerzos. Los hombres de Abás pueden condonar –cuando no fomentar– de manera oficiosa la violencia de baja intensidad contra los israelíes; por vía de asociación, los apuñalamientos palestinos contra ciudadanos israelíes ayudan a Fatah a mantener su pugna con los islamistas. Aun en el caso de que la violencia se agravara, es probable que los israelíes no dejaran de proteger al principal enemigo de Hamás, la única manera que tiene Jerusalén de mantener a raya a la militancia islámica sin desplegar muchos más efectivos militares sobre el terreno.

Los israelíes que tratan muy de cerca a los palestinos no creen que Fatah pudiese permanecer en el poder sin el paraguas protector del Estado judío. No se engañan respecto al daño que podría hacer un hombre con un mortero de peso medio y largo alcance –y no tendría ni que apuntar hacia el Aeropuerto Internacional Ben Gurión para provocar estragos– si Israel no tuviera el control absoluto de las colinas de la Margen.

Israel y Estados Unidos han hecho fuertes inversiones para poner en pie la mayor institución en la AP: la policía, la seguridad interna y los servicios paramilitares de Fatah. Los estadounidenses, especialmente los que temen el voto musulmán, suelen preferir centrarse en la construcción de instituciones frente al prematuro desarrollo de la democracia en tierras islámicas. Estados Unidos, con la CIA a la cabeza, ha invertido decenas –tal vez cientos– de millones de dólares en los servicios de seguridad de Fatah. En 2007, cuando Hamás destronó a Fatah en Gaza –después de que ambas organizaciones no lograran resolver sus diferencias tras el triunfo de la primera en las elecciones generales libres de 2005–, la fuerza paramilitar de los islamistas, de menor tamaño, se impuso rápidamente a las unidades de seguridad de Fatah comandadas por el Mohamed Dahlán, nativo de Gaza aficionado al whisky que puso en marcha un amplio sistema de espionaje y una brutal red de seguridad en toda la Franja.

Dahlán ha sido uno de los favoritos de la CIA (y seguramente sigue muy vinculado a Langley). Parece acertado suponer que las más altas instancias del servicio clandestino de la División de Oriente Próximo –y otros muchos en los servicios de seguridad e inteligencia israelíes– confiaban en que Dahlán tenía ventaja sobre los islamistas, hasta que se hizo evidente que las fuerzas de Fatah carecían de liderazgo y espíritu. Los miembros de las fuerzas de seguridad de Fatah dan el pego –las gafas de sol, los caros relojes suizos, los oscuros coches alemanes–, y sin duda saben cómo torturar a sus enemigos. Pero, como buena parte de la élite palestina que ahora vive de la ayuda internacional, se han convertido en burgueses asustadizos que saben que el otro bando está más hambriento y es más dañino e intransigente.

Por muy corruptos que se hayan vuelto los altos mandos de Hamás en Gaza –y pueden serlo mucho–, a su organización se le da mucho mejor ocultar su poder adquisitivo; y su compromiso profundamente religioso y antisionista sigue siendo el mismo.

© Versión original (en inglés): The Weekly Standard
© Versión en español: Revista El Medio

 

 
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