Conocedor de la tradición jasídica que dice que el hombre tiene más libertad que el ángel porque a diferencia de éste puede cambiar, empeorar o mejorar, un discípulo de Rabí Péraj Tel fue a ver a su maestro, un hombre bajo, fornido y dueño de la sonrisa más ancha que uno pueda imaginar, con el fin de preguntarle en qué consistía, exactamente, un ángel.
-Hijo mío-respondió el maestro-, querido Moshé Nahum, un ángel es un enviado de la fosforescencia divina, una partícula de luz que navega en un mar de sombras llevando el mensaje de lo inextinguible.
-Me estás diciendo lo que hace-dijo, incómodo, Moshé Nahum-,pero no exactamente lo que es, en qué consiste su presencia real.
-Un ángel puede ser cualquier cosa, adoptar cualquier máscara. Para él la forma es un mero hábito y la conciencia un suspiro.
-Lo que no alcanzo a entender-dijo el discípulo-, es por qué se dice que los ángeles no pueden cambiar y nosotros, los humanos, sí.
-Ellos, que expresan lo inequívoco-sonrió Péraj Tel-, habitan sin embargo la ubicuidad, a diferencia de nosotros, que habitamos el equívoco y expresamos la ubicuidad. Ellos han sido enviados, como rayos de sol, sin separarse ni por un instante de su fuente; nosotros querríamos enviar nuestra luz a los demás pero no siempre sabemos cómo hacerlo. Con frecuencia ignoramos de dónde procede su resplandor, quién escribió el asombro con letras de milagro. A ellos ser un destello efímero de la fuente no les preocupa; a nosotros, los seres humanos, no ser la fuente entera nos irrita e incomoda.
-Perdóname, maestro-dijo Moshé Nahum-, no hacemos más que alejarnos del tema.
El maestro se puso en pie, dio unos pasos nervioso por la insistencia de su discípulo, y agregó:
-Está escrito en la Torá que los seres humanos somos un poco menos que los ángeles, y es por la escala de ese poco que se puede ascender, pero también es por ese poco que nunca llegaremos del todo a ser como ellos.
-Entonces-dijo, entristecido, Moshé Nahum-nunca seremos ángeles.
-Por el contrario-respondió el maestro-, nunca seremos todo lo humano que se espera de nosotros.
Dicho esto el maestro se desnudó de la cintura para arriba delante de su sorprendido
discípulo y mostrándole la espalda le interrogó:
-¿Qué vez a la altura de mis omóplatos?
-Cicatrices-dijo-.Dos cicatrices simétricas.
-Pues si quieres alas tienes que aceptar que hoy te las pongan y mañana te las arranquen.
Mario Satz: Alrededor de una nuez
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