Dr. Eyal Sela, Hospital Naharía, Galilea israelí
Cada uno tiene su historia, cada familia su catástrofe y cada herido su lucha por recuperar cierta normalidad, aunque hoy parece imposible.
En el Centro Médico de la Galilea en Israel, el hospital de la ciudad de Naharia, donde en los últimos tres años han recibido a 1500 heridos sirios (otro tanto fue al hospital Ziv de Safed), ya han visto numerosas tragedias, pérdidas irreversibles y también denodadas luchas por seguir adelante.
Como la historia de Majed, de 23 años, que llegó al hospital con la cara destrozada por un impacto directo de bala, que el Dr. Eyal Sela, Jefe del Departamento de Otorrinología , cuenta con la voz entrecortada. Muestras sus fotos, pide no publicarlas para no exponerlo a ningún peligro ahora que ya está de regreso en Siria, y los ojos se le llenan de lágrimas.
«Cuando un israelí es tratado aquí, está un tiempo, vuelve a su casa, viene otra vez a un control y lo vamos siguiendo, pero con los sirios no se puede, se quedan mucho tiempo por razones obvias, y se desarrolla una relación personal», dice este médico israelí. «Con Majed fue algo especial.Estuvo aquí seis meses . Llegó en un estado terrible , de hecho sin mandíbula , sin lengua, sin labios, no podía ni comer ni hablar .Y no quería volver así a Siria. Pasó numerosas operaciones, la primera de ellas duró 17 horas. Gradualmente, lo fuimos ayudando, le reconstruimos la cara y le devolvimos la capacidad de expresar emociones en sus gestos.Y nos encariñamos. Era parte del departamento, siempre buscaba ayudar a los demás, se pasaba dibujando y nos colmó la sección con sus dibujos».
Majed volvió varias veces a raíz de reiteradas infecciones. El Dr. Sela comenta que le resulta extraño ver con qué bacterias llegan desde Siria, desconocidas en Israel. «En una ocasión, me llamaron del ejército desde la frontera, diciendo que un muchacho sirio dice mi nombre, que quiere llegar a Naharia», recuerda Sela. «Cuando me dijeron de quién se trata, les confirmé que lo conozco, que sí, que lo traigan aquí».
Son diversas las vías por las que llegan los heridos sirios a hospitales israelíes. No se las puede revelar, por cuestión de seguridad, ya que ello puede alterar eventuales nuevos rescates. Cabe recordar que el régimen sirio no tiene ningún interés en un contacto entre sus ciudadanos, a los que enseñó desde siempre a odiar a Israel, y el Estado judío.
Eso lo tiene claro también Razi, de 31años, que trabajaba como empleado público en Damasco y que llegó al hospital con impacto de bala en una rodilla y se halla desde hace cuatro meses en Israel. Y Qusay, de 23, agricultor, que resultó seriamente herido en las manos cuando una bomba aterrizó en el campo en el que trabajaba .
Sentado en una silla de ruedas, con una pierna extendida, en espera ya de una tercera operación, Razi comenta que «desde niños nos criaron con odio a Israel». Su preocupación, por lo tanto, es a lo que puede ocurrir si se enteran en su país, cuando regrese, que estuvo en Israel. «No es algo que se aceptará», asegura, revelando que primero había sido tratado en Jordania pero que el tratamiento allí no le ayudó , por lo cual tiempo después llegó a Israel. Por las dudas, ya está pensando en una historia inventada que explique dónde ha estado este tiempo.
Es por esta problemática, según cuenta el Dr. Sela, que cuando meses después de la internación, los pacientes retornan a Siria, el personal del hospital se fija detenidamente que nada delate que estuvieron en Israel: ninguna letra en hebreo en nada de lo que llevan consigo, ni las prótesis colocadas ni la ropa que les fue donada, a las que hasta se saca las etiquetas.
Qusay aclara que sabía de antemano que lo trasladarían a Israel y que no sintió ningún temor ya que había alcanzado a conocer a otros civiles curados en hospitales israelíes.
Desde hace cuatro meses que se encuentra dentro del hospital y señala que eso no significa «conocer Israel» ya que no ha estado siquiera en la calle. Pero esta experiencia sí le ha alcanzado para entender la diferencia entre la realidad y lo que le inculcaron siempre. «Yo siento que me han tratado aquí como a un ser humano, no como a un sirio especialmente, no como a un enemigo», nos dice. Y con una tímida sonrisa cuenta que trata de captar algo de hebreo y hasta ha logrado ya aprender algunas palabras como «aní rotsé leashén», que significa «quiero fumar».
Qusay y Razi, heridos sirios, tratados en Israel
Cada uno con sus desafíos y una vida que intentan recomponer. Qusay cuenta sobre la sangre que vio en sus manos y la incertidumbre acerca de lo que le sucedería. Al menos, está tranquilo de saber que su familia está bien «porque se halla en una zona bajo control de la oposición»-según se ha enterado a través de la Cruz Roja Internacional.
Razi, por el contrario, no tiene noticias de su gente desde que cruzó la frontera y sabe que los tratamientos en Israel requerirán al menos dos meses más. Y lo peor, no cree que la guerra esté por terminar. «Yo quisiera que el mundo deje de mentir y de intervenir en nuestros asuntos», dice molesto. «Estados Unidos, Rusia, cada uno interviene por sus propios intereses, y no nos dejan tranquilos. Esto prolongará la guerra y no nos deja vivir en paz». Será por ello que pensó en la posibilidad de vivir en el exterior, algo que ahora, de todos modos, no le parece muy real. «Es muy difícil pensar en Siria viviendo bien, hoy no parece probable», comenta.
Qusay, por su parte, quiere volver. «Nunca pensé en irme, es mi tierra y allí está mi gente. Pero es difícil saber que en la situación actual, no se podrá vivir con normalidad». Con Assad aún al frente, admite al responder a una pregunta, la situación no se podrá regularizar.
Este joven, musulmán sunita, y Razi, que rehusa revelar a qué comunidad pertenece-lo cual interpretamos como prueba de las sensibilidades del difícil equilibrio interno en Siria-son solo dos de las historias de la guerra. Han tenido la suerte de salir bastante enteros de sus respectivas heridas. Incomparablemente mejor que muchos otros de sus compatriotas. Pero el futuro es incierto también para ellos.
«Nos resulta duro saber que heridos a quienes atendemos aquí, vuelven a su país en guerra, donde no hay instalaciones médicas en buen funcionamiento, nadie que pueda realmente ayudarlos», nos dice el Dr.Sela. Ya le ha pasado enterarse de alguien a quien salvó, que murió luego tiempo después de regresar a Siria. «Viven en incertidumbre total y cada uno lleva consigo su horror», asegura. Se detiene un instante y recuerda.»Nunca olvidaré a aquel hombre de 33 años que llegó en ambulancia desde la frontera, con un impacto en el cuello por el cual no le llegaba sangre al cerebro. Lo operamos, estuvo en cuidados intensivos y cuando despertó y le sacamos el tubo respiratorio, nos preguntó para qué lo habíamos salvado, si lo último que recuerda es a sus hijos de 3 y 5 años, muertos por el proyectil que cayó en su casa».
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