Es temprano por la mañana del 30 de junio de 2016 y Mohamed Naser Tarayrah, un muchacho palestino de 17 años de edad, consigue saltar la valla de un barrio de Kiriat Arba y colarse en una casa por una ventana abierta. La primera persona que se encuentra una vez dentro es Halel Yafa, una niña de 13 años que aún duerme. Sin perder tiempo, se abalanza sobre ella y la cose a puñaladas. Cuando el equipo de seguridad del barrio acude a la casa, se encuentra a Tarayrah en la habitación de la niña cubierta de sangre y lo abate a tiros. Unos meses antes, en marzo de 2016, su tío Yusuf Tarayrah había sido neutralizado por soldados israelíes tras intentar atropellar con su coche a la gente que esperaba el autobús en una parada cercana, hiriendo a una persona.
La madre del joven mártir Mohamed declaró orgullosa a la prensa que su hijo era un héroe que había muerto “defendiendo Jerusalén y la mezquita de Al Aqsa”. “Alá mediante, todos los jóvenes palestinos seguirán su ejemplo”, dijo. Además de por la proeza de su vástago, tenía motivos para alegrarse: a partir de entonces, recibiría un salario mensual nada despreciable en pago a los servicios prestados por su hijo a la causa palestina.
El dinero sale del Fondo de los Mártires, una partida que la Autoridad Nacional Palestina (ANP) destina a pagar salarios (ratib es, literalmente, el término que usa la ANP) a todo palestino muerto o encarcelado “como resultado de la lucha contra la ocupación”. El salario lo recibe directamente el terrorista; si ha muerto, lo recibe su familia. Esta práctica, instituida por la OLP de Arafat en los años noventa, fue formalizada en 2010 con la Ley de Prisioneros, que pone a “todos los palestinos y árabes prisioneros en cárceles israelíes” en la nómina de la ANP. Esta partida tiene prioridad sobre cualquier otra, incluida la de las obligaciones fiscales.
“Damos la bienvenida a cada gota de sangre derramada en Jerusalén”, afirmó Mahmud Abás, presidente de la ANP, el 17 de septiembre de 2015 en la televisión palestina, refiriéndose a la ola de atentados que estaba asolando la capital israelí. “Con ayuda de Alá, cada mártir llegará al Paraíso y cada herido recibirá su justa recompensa”. Solo desde entonces, ha habido 250 ataques de palestinos contra ciudadanos israelíes.
Según el Al Hayat al Yadida, diario oficial de la Autoridad Palestina, más de 5.500 prisioneros palestinos reciben dinero de este fondo. Los salarios se mueven entre los 2.400 y los 12.000 shékels (600 y 3.000 euros, respectivamente), en función de la pena. Cuanto más graves es el crimen, mayor el número de años de la sentencia y, por consiguiente, más alta la paga asignada. De modo que un palestino que no ha conseguido matar, sino solo herir, a un israelí recibe un salario muy inferior al del palestino que ha conseguido matar a uno o a varios. Y el sueldo medio es superior al que podría soñar con recibir un funcionario palestino, de ahí que matar israelíes salga más a cuenta que trabajar.
Se calcula que los terroristas palestinos y sus familias reciben 140 millones de dólares al año. A su vez, el dinero que la ANP destina a incentivar atentados terroristas sale de las copiosas ayudas internacionales para Palestina. Solo en los últimos 20 años, la ANP y Hamás han recibido 5.000 millones de dólares de EEUU en concepto de ayuda para 1) promover la prevención del terrorismo contra Israel, 2) fomentar la estabilidad, la prosperidad y el autogobierno en Cisjordania y 3) hacer frente a necesidades humanitarias. Conviene añadir que las leyes estadounidenses prohíben destinar fondos de asistencia de los que se puedan beneficiar grupos terroristas.
Entre ayudas oficiales “para la paz”, “humanitarias” y “al desarrollo”, los Gobiernos de Cisjordania y Gaza reciben alrededor de 2.000 millones de dólares al año de EEUU, Europa, la Liga Árabe y varios países más. Si sumamos a ello las ayudas que se canalizan a través de distintas ONG, los palestinos reciben una cantidad de ayudas infinitamente más alta que, por ejemplo, los kurdos o los tibetanos. Según el FMI, las ayudas internacionales son el motor principal del crecimiento económico de los territorios palestinos.
Todo esto sin mencionar las partidas de educación de la ANP para parvularios y escuelas en las que los planes de estudios reservan un lugar privilegiado al adoctrinamiento antisemita; el presupuesto para medios (televisiones, radios, periódicos) dedicados en buena medida a promover el terrorismo contra Israel, o la inversión en armamento.
Flaco favor hacen al pueblo palestino los Gobiernos occidentales mea culpa y antiisraelíes: nuestros impuestos no sólo financian los atentados terroristas planificados en Cisjordania o baterías de misiles que Hamás lanza indiscriminadamente contra población civil israelí desde Gaza, sino que consolidan y perpetúan una cultura basada en el victimismo pedigüeño, incapaz de tomar las riendas de su propio destino para labrarse un porvenir.Alimentados por la mal entendida caridad occidental, que por no exigir nada a cambio no exige ni la más mínima decencia moral, los palestinos han llegado al paroxismo de confundir futuro con exterminio e hijos con cinturones bomba. Que carguen eso también a nuestra cuenta.
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